José Luis Rubio Luque: Un empresario que cambia para permanecer

Istar Meza
27 marzo 2017

"La historia del director general de Bazareño se mueve por el entendimiento de la realidad y la adaptación para crecer. Desde la crisis de finales de los 90, la escasez de prendas de oro y hasta el cáncer, han sido superados por este empresario originario de La Palma, Navolato"

A los 16 años llegó a Culiacán en busca de mejores oportunidades. Se inscribió en la Universidad Autónoma de Sinaloa, en la licenciatura de Administración de Empresas, y comenzó a trabajar en el banco Banamex.

 

Toda su carrera fue estudiar y trabajar, pero su prioridad siempre fue el trabajo.

 

José Luis Rubio Luque dedicó 10 años de su vida al banco. Era la era de la nacionalización de la banca, cuando los sistemas bancarios no eran digitales, todo se hacía a mano y los fines de mes se amanecía sacando cuentas, pero José Luis dedicó todo este tiempo a aprender mucho, principalmente a manejar los créditos, conocimientos que en futuro necesitaría.

 

A los 25 años ya se había casado, ya tenía un menor a su cargo, y quería comerse el mundo, sentía que en el banco ya no aprendería más y que podría hacer mejores cosas fuera, así que renunció.

“No estaba contento, algo dentro de mí me decía que no debería estar trabajando, que el mundo era fácil y renuncié, dejé el banco”, cuenta.

 

A los seis meses se dio cuenta que las cosas no eran como él pensaba, que se dejó llevar por una emoción, que la vida era difícil y más con las responsabilidades de mantener una familia, pero su orgullo era más fuerte como para regresar al banco.

“Andaba buscando cómo volver al banco, las cosas no son como uno cree, en la calle te descuidas y te destrozan, es como la selva”, relata.

 

Durante mucho tiempo, emprendió de un negocio a otro, desde bienes raíces, hasta supermercado.

 

Luis Rubio, una persona analítica, intensa y arriesgada, se dio cuenta que el negocio de perecederos no deja mucha ganancia.

“Así anduve poniendo un negocio y otro, hasta que llegó 1993, un año difícil económicamente hablando, yo ya no tenía que hacer, mi negocio de bienes raíces no funcionaba porque no había créditos”, recuerda.

 

 

Trabajar al límite

De nueva cuenta, a sus 32 años, se preguntó, “¿ahora qué voy a hacer?” Analizó que si no había dinero en la calle, lo que debería hacer, era vender dinero, y así fue como inició la idea de poner un bazar de empeños.

“Vendí mi casa, vendí mi carro, mi parcela ejidal y un tractor que tenía, todo en efectivo, dinero líquido; establecí la primera sucursal de Bazareño en Navolato, Sinaloa, en un local de tres por 10 metros”, relata.

 

José Luis Rubio se encuentra en su último año al frente, lo cuenta con un semblante triste, a 23 años de haber iniciado con este proyecto que le ha dado tanto, pero que también le ha demandado.

 

Que le ha dado el éxito de ser una empresa que otorga líneas de crédito, ser más que una casa de empeño.

 

Que le ha dado la satisfacción de ser los preferidos de la gente, de ser una empresa que otorga el 20 por ciento de sus utilidades neto a causas sociales.

 

Pero que por la escuela y educación que tenía de Banamex le ha demandado tiempo, dedicación y esfuerzo; que le ha demandado su vida, su vida al máximo, al grado de casi perderla.

“Siempre he sido intenso en el trabajo, desde que iniciamos operaciones en la empresa, no se movía un hilo si no lo autorizaba, pero conforme la operación se fue haciendo más grande , yo seguía igual, no quería soltar los hilos”, describe.

 

A pesar de que no buscaba riquezas, estaba acostumbrado a ese trabajo en el banco, a un estilo de vida en el que había que dar el máximo, y daba el máximo, a expensas de su familia y de su salud.

“Tanto estrés, tanto mal comer, me generó un problema y estuve a punto de perder la vida. Tuve cáncer, una pelota de fútbol en el pecho, 15 centímetros de diámetro”, lamenta.

“Sentí que se me acabó el mundo, que era todo; el doctor me dijo, hay que luchar, y yo miraba la radiografía donde una mancha negra me cubría el pecho y le decía al doctor, sí hay que luchar, pero hay que ser realistas, de esta no me salvo”, recuerda.

 

El momento más grave que ha pasado, que le enseñó que hay que delegar, que puede ser un capitán en el barco, que lo dirija, pero que permita que más personas se involucren y sea una responsabilidad y estrés compartido.

“Cuando estaba por morirme me decían, 'pídele a Dios', creo que existe algo, pero no creo en el Dios implacable, en el de Sodoma y Gomorra, que si haces las cosas mal te vas al infierno. Debe haber un creador, pero no es a mi parecer lo que han impuesto como norma”, reflexiona.

 

Con una expresión de pesar, con los ojos grandes y brillantes y en un tono de voz entre quebrado, a 15 años de haber ganado la batalla dice, “casi casi soy un estorbo para la empresa, porque no han crecido quizá por mis políticas, si lo dejara libre, Bazareño estaría volando a otro nivel. Pero para allá vamos”.

“Tenemos 23 años y estamos por abrir la sucursal número 23”, detalla.

 

 

Hacer el bien sin buscar la foto

Originario del pueblo Villa Ángel Flores, La Palma, ubicado a 25 kilómetros de Culiacán, cuenta con una sucursal allí. A un lado, un Cáritas.

“Todo lo que genere la tienda esa y parte de lo que se genera aquí (Culiacán) son recursos que se van a destinar a Cáritas, porque es un lugar donde hay gente que no tiene que comer, que no tiene seguridad social, que se le acaba el empleo, porque no hay temporada hortícola”, expone.

“Bazareño hace labor social pero no decimos a quiénes ayudamos porque no queremos darnos publicidad, lo hacemos con gusto y no ocupamos una foto, sólo el recibo deducible de impuestos para cubrir la parte fiscal de la empresa”.

 

 

Cambio y adaptación

El filósofo Arthur Schopenhauer dijo que el cambio es la única cosa inmutable, José Luis lo ha demostrado.

 

De ser una empresa que otorgaba dinero por créditos prendarios, ahora también otorga línea de crédito sin garantía, con base en ingresos, otorga créditos hipotecarios y tienen piso de ventas, con mercancía semi nueva.

“Hoy prevalecemos los que hemos manejado el negocio cómo una empresa, con diferentes sucursales, pero el 50 por ciento de las casas de empeño se fueron, las cosas cambiaron”, reconoce.

 

Es una realidad, en la actualidad el oro que queda está en pocas manos, es un oro como patrimonio familiar, ya no es la manera de vestir, las épocas cambiaron.

“Antes traer siete pulseras lo más grueso, aretes colgando, cadenas gruesas, imponía más, tenías más estatus y eso se acabó; entonces para las casas de empeño todo cambió, se acabó la mercancía principal y empezaron a desaparecer”, explica.

 

Luego de arriesgarse e hipotecar hasta los bienes de sus padres, trabajar con base en líneas de crédito, trabajar con la utilidad, sin recibir ganancias y a base de un sueldo fijo, reinvirtiendo, Bazareño prevalece como un negocio familiar.

“Lo más difícil es tener la primera, ya con esa soportas una segunda y tercera”, expone.

 

El todavía director general considera que las empresas son lo que son sus dueños, por lo que si el dueño dice que le interesa solamente lo que tiene, no hay crecimiento, pero si una empresa crece es por sus accionistas.

“Hacer bien las cosas y a raíz de mi enfermedad así pasó, dejé de crecer, pero empecé a estar bien con la familia, estar tiempo en casa. Estoy esperando que mi hija Fabiola tomé el control pronto”, dice satisfecho.

 

José Luis Rubio se manifiesta agradecido con su familia, lo dice con pesar “por todo el tiempo perdido por estar trabajando”.

 

Manifiesta agradecimiento a sus amigos y al personal de la empresa, que es la base en la que se mueve Bazareño.

“El futuro de Bazareño es abrir dos sucursales más por año, quizá eso ya no me toque a mi”.