El imperio de la prisa

18 mayo 2013

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Sugey Estrada/Hugo Gómez

En el mundo de los negocios se decía anteriormente que el pez grande se come al chico; hoy se proclama que el pez rápido se come al lento.
En la era globalizada impera la prisa. Todo se hace rápido, el frenesí de la urgencia nos invade y el estrés permanente nos agobia. Aun las relaciones personales, familiares y sentimentales se someten a este ritmo; la agenda está llena, el tiempo corre y los compromisos se eslabonan en una cadena que parece interminable.
Sin ir en contra de la premura y la velocidad, se debe buscar un término medio que desacelere esta máquina que amenaza con descarrilarse.
De acuerdo a Suetonio, el emperador César Augusto tenía un lema preferido: "Festina lente", que significa apresúrate lentamente. Esta aparente contradicción indica que lo rápido no está necesariamente peleado con lo lento en cuanto metódico, reflexivo y con orientación precisa, de manera que las cosas se hagan bien y a conciencia. ¿De qué serviría correr cuando no tenemos el pulso sosegado ni sabemos a dónde vamos?
Tomando en consideración esta frase se han acuñado las alegorías de un ancla y un delfín. El ancla simboliza lo sólido, lo estable, mientras que el delfín hace referencia a lo rápido y vertiginoso. Otras personas han aludido también las figuras de un cangrejo y una mariposa.
El lema de Augusto encuentra su equivalente en otras culturas. En China, por ejemplo, existe un proverbio que dice: "Cuando tengas mucha prisa, da un rodeo", ya que la acción de rodear permite reflexionar y hacer las cosas a conciencia.
"Tanta urgencia tenemos por hacer cosas, que olvidamos lo único importante: vivir", señaló con meridiana claridad el novelista Robert Louis Stevenson.
¿Vivo a conciencia o soy engullido por la prisa?


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