El valor de la sinceridad

04 junio 2013

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Sugey Estrada/Hugo Gómez

La sinceridad es uno de los valores más apreciados. Ser sincero no es sólo decir la verdad, sino ser original, único, sin máscaras, disfraces o artificios.
"La sinceridad es la originalidad por excelencia, porque merced a ella nos parecemos siempre a nosotros mismos, que es a quien debemos parecernos, y pareciéndonos a nosotros mismos, seremos siempre varios en el estilo, ya que nos asomamos al espejo en que se copia todos los días análoga, pero todos los días distinta, la fisonomía de nuestra propia vida", sostuvo Amado Nervo al hablar de erudición literaria.
Sinceridad proviene del vocablo latino sincerus, que a su vez deriva de la expresión sine cera, que significa sin cera. Parece ser que este término se aplicaba primeramente a la apicultura para resaltar que la miel era pura, sin mezcla ni falsificación.
Posteriormente se extendió su aplicación a otros campos. Cuando un artista tallaba el mármol y cometía algún error, aplicaba cera sobre la zona dañada para ocultarlo. Por eso, cuando la obra era perfecta, se decía que era sin cera. De ahí se aplicó en sentido moral para afirmar que la persona sincera dice la verdad, porque es de una pieza y no oculta ninguna falla o impureza.
Sin embargo, en el afán de ser sinceros hay veces que caemos en excesos y podemos ofender por falta de tacto y discreción. "Ser veraces y sinceros no es sinónimo de ser descorteses y groseros", señala el sacerdote Jesús Martí Ballester.
Hay ocasiones en que se debe calibrar con sensatez si conviene decir una verdad y si existen las condiciones para expresarla. "Un exceso de franqueza es algunas veces una indecencia, como la desnudez", expresó el obispo francés Jean Baptiste Massilon.
¿Soy sincero conmigo mismo? ¿Guardo equilibrio en mi sinceridad?


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