El martes, se cumplieron justo 100 años del nacimiento de Dolores del Río. Un siglo es mucho tiempo y sin embargo, María Candelaria, sigue tan joven como apareció en la película del Indio Fernández.
05 agosto 2004
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SinEmabrgo.mx
Los espejos de Dolores El martes, se cumplieron justo 100 años del nacimiento de Dolores del Río. Un siglo es mucho tiempo y sin embargo, María Candelaria, sigue tan joven como apareció en la película del Indio Fernández. Dolores Asúnsulo López Negrete, era hija de un destacado director de Banco, proveniente de Chihuahua y establecido en Durango y de Antonia López Negrete perteneciente a una de las mejores familias del país. La infancia de Lolita transcurrió en una vieja casona rodeada de jardines en un mundo idílico, en donde todo era felicidad e inocencia. A principios del Siglo 20, Durango y su capital disfrutaban de la paz porfiriana y las familias acaudaladas como la de los Asúnsulo López Negrete vivían llenas de privilegios y lujos. Más nadie les dijo que ese paraíso no era eterno. Pronto fue destruido para siempre, obligándolos a huir, al oír el grito de ¡ahí viene Francisco Villa! a la Ciudad de México en el número 8 de la calle de Berlín en la muy digna Colonia Juárez (todavía está la casa intacta), en donde coincidieron como vecinos del primo de doña Antonia, don Francisco I. Madero quien en aquel momento ocupaba la silla, la única. La desahogada situación económica y la alta posición social de sus padres, exigían que Lola obtuviera la mejor educación, conservadora, religiosa y orientada hacia la cultura europea, de preferencia francesa cual correspondía a una chica de su clase. A una verdadera niña bien. Por lo tanto, doña Antonia la inscribió en el Colegio Francés que se ubicaba en la Ribera de San Cosme número 33, que dirigían las monjas de San José provenientes de Lyon, Francia. Ahí, la yeguas finas, como se les llamaba a las chicas (jeunes filles) que estudiaban en esa escuela recibían una educación, centrada en Francia y en su cultura, en el idioma francés. Buena estudiante, Lola aprendió a ser discreta, responsable y disciplinada. Ya madame Marie Flavie, la fundadora, le había augurado a esa niña tan pero tan bonita, una vida llena de éxitos. A los 15 años Lolita se casó con uno de los mejores partidos de esa época, el acaudalado aristócrata, culto y refinado caballero de la alta sociedad de México y abogado de profesión, Jaime Martínez del Río, 18 años mayor que ella. Algún tiempo después de casados, Jaime perdió toda su fortuna. Lolita había dejado de ser rica, sin embargo, seguían llevando una vida social activa. En una ocasión, conocieron al productor de cine, Edwin Carewe. Impresionado con la belleza de Dolores, le prometió hacerla estrella de cine. Sería la versión femenina de Valentino. Jaime, no se opuso. Vio una salida a sus problemas financieros y una oportunidad para dedicarse a lo único que quería hacer en la vida, escribir. Por fin aceptaron, contra un amplio consejo familiar y se trasladaron a Hollywood. Una vez ahí, Dolores obtuvo los triunfos que conocemos pero Jaime no pudo lograr hacer carrera de guionista. Se divorciaron. Dolores resistió no nada más al asedio sexual de su director, sino de otros muchos más. Finalmente se decidió por uno de sus tantos enamorados y, en 1931, se casó con Cedric Gibbons. Hace muchos años me encontré con una fotografía maravillosa publicada en la revista Architectural Digest. Al pie de la imagen se leía "Dolores Asúnsolo de Gibbons". Si mal no recuerdo fue tomada en 1936. Entonces Dolores vivía en Hollywood al lado de su segundo marido Cedric Gibbons, director artístico de la MGM. Fue a Gibbons, precisamente, a quien se le debe el diseño de la estatuilla que todo el mundo conoce como el Óscar. Incluso él mismo lo recibió no menos de 12 veces por la dirección artística de películas como Mujercitas (1949), Un Americano en París (1951), Julio César (1953), así como un Óscar especial por Excelencia Perdurable. Fue a principios de 1930, año en que Cedric mandó a construir en Santa Mónica una espléndida casa para él y Dolores del Río en estilo Art Modern. Dicen que estaba tan enamorado de la actriz que era una manera de rendirle homenaje a su esposa. ¡Qué tan extraordinaria ha de haber sido la residencia de los Gibbons, que en 1992, la revista, le dedicó su portada. El reportaje de la propiedad es sumamente descriptivo. La reportera Brendan Gill, empieza diciendo: "Nadie en Hollywood se sorprendió cuando en 1930, Gibbons se casó con una de las artistas más bellas del cine, Dolores del Río. Una voluptuosa Venus mexicana conquistó a ese ardiente irlandés, a ese Adonis. Seguramente esta pareja representaba el romance ideal, que se hubiera querido llevar a la pantalla. Nacida en Durango, México, en 1905, Del Río fue bautizada con el nombre de Lolita. Su padre era banquero y, con el tiempo, uno de sus primos se convirtió en el actor Ramón Novarro, quien actuó en Ben Hur. A los 16 años se casó con el escritor Jaime del Río, del cual se divorció. Cuando Dolores cumplió 20 años conoció en un baile en la Ciudad de México al director de cine norteamericano Edwin Carece. La vio tan bella, tan distinguida y tan bien vestida, que de inmediato la invitó a interpretar un papel en la película Joanna (1925). Así empezó su carrera. En aquellos años del cine mudo, el muy marcado acento mexicano de Del Río no era ningún obstáculo, por lo cual, pudo ser estelar en películas que se convirtieron de muchísimo éxito, como Ramona. Se decía que mientras estaba bajo el contrato de United Artists recibía un salario de 9 mil dólares a la semana", escribió la periodista. Una de las características de la decoración de su casa de Hollywood, eran los espejos. Había muchísimos. En todos los rincones. Contra los muros, en las puertas, en biombos, al fondo de los entrepaños de sus libreros y hasta en algunos techos. Decían que Gibbons había optado por todos estos espejos con el objeto de que la belleza de su Dolores se multiplicara miles y miles de veces y así poder admirarla hasta el infinito. De ahí que al entrar a la casa de los Cedric, era como internarse en un verdadero laberinto de espejos en cuya salida se encontraban los enormes ojos de Dolores. Cada pulgada del interior de la casa había sido decorado únicamente con la intención de rendirle un homenaje a su belleza mexicana. Por ejemplo, su "budoir" estaba todo forrado en tafeta de seda en color blanco también confundido con muchos espejos. Parecía como un altar en honor a una diosa pagana. Lástima que esa magnífica residencia cuyo jardín con piscina, cancha de tenis y gimnasio (también cubiertos de espejos) eran conocidos por todos los artistas y personajes de Hollywood de esa época, tuvo que ponerse a la venta. Once años después de casado, el matrimonio Gibbons se separó. Dicen que lo primero que hicieron los nuevos propietarios, fue quitar todos los espejos. "Nos estábamos volviendo locos. Empezamos a marearnos, mi esposa y yo, ya no nos aguantábamos", confesó el flamante dueño. Por lo que se refiere al "boudoir" de Dolores del Río, éste fue reemplazado por una pequeña biblioteca. "Era un espacio perfecto para todos los libros de Historia de mi marido", comentaba, divertidísima la dueña. Las malas lenguas dicen que muchos meses después de haber vendido los Gibbons la casa, un día se presentó Dolores del Río y les pidió a los nuevos dueños que por favor le permitieran recuperar todas sus "lunas". En ellos solía verme mucho más bonita, que en los que tengo en México. Además cuando les preguntó quién es la mujer más hermosa, me contestan que María Félix. Esto no lo puedo soportar, les comentó la actriz. Los nuevos propietarios se quedaron perplejos, sin embargo, estuvieron de acuerdo. De inmediato, Dolores hizo traer un enorme camión de mudanzas para llevarse su otro yo, con un rostros, supuestamente, mucho más bello que el de la Doña.