Ciudadanos a la mitad
18 octubre 2014
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Éric Vega
A quienes les han sido negados sus derechos políticos, económicos y socialesLas ferias del libro son las fiestas a las que con más gusto acudo. Sea en calidad de espectador, invitado o ponente, las ferias del libro representan para mí una invaluable oportunidad para aprender, platicar, toparme amigos, novedades editoriales, avituallarme de libros que me servirán en el futuro y, cuando hay mucha suerte, hacerme con una que otra "pepita de oro" que, por alguna u otra razón, no había podido encontrar. La alegría de todo lo que obtengo en las ferias del libro está muy por encima del escalofrío que me produce ver el estado de cuenta de mi eternamente vapuleada tarjeta cada vez que acaba la feria.
Este domingo la fiesta será en Monterrey, Nuevo León, donde presentaré la última publicación de un colega y amigo. Esta vez, Eduardo González, nos regaló un libro que, por el título, anticipa su tono, carácter y urgencia: "Ciudadanos a la mitad. Migrantes por doquier". Las primeras páginas del texto (el cual araña las 200 de contenido, más otras tantas con algunas fotografías que se presentan a modo de prueba irrefutable de lo que se dice), obligan al lector a aguzar la mirada y afrontar la parte de culpa que se descubre al llegar a una conclusión fatal: nuestra indolencia, de una u otra manera, ha abonado al crecimiento de personas que viven como un "ciudadano a la mitad". Para comprender de un mejor modo quién o qué es ser un ciudadano a la mitad, convendría distinguir, por un lado, cuál es la "naturaleza" de la ciudadanía y, por otro, qué-significa- ser-ciudadano/a.
Siguiendo los planteamientos vertidos por la filósofa española Adela Cortina, en su libro "Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía", ésta es "una relación política entre un individuo y una comunidad política, en virtud de la cual el individuo es miembro de pleno derecho de esa comunidad y le debe lealtad permanente. El estatuto de ciudadano es, en consecuencia, el reconocimiento oficial de la integración del individuo en la comunidad política, comunidad que desde los orígenes de la Modernidad cobra la forma del Estado nacional de derecho." Cabe destacar que esta primera aproximación a la dimensión política de la ciudadanía, encuentra en ella un estatuto jurídico, más que una exigencia de implicación política; dicho en palabras de nuestra autora: "una base para reclamar derechos, y no un vínculo que pide responsabilidades".
A la dimensión política hay que sumar la social. En la tradición liberal, un ciudadano es aquel que, además de los civiles (libertades individuales) posee derechos de tipo social, y cuya protección es garantizada por el Estado: educación, salud, trabajo y algunas prestaciones que se otorgan en tiempos de vulnerabilidad (como lo puede ser en este caso el ébola en África, un tsunami, un terremoto, etc.), son los derechos sociales que vienen a apuntalar los derechos civiles. Bajo esta perspectiva, el Estado, de ser un mero Estado nacional o un Estado liberal, pasa a comprenderse como un Estado social de derecho o, como también se conoce, Estado de bienestar.
No quisiera detenerme en el sinnúmero de críticas respecto al supuesto paternalismo al que puede, o ha dado, pie el Estado de bienestar, sin embargo, tampoco podemos negar que un Estado que actúa bajo la lógica del mercado y no desde una acorde a los principios de la sociedad civil, propicia enormes cuotas de desigualdad y pobreza, al dejar en manos del mercado derechos muy básicos que constituyen en sí mismos una exigencia ética de justicia que ningún Estado puede renunciar o dejar de responder (pensemos cuántas personas podrían acceder a la educación si todos sus niveles se privatizaran, o pensemos cómo podría alimentarse una persona de la tercera edad que tiene una incapacidad parcial permanente y no tiene servicios de seguridad social; en ambos casos, una lógica de mercado los confiaría a un destino por demás funesto).
Así pues, como nos recordará Cortina, "un concepto pleno de ciudadanía integra un status legal (un conjunto de derechos), un status moral (un conjunto de responsabilidades y también una identidad, por la que la persona se sabe y se siente perteneciente a una sociedad". Y es desde este referente, desde el reconocimiento de las dimensiones que constituyen la identidad y status del ciudadano, desde el que Eduardo González defiende la idea de que los migrantes deben ser entendidos como "ciudadanos a la mitad", ya que "la construcción de la ciudadanía se da a partir de un proceso de reconocimiento, respeto, inclusión y tolerancia; lo cual produce las condiciones mínimas para garantizar a los individuos la posibilidad de actuar como sujetos libres en beneficio de la sociedad a la que pertenecen. [...] Lo más lamentable de su situación, es que no gozan de la ciudadanía completa ni siquiera en el pueblo donde nacieron, menos en la tierra de llegada. Bajo este esquema no están integrados a una determinada nación: ni a la que dejan ni a donde arriban. Son extranjeros en cualquier lugar".
Con base en esta idea que vertebra el texto, González va desvelando los inefables momentos de una serie de historias de vida que, las más de las veces, narran más pérdidas que victorias. Además de la crónica, el libro hurga entre las causas profundas que provocan la "ciudadanización a la mitad": no se migra por gusto o por derecho; las personas migran porque sus comunidades, al no tener nada que ofrecerles, las empujan a buscar un mejor horizonte de vida. La gente se sabe expulsada de su comunidad, es consciente de que no tiene derecho a no migrar, de que, si quiere sobrevivir, debe salir de su lugar de origen a sabiendas de que "por más murallas que se brinquen, por más desiertos que se recorran, por más mares que se naveguen, por más alambradas que se superen, los migrantes indocumentados continuarán padeciendo la pérdida histórica de su derecho a existir en el lugar que elijan para vivir".
Y si los "migrantes por doquier" retratados por Eduardo González nos permite acercarnos a esa parte desconocida de esas personas que viven en las medianías de la ciudadanía, debo decir que también nos deja la puerta abierta para que, por cuenta propia, exploremos qué hace que otras personas se vean condenadas a vivir una ciudadanía a la mitad. Los ciudadanos a la mitad se suman por millones, y son "de diversa naturaleza: indígenas, homosexuales, pobres, campesinos...". Al menos para el caso de los migrantes, por lo que son y representan, como Lalo deja en claro, resultan presa de un proceso de expulsión doble: las comunidades de origen que los excretaron del terruño, les dejó en claro que "donde nacieron no hay nada para ellos" pero el problema se agranda en el momento mismo que "las comunidades que los reciben se autoprotegen de los `intrusos´ lanzándolos a los márgenes de la sociedad y profundizando su medianía ciudadana".
Como dice Lalo, el quid de la cuestión reside en garantizar a todas las personas "su derecho a no migrar". Garantizando este derecho, es muy posible detener un poco el periplo de millones de personas que no tienen más remedio que poner su vida en manos de bandas criminales, polleros, autoridades y muchos otros personajes sin escrúpulos que sólo ven en los y las migrantes un filón de oro, y no personas que deambulan por un camino que no tiene más garantía que la esperanza de alcanzar la promesa de un día vivir como merece cualquier ser humano.
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