Ayotzinapa y la conciencia moral

29 noviembre 2014

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Noroeste / Pedro Guevara

El movimiento civil nacional que desató Ayotzinapa es impronosticable en su objetivo final, no tiene una dirección única y carece de una ideología política hegemónica, es creativo y variado en sus formas de expresión, pluriclasista y apartidista, predominantemente horizontal y juvenil, antiautoritario y con un profundo sentido ético otorgado por los familiares de los normalistas desaparecidos. Es cierto, falta claridad en sus objetivos cívicos concretos, la que tiene que ir más allá de la aparición de los jóvenes ayotzinapenses, pero es probable que el movimiento los decante.
Sus actores radicales juegan un papel importantes en él, particularmente en Guerrero, sin tomar en cuenta a los llamados "anarquistas" quienes distorsionan la lucha cívica y son utilizados por el gobierno para desacreditar y, si es posible, descarrilar el movimiento, pero en realidad es la sociedad civil nacional, emergente, incasillable e imaginativa la que lo sostiene.
Quizá por lo anterior es que el gobierno y el conjunto de la clase política no saben cómo tratarlo y anularlo. Peña Nieto y su Gabinete político han recurrido a las manidas y sabidas tácticas del viejo PRI en el que se infiltran a los movimientos, los violentizan y les tratan de voltear la tortilla. Los acusan de desestabilizar a las instituciones cuando lo que buscan es su limpieza y apego a derecho. El violador número uno del estado de Derecho, ahora asociado al crimen organizado, acusa a los que luchan por la legalidad de ser los que atentan contra ella. Las víctimas ahora son acusadas por los verdugos de crear la inseguridad, cuando los creadores de ella son los que detentan el poder.
No está claro hasta dónde va a llegar y hasta cuándo va a aguantar el movimiento cívico que hizo explotar Ayotzinapa. Las manifestaciones de apoyo en diferentes partes del mundo parecen aumentar, al igual que expresiones organizadas y/o espontáneas de personalidades del mundo artístico, científico y académico, así como de ciudadanos sin etiqueta en cualquier ciudad del País. En Guerrero parece haber energía para mucho rato, al igual que en la Ciudad de México; sin embargo, las tácticas intimidatorias y represivas del Estado, como las que vimos el 20 de noviembre, pudieran lograr que muchos ciudadanos se atemoricen y se replieguen. En Sinaloa, Coahuila y otros estados lo están consiguiendo con grupos estudiantiles de las diferentes universidades, a los que acosan y amenazan.
A pesar de que grupos empresariales, intelectuales, científicos y artistas, algunos miembros de la clase política, líderes religiosos y sociales, así como relevantes medios de comunicación extranjeros y organismos de los Derechos Humanos le exigen al Gobierno mexicano impulse una profunda y precisa reforma política, que establezca bases mínimas para enfrentar la corrupción y la impunidad en México, Enrique Peña Nieto sólo se atrevió el jueves pasado a proponer una serie de medidas de corte económico, social y judicial en los tres estados más pobres de la Nación y que han sido la cuna de los movimientos sociales más importantes del País en los últimos veinte años.
Sin duda que es urgente una transformación estructural y de largo plazo de la economía y sociedad de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, así como en otras regiones del territorio nacional, pero la reforma imperiosa e inmediata es en el plano político y judicial federal y no tan sólo en el municipal. El silencio de Los Pinos sobre este tema, acaso confirma lo que han sostenido numerosos estudiosos y observadores de la sociedad mexicana: la única reforma posible, la única transformación verdadera sólo provendrá desde afuera del sistema; es decir, de la sociedad civil. Ninguno de los partidos vigentes podrá encabezar cambio profundo alguno; todos están carcomidos.
Pero ese cambio que impulsa la sociedad civil no tiene en la actualidad la fuerza suficiente ni la claridad necesaria para lograr un cambio sistémico de la política mexicana. Habrá que construir mucho más para obtenerlo.
Por lo pronto, lo más cercano y sano de ese movimiento cívico de largo plazo es la fuerza moral de los familiares de los normalistas de Ayotzinapa. Ellos no son líderes políticos, ni sociales ni intelectuales sino morales. Todo movimiento social que no porte consigo una alta calidad moral no podrá conseguir transformaciones verdaderas, y ellos lo tienen. Y mientras ellos estén el movimiento podría resistir y continuar.
Ayotzinapa, dice el reconocido estudioso del crimen organizado en el mundo, Edgardo Buscaglia, es en la actualidad internacional la conciencia moral de las luchas sociales. Y con esto Enrique Peña Nieto y la clase política mexicana no tiene nada que oponer. Moral y éticamente están derrotados.