Una canasta vacía puede ser la diferencia entre poder y autoridad

José Mario Rizo Rivas
31 julio 2022

“Conviértete en el tipo de líder que la gente seguiría voluntariamente; incluso si no tienes un título o posición”. Brian Tracy

Se cuenta que un faraón de Egipto tenía cinco hijos gemelos (cuatro varones y una mujer), y como tal, no había realmente un primogénito al cual elegir sucesor. De tal manera que, para decidir quién tomaría el trono, les propuso un concurso: cada uno debería proponer un proyecto para beneficiar a Egipto, y el que tenga la mejor idea, será digno del trono. Seis meses después, los cuatro varones se presentaron ante el faraón con planos, modelos y maquetas de sus respectivos proyectos, excepto por la hija, quien trajo consigo una canasta vacía. Todos los proyectos se veían magníficos, parecía muy difícil decidir al ganador. Cuando el faraón le preguntó a su hija la razón de la canasta vacía, ella dijo lo siguiente: “Padre, los planes y maquetas valen tanto como esta canasta vacía. Nadie puede saber qué obra es mejor hasta que no se lleven a cabo todas”. Entonces, el faraón y sus asesores acordaron destinar el presupuesto del reino por dos años para llevar a cabo todos los proyectos. Por supuesto, el reino obtuvo grandes beneficios. La hija del faraón se presentó nuevamente ante su padre, con su canasta vacía, y le hizo ver que su canasta seguía teniendo tanto valor como los proyectos que fueron echados a andar, pues fue gracias a esta que el faraón se convenció de autorizarlos. Tanto los jóvenes como el faraón se asombraron de la astucia de la joven, y así fue como Egipto tuvo su primera gobernante.

Esta historia nos enseña que la verdadera autoridad se logra al demostrar las capacidades que hacen a uno merecedor de un puesto de liderazgo, y no el mero hecho de poseer un título, como hubiera sucedido si solamente se le hubiera dado a uno de los hijos por ser el primogénito. creer que el poder comienza y termina con un nombramiento, la obtención de un puesto. La autoridad —a diferencia del poder— implica conocimiento y requiere de esfuerzo: se gana a través de credibilidad, confianza y respeto.

No es un secreto que las grandes empresas están adoptando modelos que desafían al organigrama tradicional. Cada vez más, existen modelos de trabajo más horizontales, basados en la colaboración, la conformación de equipos multidisciplinarios y la inteligencia colectiva. En este contexto, el concepto tradicional de poder se vuelve estéril: no hay un solo jefe sino muchos colaboradores. Muchos líderes de la vieja escuela entienden de autoridad, pero no de liderazgo. El nuevo paradigma del liderazgo no se trata de ostentar el poder, sino de compartirlo. Veamos cuatro

1. La capacidad de empoderar: Un verdadero liderazgo requiere transferir parte de ese poder a los colaboradores, es decir, capacitarlos para que tomen decisiones inteligentes en favor del cliente, no del jefe, teniendo la libertad de resolver problemas por su cuenta. El empoderamiento lleva a la autonomía de los equipos de trabajo y al compromiso de todos los involucrados. Suena sencillo, pero el líder debe estar preparado para guiar estos esfuerzos, identificar talentos, despertar el interés y motivar a su equipo de trabajo. En suma, el jefe no es jefe, sino un facilitador.

2. Humildad para tomar mejores decisiones: John Antioco fue un destacado CEO de Blockbuster; de hecho, el único capaz de ver lo que se avecinaba con la llegada del streaming. Antioco fue despedido, sus jefes, los dueños de la empresa, creyendo que tenían la razón simplemente porque tenían mayor jerarquía, prefirieron una estrategia a corto plazo que significó la quiebra. El poder, en ocasiones, se convierte en arrogancia y no permite tomar buenas decisiones. Como explica el artículo “To Be a Better Leader, Give Up Authority”, la renuncia al poder no implica necesariamente una pérdida, sino la posibilidad de liderar al equipo de trabajo conformado por personas que son más inteligentes y capaces que uno mismo.

3. Liderazgo moral: Las nuevas estructuras empresariales que ya he mencionado no requieren de gestionar, ordenar o poner límites. El camino para hacer que los otros quieran lo que el líder y la empresa quieren está en el desarrollo de habilidades interpersonales como la escucha activa, la comunicación no verbal, la gestión de las emociones o la autoconsciencia. Las habilidades blandas serán, para el futuro, más importantes que las habilidades duras, pues el jefe o líder no necesita ser técnicamente el mejor, lo que necesita es saber guiar a los más talentosos.

4. Liderazgo para un mundo cambiante: A través de la historia se ha visto que las personas que son líderes no tienen por qué serlo en todos los momentos y circunstancias, por lo que se ha pasado de hablar de ser líder, que tiene una connotación permanente y vitalicia, a usar la denominación: ejercer el liderazgo. La persona que tiene el liderato, antes de dirigir a las demás, ejerce el autoliderazgo, es decir, deja surgir su propio yo, se conoce a sí misma, sus capacidades y sus limitaciones. Es una persona coherente y con afán de superación que predica con el ejemplo.

El liderazgo conlleva establecer una dirección, desarrollando tareas y orientando el trabajo del grupo; es decir, el líder se caracteriza por centrarse en el futuro, en los objetivos a largo plazo, innovar, confiar en las personas, tomar la iniciativa e incitar a los demás a cambiar.

Inspirar, favorecer emociones positivas y privilegiar la innovación pueden parecer una canasta vacía, pero son el camino del líder para alcanzar con éxito la autoridad que esperan de él su empresa y sus colaboradores. Innovar es una actividad de riesgo cuyo principal riesgo es no practicarla.

El paradigma que equivocadamente ha estado rigiendo en las empresas es: La estrategia debe adaptarse a la estructura que tienen y por ello se observa la ineficiencia e ineficacia en la atención a sus clientes.