Un día sin ‘sabor’

16 febrero 2017

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Editorial

Ayer miles de inmigrantes realizaron una protesta silenciosa en las principales ciudades de Estados Unidos, incluida su capital, Washington.
 
Los manifestantes no salieron a las calles, ni gritaron consignas, mucho menos mostraron su enojo, simplemente cerraron las puertas de los lugares donde trabajan.
 
Muchos años después de aquella película “Un día sin mexicanos”, el temor de los inmigrantes que viven, trabajan e intentan construir un futuro en Estados Unidos se ha materializado ante la llegada de un Presidente que la ha emprendido en contra de ellos, acusándolos de los males que considera afectan a los estadounidenses.
 
Los manifestantes no son solo la comunidad mexicana, aún y cuando sea el “blanco” preferido de los discursos de Donald Trump, son todos aquellos inmigrantes que sueñan con una vida en Estados Unidos y que carecen de documentos para convertirse en ciudadanos plenos o que simplemente no tienen un permiso para estar allá.
 
Los inmigrantes en Estados Unidos son alrededor de 45 millones de personas, de ellos se calcula que 11 millones viven ilegalmente en el país de las barras y las estrellas. El mercado laboral funciona en parte por un 17 por ciento de inmigrantes, la mayoría sacando adelante puestos de trabajo que nadie más querría.
 
Pero a pesar de la andanada de insultos y decretos en su contra, en esta ocasión los migrantes no están solos, ayer 65 restaurantes de Washington cerraron las puertas para mostrar su desacuerdo con las medidas legales en contra de los trabajadores venidos de otras tierras.
 
Varios de los negocios que se unieron a la protesta no cuentan con inmigrantes, pero están en desacuerdo con las políticas de un Gobierno que busca descargar sus culpas en los más débiles, los que ni siquiera se pueden defender.
 
Trump criminaliza a los inmigrantes, pero cuando estos llegan a los separos de la policía no cuentan con el derecho a un defensor de oficio porque, les explica un funcionario, “no son criminales”, por lo que ni siquiera cuentan con los derechos de un verdadero delincuente.
 
Sin posibilidades de defensa, en la mira de un Presidente y convertidos en los malos de la película, millones de latinoamericanos pasan una mala época en la tierra que les prometía un paraíso.