EL ensayo de Jorge Velasco, El canto de la tribu, examina la canción social...

16 enero 2005

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SUGEY ESTRADA / JESÚS LÓPEZ / HUGO GÓMEZ

EL ensayo de Jorge Velasco, El canto de la tribu, examina la canción social, un género que ha conocido etapas muy poderosas, y que ahora está casi en su fase terminal. Sin movimientos de masas que la vuelvan obligatoria, con la autofagia de la izquierda política, y con las industrias culturales obsesionadas en eliminar cualquier idea de compromiso, sin marchas, mítines y "plantones" que vayan más allá de la rutina, con apenas un aria de Nabucco a la disposición del oído militante, sin parodias memorizables, la canción social o de protesta vive el agotamiento. Luego de "La Internacional" y (del otro lado) Somos cristianos y somos mexicanos guerra, guerra contra Lucifer No himnos que una multitud conozca. Por fortuna, los partidos políticos carecen de melodías de autohomenaje y el Himno Nacional no es ni puede ser una canción de protesta. De este paisaje de olvidos y adioses suele exceptuarse el corrido, el género comunitario por excelencia, que perpetua históricamente las hazañas de los bandoleros sociales, los ejércitos populares, los guerrilleros y los caudillos. El corrido fija los hechos y promueve las leyendas y se ha transformado en un solo horizonte de añoranza y aprendizaje. Con un límite, el impuesto por la industria disquera que, por razones de tiempo y de censura mutila y pretende aséptico al corrido. La industria no admite heroísmos que duren más de 2 minutos y medio, y eso ha eliminado numerosas cuartetas y el gusto narrativo. Así, por ejemplo, en "El corrido de Rosita Alvírez" se prescinde de versos extraordinarios como los siguientes: Las campanas de la gloria por Rosita repicaron, los cencerros del infierno por Hipólito doblaron. El tiempo y su principal vocero, las grabaciones de discos, van reduciendo el gran repertorio, marginado, porque la desmemoria de unos inhibe la memoria puntual. Por eso vienen a menos canciones de la Revolución Mexicana de la belleza de "La cautela": Hagamos de cuenta que fuimos basura, vino el remolino y nos alevantó, y cuando estábamos allá en las alturas un golpe de viento nos desapartó. Basta el repertorio de Óscar Chávez, ese Archivo General de la Canción. Injustamente olvidada, para apreciar la calidad de las canciones proscritas por su condición premoderna. Una muestra de las letras: Mi amor es como el conejo, sentido como el venado. No come zacate viejo, ni tampoco muy trillado, come zacatito tierno de la punta serenado. Del "Corrido del Conejo" El nacionalismo, la Revolución Mexicana y las luchas de facciones impulsan el corrido, y eso incluye a los cristeros, con, por ejemplo, "Valentín de la Sierra" Madre mía de Guadalupe, por tu religión me van a matar Y a los comunistas: Primo Tapia murió asesinado en Camino del Palmar, ay, ay, ay, ay, por ser agrarista, por ser comunista que supo luchar. Campesinos me hiere la pena que en el pecho llevo mirando hacia allá los caídos del lema agrarista y del comunista de la humanidad. "Corrido de Primero Tapia", de 1924, con música de "Las cuatro milpas" Desde la década de 1970, el narcocorrido y los antihéroes de lo estereotípico, digamos Camelia la Texana y Alfredo Varela, revitalizan el corrido por la gama comunitaria de narraciones entonables con personajes tan familiares que en rigor no necesitan presentación. 2 "No, no, no nos moverán". Durante 2 décadas el éxito en América Latina de la canción de la Unidad Popular Chilena, tan útil en las ocupaciones de plazas públicas, ratifica la dimensión del canto de resistencia (expresión más conveniente que "canción de protesta" ya enmohecido por la bajísima calidad de casi todos sus productos). "No nos moverán", adapta un espiritual norteamericano del Siglo 19, que en la década de 1960 revive el movimiento de los derechos civiles de los negros: We shall not, we shall not be moved, We shall not, we shall not be moved, Just like a tree standing by the waters, We shall not be moved. En la década de 1970, sobre todo, hay canciones que avisan de la oposición a las injusticias y el conformismo. Esta música pasa por las peñas folclóricas, la solidaridad con los exiliados sudamericanos, los Encuentros de la Canción Política, los conciertos en 1985, en los campamentos de damnificados, las fusiones con los grupos de rock, el Canto Nuevo (nombre de una corriente cuyo mayor problema es el rápido envejecimiento del adjetivo), el Centro de Estudios del Folklore Latinoamericano, los grupos como Los Folkloristas, La Nopalera y Citlali, los cantantes de la calidad de Amparo Ochoa, Salvador El Negro Ojeda y Gabino Palomares. En contra de eso, las discusiones eternizadas, la burocratización que disuelve los esfuerzos... Como puede, esta música resiste la omnipresencia del rock, el género que hace de la protesta un recurso sociológico de atracción y concientización que se apaga al final de la tocada. ¿Qué debilita o vuelve anacrónica a la canción social o de resistencia? La demografía (en las multitudes de las marchas son minoría absoluta los que se saben canción social alguna), las persuasiones de la moda y el abandono generalizado de las causas. Por lo demás, los grupos de la canción social no perseveran, los letristas agotan su enjundia y los músicos se trasladan a otros campos artísticos o se acomodan en la sobrevivencia. Entre los errores o desatenciones de la izquierda en México, uno muy significativo es el olvido de su gran patrimonio musical, sus corridos, himnos y canciones. Al proceder así, la izquierda renuncia a una porción central de su imaginario y demuestra, por así decirlo, la pérdida del ritmo. ¿O es que la política ya no admite melodías?