En Sinaloa tenemos un Gobernador buen bailador, pero dicen que le tocó bailar con la más fea, ya la agarró bien por la cintura pero no la mete al ritmo requerido
19 marzo 2011
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Pablo Castillo/Noroeste Mazatlán
Del Gobierno de Lula, en Brasil, se decía que gobernaba a ritmo de samba, rápido, alegre y en gran comparsa. Que en Argentina se gobierna a ritmo de tango, por parejas, quejándose y llorando por los rincones. En México, a brincos y sobresaltos aun en suelo parejo. En Sinaloa tenemos un Gobernador buen bailador, pero dicen que le tocó bailar con la más fea, ya la agarró bien por la cintura pero no la mete al ritmo requerido.Mario López Valdez dijo que unas promesas de campaña las cumplirá pronto, que en otras se tardará un poco y no pocas le llevará cierto tiempo. Yo no lo conozco, pero soy razonablemente optimista al creer que impulsará un proceso de reformas, aunque sé que en Sinaloa hay fuerzas poderosas que intentarán obstaculizarlo, aún antes de que pueda siquiera proponerlas.
Los nuevos gobiernos de alternancia por lo general, en el mejor de los casos, tienden amoldarse más a una perspectiva reformista que a una revolucionaria, según Hirschman, la rage de vouloir conclure, les resulta difícil armonizar los tiempos requeridos de cada cambio dentro del nuevo proceso. Y armonizar el ritmo del gobierno, con el tiempo social. La sociedad querrá soluciones inmediatas sobre varios aspectos, empezando por la composición del equipo de Gobierno.
En una coalición de Gobierno los contrastes entre extremistas y moderados, entre radicales y reformistas, no solo se refieren a los fines en las que ambas tendencias pueden coincidir, sino a los tiempos de la acción.
Una gobernanza a ritmo lento es difícil de aceptar por los convencidos de que las cosas no deben seguir siendo las mismas ni un día más; por los que sienten indignación ante las malas condiciones de la sociedad; por quienes piensan que el tiempo requerido por los programas de gobierno es incompatible con su compromiso.
Los moderados, por su parte, argumentan la necesidad de continuar la inercia de la actividad gubernamental, en ausencia de una nueva institucionalización; si no lo hicieran, violarían la ley, se arriesgarían a la ilegitimidad, sostienen. En esta situación, el gobernador podría vacilar en generar instituciones para concentrarse en medidas específicas con el fin de justificar su tarea y, al mismo tiempo, posponer las soluciones definitivas. Tendremos una mezcolanza de decisiones de los componentes de la coalición en gobierno y de acciones de apoyo "de la base" para justificar al nuevo régimen. Paradójicamente la cohetería nunca lo logra.
Por otro lado no tomar iniciativas, arreglárselas para postergar decisiones podría ser costoso para el nuevo gobierno. Nadar de muertito es actitud política conocida en Sinaloa de los que no pueden probar consensos en cada una de sus iniciativas, luego entonces, tienden a demorar decisiones importantes acumulando problemas.
Pueden existir motivos válidos para aplazar unas medidas; sin embargo, es consabido que el inmovilismo del gobierno y de sus líderes provoca falta de confianza en su capacidad y voluntad de acción. La fijación de una fecha de vencimiento puede contribuir a moderar las protestas hacia la indecisión sobre el ritmo a seguir en el proceso de reforma. En tal caso el famoso beneficio de la duda no debe ser mayor a 210 días.
El Gobierno de un Estado tiene empatar sus plazos con el manejo del tiempo político del gobierno federal, que ha caminado al filo de la ingobernabilidad, a veces por incapacidad, otras por ingenuidad y varias por comodidad. Los costos de haber actuado tibiamente, a destiempo o no haber actuado, están a la vista; rebasado regionalmente por poderes fácticos, paralelos a los del Estado generando vacíos institucionales alimentando más impunidad y mayor corrupción en un amplio circuito de simulaciones y engaños. Sin llegar, al incorrectamente señalado Estado fallido.
La dificultad para encontrar el momentum en un proceso político hacia el cambio es de las principales causas de ruptura al interior de las fuerzas de un gobierno de colación. Y la principal fuente de la ambivalencia gubernamental que explica la inacción, la indecisión o lo contradictorio de las respuestas a una problemática.
En esta danza, la sociedad pronto se satura del mismo sonsonete, de las acciones realizables diferidas cuya postergación implica pérdida de tiempo. Quienes pedían soluciones cansados de esperar se tornarán indiferentes o radicales. Lo segundo preocupa, lo primero es la actitud esperada y a la que le apuesta la autoridad.
Entre tanto, el vacío de poder generado por la derrota del viejo régimen se llenará gradualmente por los grupos en el nuevo gobierno sin que los electores puedan intervenir, antes de que los nuevos funcionarios hayan creado las condiciones de su propia hegemonía, nulificando a contrarios, inclusive.
El riesgo de autoritarismo, de maximato o de una democracia para los demócratas en el gobierno aumenta, se basa en la creencia de que la "inteligencia automática" se instala súbitamente en el alto funcionario, por el solo hecho de serlo, yo sé más, sé lo que mejor conviene.
La soberanía de la razón era el planteamiento del viejo PRI. En un País de pobres y excluidos, la distorsión democrática es muy grande, frágil y vulnerable. No hay peor desigualdad, que la política en una sociedad dominada por la inequidad. La tentación de asumir el rol tutelar con el fin de preparar a la sociedad para que tome ciertas decisiones, adoctrinada a través de los mass media, antes de permitirles votar libremente, es realmente muy grande, se recurre a la coerción, a la compra del voto. En este marco se inserta aquel memorándum Coopel, de triste memoria.
El autor es miembro fundador de El Colegio de Sinaloa.