El coletazo

06 abril 2013

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NOROESTE / REDACCIÓN / SHEILA ARIAS

Después de la Segunda Guerra Mundial, todo el Siglo 20 estuvo dominado por la Guerra Fría. El enfrentamiento entre la Unión Soviética y los Estados Unidos era planetario. No había conflicto regional, por pequeño que fuera, que no se alineara con el bloque socialista o con el mundo occidental. Cada victoria, o derrota, tenía impacto sobre la correlación global de fuerzas.
Nadie se atrevía entonces a predecir cuál sería el desenlace de la Guerra Fría. La superioridad económica de Occidente era compensada por la maquinaria de los regímenes totalitarios. Sin embargo, la disputa era total, particularmente en el campo científico y técnico. Jean Paul Sartre, el célebre filósofo francés, tuvo la ocurrencia de afirmar que las vacas "socialistas" daban más leche que las vacas "capitalistas".
La carrera por la conquista del espacio se convirtió en el mejor símbolo de ese enfrentamiento. Los soviéticos fueron los primeros en poner a un hombre en órbita: Yuri Gagarin, en 1961. Los estadounidenses respondieron, en voz de John F Kennedy, con la meta poner un hombre en la Luna antes de una década. En 1969 el Apolo XI alunizó y Neil Amstrong pronunció la frase: es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad.
El término "Guerra Fría" era justo: no se trataba de un enfrentamiento armado con un desenlace fechado, pero sí de un conflicto permanente que tenía momentos álgidos, donde la probabilidad del uso de las armas, particularmente atómicas, era una realidad. La coyuntura más dramática, sin duda alguna, fue la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en 1962. Fueron siete días que tuvieron al mundo al borde del abismo. Para el anecdotario queda la posición de el Che Guevara, quien lamentó que Nikita Kruschev no hubiese tenido el "valor" de llevar el enfrentamiento hasta las últimas consecuencias.
Contra todo pronóstico, y de manera sorpresiva, el mundo socialista se colapsó sin conflicto. Primero cayó el Muro de Berlín en 1989 y meses después la Unión Soviética entró en un proceso de desintegración que culminó con el hundimiento de todo el bloque socialista. Quedaron, así, superados los dos riesgos mayores de la segunda mitad del Siglo 20: uno, que el sistema comunista derrotara a Occidente; otro, que el conflicto desembocara en la Tercera Guerra Mundial, es decir, en un holocausto atómico.
La desaparición del socialismo real, como todo hecho histórico de gran magnitud, fue consecuencia de una serie de causas complejas. Pero entre ellas hay dos que se pueden señalar con claridad: primero, la estrategia de Ronald Reagan de impulsar "la guerra de las galaxias", que supuso el incremento del presupuesto militar de manera drástica, con la consecuente presión sobre la URSS; segundo, la decisión de Gorvachov de impulsar reformas que hicieron crujir las estructuras totalitarias de Rusia y Europa Oriental, y terminaron por quebrarlas.
Todo esto viene a cuento por el caso de Corea del Norte, que podría convertirse, ya en pleno Siglo 21, en el coletazo del hundimiento del socialismo. Un líder de 30 años (no se conoce su edad con exactitud, pero se calcula entre 25 y 30 años), enajenado, puede producir un conflicto mundial. Por el momento, y a la luz de la experiencia, lo que está ocurriendo es un juego de retos y presiones para doblegar a Estados Unidos y Corea del Sur. Pero en toda partida de póquer hay siempre un riesgo que las cosas se salgan de control. Más aún, cuando el hombre a cargo es un joven inexperto con síntomas de desorden mental.
En la historia del Siglo 20 abundan este tipo de personajes. Ahí están los casos de Hitler, Mussolini, Stalin, Mao y Pol Pot. De todos, la experiencia del nazismo en Alemania es particularmente ilustrativa. Buena parte de la inteligencia y de la clase política consideraba que la victoria de Hitler era no sólo improbable, sino imposible. Ese hombre es un demente, se decía, y por lo mismo jamás podrá gobernar. Pero el cálculo se reveló completamente equivocado por la simple y sencilla razón que la historia -y las acciones de los hombres- no se conducen siempre por la senda del cálculo frío y racional.
Un coletazo jamás será idéntico a un choque frontal. El riesgo de un conflicto armado, incluso atómico, es hoy infinitamente menor al de la segunda mitad del Siglo 20. Corea del Norte no tiene la capacidad de atacar el territorio continental de los Estados Unidos y se encuentra completamente aislada. Ni China ni Rusia han mostrado la más mínima simpatía con los desplantes de Kim Jong Un.
Pero dicho eso, las consecuencias de un enfrentamiento armado entre Corea del Norte, Corea del Sur y Estados Unidos tendría un impacto global. Sería la primera ocasión, desde Hiroshima y Nagasaki, que un conflicto tendría una dimensión nuclear. Amén que la población de Corea del Norte, del Sur y de otros países asiáticos, como Japón, podría sufrir efectos devastadores.
El caso de Kim Jong Un nos regresa a la segunda mitad del Siglo 20 y nos recuerda la verdadera naturaleza de los regímenes que se autodenominaban socialistas. Stalin, Mao, Pol Pot fueron líderes totalitarios que ejercieron el poder brutalmente y asesinaron a millones de personas. Los centros de reeducación, para purificar y edificar al hombre nuevo, operaron en realidad como campos de exterminio. El sueño socialista fue y sigue siendo, en países como Corea del Norte y Cuba, una pesadilla.
Esta historia no nos es ajena. De entrada, porque el Partido del Trabajo, encabezado por Alberto Anaya, ha mostrado su solidaridad con el "genial" liderazgo de Kim Jong Un. Pero además, porque pone en evidencia la falla moral y política de la izquierda mexicana que jamás emprendió una autocrítica de su complicidad con los regímenes totalitarios.