En México no se toman decisiones porque nadie está dispuesto a asumir sus costos políticos;tanto funcionarios como legisladores prefieren permanecer en la apatía.

10 febrero 2006

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Fernando Ortiz Proal*

"Que se deje el paso libre a la evolución, al progreso sin tumultos, sin crímenes, sin crisis, sin problemas rebuscados, sin trágicas o costosas teatralidades"
Antonio Díaz Soto y Gama. El Universal, 1939

No obstante que la población nacional es arrolladoramente joven, nuestro régimen político y sus instituciones no han evolucionado. Y este paralelismo puede parecer absurdo, sin embargo, es un hecho que tenemos un país de jóvenes sometido a un sistema político apolillado.
El problema es que un moderno régimen político que brinde dinamismo a nuestra nación es un elemento imprescindible si queremos un país más justo. En este sentido, la parálisis en la toma de decisiones que tanto hemos lamentado en este sexenio es un cáncer político que se tiene que erradicar mediante una diálisis generacional al sistema político. En otras palabras: hay que darle el paso a los jóvenes en el gobierno.
En México no se toman decisiones porque nadie está dispuesto a asumir sus costos políticos. En nuestro país, tanto funcionarios como legisladores prefieren permanecer en la cómoda trinchera de la apatía. Y en muchas ocasiones esto es así porque quienes ostentan el poder solamente buscan su permanencia, lo que podría cambiar con la instauración de un régimen político adecuado a las nuevas condiciones de pluralidad que vive el país, así como con una mayor presencia de gente joven en el gobierno.
Por ello, en este momento que las diversas fuerzas políticas están definiendo las candidaturas a cargos de elección popular, particularmente las atractivas pluris, es importante tener presente que la próxima legislatura del Congreso, y por su naturaleza particularmente la Cámara de Diputados, debe integrarse por personas que representen la pluralidad política, ideológica, de género y social que priva en México. Y muy en concreto se debe contar con legisladores jóvenes, conscientes y preparados, que representen la visión y anhelos de la mayoría de la población mexicana.
Según el censo realizado en el año 2000, aproximadamente 30 millones de habitantes tienen entre 15 y 29 años. Esto significa que casi una tercera parte de la población total del país se ubica en dicho margen. Y la edad promedio de los diputados federales que integran la actual legislatura es de 47 años.
Así las cosas, el abismo generacional resulta evidente, y esta cuestión puede ser una de las múltiples razones por las que las prioridades y discurso de los legisladores nada más no le entra a la gente. O sea, una de las causas del repudio social hacia quienes tienen la función de crear las leyes. Y es que la gente ya no entiende, no cree y parece no estar interesada en volver a creer.
El signo distintivo de nuestro tiempo es el desconcierto. Hay muchas preguntas pero son pocas las respuestas. Y en materia política resulta inexplicable que si bien existen nuevas condiciones positivas producto tanto de añejas luchas sociales como de recientes acontecimientos, como son el respeto a la voluntad expresada en el sufragio, la alternancia en el gobierno en los distintos niveles, la autonomía de los poderes Legislativo y Judicial frente al Ejecutivo y el fortalecimiento del federalismo, nuestra realidad política en este momento exhibe indefiniciones, rasgos de ingobernabilidad, corrupción y divisiones en los partidos políticos, falta de colaboración entre los poderes y una total ausencia de los acuerdos legislativos que requiere el país.
Por todo ello es que los jóvenes ya están cansados de las mentiras y las soluciones a medias, y alzan la voz para preguntarse; ¿por qué cada día que salimos a las calles empeñamos nuestras vidas? ¿Por qué los procedimientos legales ante los órganos que procuran e imparten justicia son sólo espejismos? ¿Por qué tememos a los agentes de las corporaciones policiacas más que a los delincuentes? ¿Por qué sin dinero es imposible trámite alguno? ¿Por qué somos presas del escándalo y la displicencia? ¿Por qué no encontramos trabajo? ¿Por qué tenemos que vivir así? ¿Por qué el México de Francisco I. Madero a Vicente Fox es el mismo? ¿Dónde quedaron las ideas? ¿Qué se ha hecho con ellas?
La nueva generación no teme a la democracia, le preocupa su irresponsable ejercicio. Los jóvenes mexicanos no temen a la globalización, les consternan sus injusticias. Desean la verdadera transición, pero con rumbo fijo, hacia algo mejor. En este sentido, este año la elección presidencial representa una valiosa oportunidad para comenzar a participar en la definición del México libre. Los jóvenes están obligados a involucrarse en este histórico proceso.
No se deben dejar arrastrar por pasiones o rencores ajenos. Analicen bien a los candidatos y sus ofertas. No desprecien de antemano. Todos y cada uno de los candidatos que buscan la Presidencia de la República merecen el beneficio de la duda. Escuchen, pero también exijan compromisos firmes.
El voto es la herramienta de la democracia, hay que usarla con inteligencia. Los jóvenes de México deben atender a la capacidad, experiencia y talento de los candidatos. No todo lo que brilla es oro, no pueden dejarse cautivar por el demagógico canto de las promesas.
El discurso ideal sobre los valores de la libertad es válido, pero es vacío si no se acompaña con las propuestas concretas para alcanzar las metas. Deben evaluar todas las opciones, reflexionarlas y emitir un voto razonado, responsable. Después, a exigir con arrojo lo ofrecido, hasta las últimas consecuencias.
ferortiz@consultoreslegislativos.com
*Abogado, profesor en la Facultad de Derecho de la UNAM.