De la Reina del Pacífico. Es la hora de contar, nuevo libro en circulación

06 noviembre 2015

"Recluida desde hace un año en la cárcel de mujeres de Santa Martha Acatitla, detalla su vida personal, inmersa en la sociedad del narco, sus relaciones con hombres célebres de ese mundo"

Julio Scherer García/APRO

Sandra Ávila Beltrán ha vivido como ha querido y ha padecido como nunca hubiera imaginado. En los extremos se han tocado la riqueza y la muerte. Ahora habita en la cárcel, soez el concreto negruzco de los muros que cancelan el exterior; soez el lenguaje; soez su estridencia; soez la locura que ronda; soez el futuro como una interrogación dramática.
En la sala de juntas del reclusorio femenil de Santa Mar­tha Acatitla, la Reina del Pacífico iría dando cuenta de su vida. A lo largo de sus 44 años, ha escuchado ráfagas de metralleta que no logra acallar en los oídos; ha escapado de la muerte porque no le tocaba morir; ha galopado en caballos purasangre y ha llevado de las riendas ejemplares de estampa imperial que siguen La Marcha de Zacatecas; ha jugado con pulseras y collares de oro macizo, se ha fascinado con el esplendor de los brillantes y el diseño surrealista de piedras inigualables.
De niña, entrenada al tiro al blanco en las ferias, ya mayor ha manejado armas cortas y armas largas; ha disfrutado de las carreras parejeras, las apuestas concertadas al puro grito sin que importe ganar o perder; ha participado en los arrancones de automóviles al riesgo que fuera y ha bailado los días completos con pareja o sin pareja. Absolutamente femenina, dice que le habría gustado ser hombre.
Por escrito, yo había solicitado del licenciado Antonio Hazael Ruiz, director de los reclusorios de la Ciudad de México, autorización para reunirme con la señora. La había observado durante su presentación en la tele el día de su captura y había escuchado a un locutor que aludía a su sonrisa, sonrisa cínica, según dijo. Periodismo gratuito, pensé.
Más tarde, El Universal había anunciado en su primera plana una entrevista espectacular, a cuatro columnas la fotografía de Sandra Ávila. El diario desplegaba la exclusiva con alarde, momento en que di por perdido el proyecto que ya me encendía.
Sin embargo, el periódico engañaba a los lectores. Resultaba evidente que la entrevista no había tenido lugar y el texto, dividido en tres partes sucesivas, con titulares en primera plana, se ocupaba del personaje a distancia, de oídas. No retuve algún dato interesante, una descripción viva, algún diálogo que valiera la pena.

El encuentro
En la sala de juntas del reclusorio, aguardaba junto con la directora y algunas otras personas la presencia de la mujer tan famosa, de antemano convencido de su espectacularidad. Mientras hablábamos sin conversar y bebíamos café para distraernos, la directora fue informada:
"Me dicen que se está acicalando, que no tarda".
Vestida con el obsesivo color de las internas en proceso, café claro, se adentró en el salón, pausada, los pasos cortos. Tomó la iniciativa y nos saludó de mano, uno a uno. La miré a los ojos oscuros, brillantes, suave la avellana de su rostro. Me miró a la vez, directa, sus ojos en los míos. Con el tiempo llegamos a bromear:
"El que pestañee, pierde".
El cabello, carbón por el artificio de la tintura, descendía libremente hasta media espalda y los labios subrayaban su diferencia natural: delgado el superior, sensual el de abajo. Observada de perfil, la cara se mantenía fiel a sí misma. De frente y a costa de la armonía del conjunto, un cirujano plástico había operado la nariz y errado levemente en la punta, hacia arriba.
De estatura media, apenas morena, sus grandes pechos sugerían un cuerpo impetuoso. Desde su cintura, las líneas de Sandra Ávila correspondían a la imagen de una mujer en plenitud. La señora calzaba sandalias, de rojo absoluto las uñas de los pies.
Fue incierta la primera entrevista. El tema que nos reunía era el narcotráfico, pero la palabra no llegaba a la sala de juntas. Yo no quería precipitarme y mencionar antes de tiempo la soga en casa del ahorcado, pero temía un silencio embarazoso que enfriara un ambiente que deseaba calentar.
Hablé de los crímenes cruentos y los incruentos, los asesinos sañudos, la sangre eternamente limpia de las personas queridas. Hablé también de la impunidad, las insólitas fortunas personales y la corrupción de empresas descomunales que privan a la sociedad de escuelas, hospitales, caminos, seguridad.
Sandra Ávila, su figura dominante más allá de las palabras, dijo:
"En México hay mucha violencia y no creo que el gobierno pueda acabar con ella. La violencia está en el propio gobierno".
La opresión de la cárcel, sin escapatoria el tema circular que impone, me llevó a preguntar a Sandra Ávila si había leído Cárceles, un libro que escribí en 1988. El tema venía a cuento.
"No. De usted apenas me estoy enterando".
El peral sabe de las peras que maduran en sus ramas y Sandra Ávila sabe de los perales del narcotráfico. Pertenece a ese mundo y participa del mundo de los judiciales, los militares, los políticos. Unos y otros, los hombres del orden y los de la delincuencia, viven vidas que se cruzan y han terminado por formar una única vida desgarrada. Se saludan, conversan, concurren a las mismas reuniones, se agreden entre sí y terminan matándose, espectáculo a la vista de todos, como en el cine.
El encono se da entre fuerzas que no ceden. Los que gobiernan desde el poder cuentan con las cárceles de máxima seguridad, la amenaza permanente de la extradición, la institución del Ministerio Público, el monopolio de la represión. Los narcotraficantes poseen el dinero. Más, siempre más, hace posible que de un día para otro dejen el anonimato, la vida gris rata sin señoras que todos miren.
Los bienes de la tierra son para su ego y también para regalos grandes, mansiones, carros y más carros, joyas y más joyas. Ahí está Osiel Cárdenas Guillén, ejemplo sobresaliente. El 10 de mayo enviaba a Matamoros, su ciudad natal, montañas de obsequios para las madres: refrigeradores, televisores, estufas, planchas, vestidos, abrigos y hasta Mercedes y BMW para las ganadoras de rifas excitantes, como los duelos del amor propio. En Navidad, las toneladas de juguetes eran para los niños.
Osiel hizo su fortuna en pocos años. Nació pobre el 18 de mayo de 1967 y ya muchacho se desempeñó como ayudante de mecánico, mesero y empleado de una maquiladora. A los 30 años, fue el hombre más buscado por la Agencia Antinarcóticos, DEA por sus siglas en inglés, y cuatro años después viajó encadenado a Estados Unidos sin un dólar y con fama de hombre sanguinario.
Dice Sandra Ávila que fue un líder y lo sigue siendo, el único que, aun preso, conserva el poder intacto entre los suyos.
Rafael Caro Quintero es otro ejemplo de riqueza y popularidad, promiscuo para el amor, dotado como un semental. Cerca de la gente, lo mismo en los bailes que en el cementerio, romántico, enamorado, se quitaba lo que llevaba puesto para dárselo a quien se lo pidiera.
Cuenta la Reina del Pacífico:
"Yo lo admiraba por ayudar a su gente, era noble y espléndido con los suyos. Líder también, protector de su familia".

Su perspectiva
Dice Sandra Ávila que si voltea a un lado ve el narco, si voltea hacia el otro observa a las autoridades y si mira al frente los ve juntos. En ese ambiente nació rica, muy rica. Con el tiempo, la violencia se ha ido enseñoreando de su vida.
Los ojos de Sandra Ávila se encierran a veces en una tristeza fúnebre o en un hastío profundo, estados de ánimo que coinciden y se hacen uno en la desesperanza. Así me parece. Pero más allá de la depresión, al final sus ojos son como son: oscuros, simplemente negros.
Le pido que me platique de su infancia, de su familia. Su padre murió a fines del siglo pasado, hombre bueno. Su madre, María Luisa Beltrán, no mantiene relaciones con los narcotraficantes, a pesar de lo que se dice. Los conoce, pero no están vinculados a sus vidas. Su abuela, la Chata, tampoco.
Así fue en Tijuana, así ha sido en Culiacán y así en Guadalajara, centros de la vida de Sandra Ávila. Cuando Felipe Calderón lanzó al Ejército contra los narcos, a su juicio sin medir las consecuencias de una decisión tan grave en esas ciudades que son parte de su existencia, la violencia imprimió tonos aún más sombríos al paisaje cotidiano de vastas regiones de la República.
No ve desenlace en la lucha sin cuartel que ahora se libra. Los muertos se suceden a los muertos, los secuestros a los secuestros y así seguirá siendo. Si cae un oficial, de inmediato es sustituido y si muere o es preso un capo, al rato aparece el sucesor. El Ejército no podría desaparecer, y la plaza narca, tampoco. Creció tanto y tanto sigue creciendo que su poder rebasa el mito. Es tangible como un bosque y de ahí su fascinación.
Platica de su hijo, de 21 años, hostigado por su origen. Ella ha intentado ponerlo a salvo de peligros ciertos e inciertos, largos los insomnios, invisibles las sombras visibles, pero ha sido inútil. A los 14 años fue secuestrado y un tiempo largo estuvo en Canadá, otro en Argentina. Regresó a su patria.
Ahora, los abogados han recomendado que no viaje a la Ciudad de México para encontrarse con su madre. Sería riesgoso para el muchacho, en la mira del gobierno. Lo mismo ha ocurrido con otras personas allegadas a la reclusa, su madre por sobre todas. Que no venga, dicen los asesores.
Sandra Ávila se reúne con amigas y amigos, primos, pero no con los de mero adentro, los de su corazón. La directora del penal me dice que apenas tiene visitas.
En un diálogo prolongado, los silencios conversan. A veces, pesa romperlos.
Dice Sandra Ávila, casi íntima:
"Mis captores pueden tener de mí la opinión que les venga en gana, pero no pueden condenarme por mis relaciones personales, narcos o no narcos, trátese de quien se tratara. La persecución contra mis parientes me resulta infame: el poder desde la sombra es impune y vengativo".
Luego, en lucha por mostrarse dueña de sí:
"Me he emborrachado con la vida y he padecido crudas de las que me he levantado. Ahora tropiezo con los muros de mi celda entre la depresión y el ánimo, medio muerta y medio viva, caída y vuelta a levantar. Estoy aquí sin delito y esto ya va para 10 meses".
A punto de rodarle las lágrimas, un clínex las contiene en la cuenca de los ojos:
?No llore, señora.
En la cárcel, lloramos todos.

Círculos
Desde su nacimiento en 1963, la muerte ronda a Sandra Ávila, los círculos cada vez más estrechos. Ella mira la muerte como si la tuviera enfrente. Ha ido sabiendo que la tragedia es condición de la droga, poder que va rebasando otros poderes. A lo largo del tiempo, ese poder se ha constituido como una sociedad que da forma a códigos con lenguaje propio y a una cultura bárbara. En esas sociedades, el gobierno es marginal, poco cuenta, o ya ni eso. Crece el número de las autoridades subordinadas al narco.
?He sabido de municipios de Michoacán, por ejemplo.
Los narcos ya imponen autoridades a la luz del día, imponen a los presidentes municipales, los jefes de seguridad, los que les importan. Me he ido acostumbrando a esta realidad.
Agrega, la voz neutra, extrañamente impersonal, ausente el diálogo, el mundo adentro de su mundo:
"Me fui quedando sola, en un mundo lleno de adversidades. Ahora en la cárcel, ya no es la soledad la que punza sino el aislamiento, mil soledades juntas".

Su mundo
No niega la señora su relación con el mundo del narco. Ahí nació, ahí creció, ahí conoció la amistad, el amor, ahí se hizo conocida. Reina del Pacífico, se le impuso como un seudónimo que rechaza. Ésa es su realidad, pero hay otra, su relación con la sociedad en su conjunto.
Dice:
"Ese mundo (el del narco) me ha traído rabia impotente, sufrimiento".
?¿Qué tiene contra su sobrenombre?
Fui capturada y los medios me exhibieron con todo su poder. Narcotraficante, peligrosa, es lo menos que han dicho de mí en su gritería. A su vez, el gobierno me ha utilizado para hacerse propaganda, necesitado como está de mostrar cartas de triunfo ante un pueblo que le retira su confianza.
?¿Alguna vez alteró usted su rostro? ¿Se pintó el cabello, por ejemplo?
No cambié mi cara y una sola vez me pinté el cabello entre amarillo y rojizo. De tan negro que era, bajo el sol brillaba un azul intenso y aun morado. En un libro que usted me regaló (Carta a mi madre, de Juan Gelman) se habla del cabello negriazul. Así era el mío. Me gusta largo, me lo acaricio y uso tintura para vencer las canas. El cabello me lo pinté como mínima medida de seguridad en un viaje por carretera de la Ciudad de México a Culiacán que realicé acompañada de una prima para pasar las fiestas navideñas con mi familia. Huía de la justicia, consignada por la Procuraduría. Ya había dejado los aviones, tan peligrosos en mis circunstancias. Huyendo he pasado cinco años, de 2002 a 2007.
?En tan largo tiempo, ¿se apartó de la vida del narco?
No puedo negar que a ese mundo pertenezco. Ahí nací, ahí crecí pero también me desarrollé entre personas ajenas al crimen, a la lucha brutal por el poder. La sociedad como tal es compleja y muy amplia.
?¿No lo ha rechazado, así sea un instante, ráfaga de pensamiento que se va?
No podría hacerlo. El narcotráfico existe y la droga está en todos lados, en el ambiente, en el aire. Son enormes los ríos de dinero que corren por su cuenta y sin ese dinero se extinguirían muchos lugares y padecerían aún más ciudades como Tijuana, Culiacán, Guadalajara. El narco se extiende y su dinero hace posible que pueblos y familias enteras del campo dejen el hambre. Habrá que aceptarlo. La realidad es como es. El narco crea fuentes de trabajo y son miles los que han salido de la desesperación que causa el desempleo por lo que la droga deja.
?¿Qué piensa de la droga?
Mata el cuerpo, mata el alma. Destruye.
?¿La ha probado?
No. La gente se vuelve irracional con la droga. Yo le he preguntado a un médico de toda mi confianza acerca de los efectos que causa. Me dijo que la droga destruye las neuronas, mata la inteligencia. La droga fabrica zombis.
?Usted está contra el narco y se reconoce en su mundo. ¿Cómo es eso, señora?
Estoy contra la muerte que provoca, contra los que se matan y mueren por el negocio. En cuanto al consumo, cada cual es libre para consumir la droga o rechazarla. Se es adicto por voluntad propia. Yo la temo y la evito.
?¿Y los niños inducidos a la droga?
Sus padres y el gobierno deben cuidarlos. Es su obligación.
?¿Compararía la droga con el esmog, la nube oscura que crece y crece?
El esmog es otra cosa, no tortura, ni mata a traición. Pero ahí está siempre, eso sí, como la droga.
?¿Es usted partidaria de la legalización de la droga?
Lo dije con mis palabras, con mis palabras ya le dije lo que pienso. Pero le repito: estoy contra la muerte.

Continuará.