El dolor y sus metáforas

Gabriela Soto
04 octubre 2013

""

La vida duele. De principio a fin. Es, como dice el poema de Gorostiza, un morir a gotas que sabe a miel. Pero qué es ese dolor más allá de la electricidad alterada de nuestro sistema nervioso, y por qué ha de entenderse desde un más allá. La comprensión del dolor como una entidad por sí misma nos parece imposible a los hombres, que miramos a través de él para entender algo, y que nos vemos seducidos por aquellos que parecen haberlo reprimido, que se han desintoxicado de él para alcanzar una vida superior.
La medicina es la primera en enfrentarse al dolor. Habla de él como un síntoma, y ese síntoma, junto con su causa, deben ser eliminados. Nuestro cuerpo es el mapa de nuestra corrosión; el dolor, su evidencia. El dolor es la sangre derramada en la batalla del cuerpo por la vida, a donde pastillas y terapias se forjan como trincheras de retirada. El dolor es el efecto colateral de una guerra perdida desde sus inicios.
Los sanadores alternativos de la Nueva Era, como Éric Rolf y compañía, hablan del dolor como una metáfora en el camino de la iluminación y el aprendizaje al que se somete al alma eterna, en el periodo breve de su existencia terrenal. La dolencia es siempre nuestra creación, sea que el hígado falle tras años de alcoholismo, o que un autobús se nos venga encima porque no habíamos comprendido los mensajes sutiles e indolentes con que la vida nos había atropellado antes.
Ellos, los iluminados, han aprendido a escuchar al cuerpo para no sufrir, y para construir una vida de felicidad, que requiere una auténtica ignorancia al prójimo. Nosotros, los ensombrecidos, aprendemos a través del sufrimiento a evolucionar en la vida, o de la explotación y la venganza entendemos el poder en el camino del alma hacia el todo perfecto.
Con este tipo de sanadores hay que regresar a Nietzsche y preguntarse, ¿y si no hay alma eterna?, ¿y si el sentido de la vida debiera descubrirse en el aquí y el ahora? Concebimos el dolor del mundo pero nos lo explicamos en otro mundo: necesitamos otra realidad para digerirlo. ¿Pero si no hay esa otra realidad? Entonces estamos aceptando un dolor inmerecido porque nos han inculcado valores cuyo modelo de realidad no se ajusta a la realidad inmediata. El equilibrio supremo, la justicia absoluta, no están en el aquí y el ahora, pero están en la cultura que heredamos del sistema feudal.
Vale la pena, sí, detenernos a escuchar nuestros dolores. Creo que modelar nuestra vida a partir de ellos es válido y necesario. Nuestro instinto de supervivencia es evitar el dolor, y nuestra conciencia de universalidad más básica dice que procuremos infligir el menos posible.
Estoy seguro, además, de que una cultura de interpretación del dolor es posible y benéfica. La Medicina China ve el cuerpo de formas imposibles para la dicotomía cartesiana, pero que al entendedor resultan infalibles. Asumir un dolor, un enrojecimiento de la piel, o un sarpullido desde estos planos emocionales y saber que el cuerpo es una biografía de nuestro pasado (como también nuestra mente) se vuelve un atajo para el bienestar individual.
Hay que saber dónde está la frontera de lo concreto y de lo supuesto. Hay que desarrollar una teoría de la salud que aporte soluciones inmediatas a los malestares de esta vida, y que no dependa de las hipotéticas futuras, ni de las intenciones purísimas de un ser supremo que nos educa con sufrimiento.


jevalades@gmail.com