El terror
que no se va
La semana pasada de nuevo vivimos una calma que nos hizo soñar con nuevos y mejores tiempos, con la esperanza de que las cosas fueran a calmarse por un buen lapso o que hubiera condiciones para que la pesadilla fuera cambiando.
Sin embargo tuvimos un despertar como los que nos han acostumbrado en las últimas semanas: una jornada para olvidar, con cifras altas de homicidios y un ataque terrorista contra una fiesta que se celebraba en la calle.
Y es que la semana pasada hubo días en los que sí hubo menos hechos de violencia, como los que han ocurrido desde el pasado 9 de septiembre de 2024, cuando estalló la guerra interna del Cártel de Sinaloa en nuestras narices.
Pero luego fueron surgiendo los ataques a algunas casas habitación, con balas y bidones de gasolina, luego la desaparición de algunas personas (cuyas fichas de búsqueda de nuevo comenzaron a subir), la aparición de cadáveres amordazados y los ataques mortales a plena luz del día y en las calles de la ciudad.
Pero las casas llevan nombres y alias, también las fichas de búsqueda, igual los cadáveres hallados y ni se diga los ataques directos.
Pero insistimos que los hechos, como los ataques al azar en un baile entre las calles de la colonia Lázaro Cárdenas, son iguales que otros hechos terroristas como el ataque al Hospital Civil o el del Centro de Rehabilitación en Montebello.
Lo de la madrugada del domingo terminó con cuatro personas asesinadas, entre ellas una mujer, y otras cinco heridas, incluida una niña.
Así, entre la penumbra, combinada con las luces multicolores que acompañaron al sonido en la calle de la CLC, difícil es convencer de que el ataque tenía a fulano o zutano como objetivo; el desparpajo con que se perpetró el acto es más bien una confirmación de que la importancia era el daño, el odio, el terror.
Vamos, pues, a empezar de nuevo; a esperar que el trago amargo pase, a que no seamos nosotros las víctimas y que lo próximo que se vea en el horizonte de verdad sea lo que estamos esperando y no otro despertar con una cruda realidad.