Es lamentable la conducción de la jornada electoral a partir del conteo preliminar de votos, del ya famoso PREP. Es imperioso que se abran las urnas y se cuenten nuevamente los votos. Eso disiparía toda duda y regresaría la confianza en el Insti
08 julio 2006
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Noroeste / Pedro Guevara
En apariencia, la más intensa, apasionada y competida disputa electoral que ha vivido México en toda su historia debería llevarnos a consolidar el régimen democrático que ha ido construyendo la ciudadanía en décadas de esfuerzo.El 2 de julio, pero del año 2000, fue la síntesis de uno de los grandes saltos en esa deseada construcción. Con la primera alternancia partidaria en la Presidencia de la República en más de 70 años, muchos creímos que el sistema político y particularmente el subsistema electoral dejaban de estar en manos del Ejecutivo al servicio de un partido.
Para llegar al convencimiento de que las elecciones mexicanas ya eran reales y por lo tanto competidas, hubo que construir organismos confiables que las organizaran de manera autónoma al Estado.
Por lo menos dos décadas antes de que pudiera surgir el Instituto Federal Electoral, como un organismo que ya no fuera controlado por la Presidencia de la República, la Secretaría de Gobernación y/o el PRI, al margen de los partidos y del gobierno, intelectuales, periodistas y organizaciones civiles propusieron que fueran ciudadanos independientes, probos, capaces y con una reconocida trayectoria cívica quienes organizaran las elecciones.
Tuvieron que darse en todo el país incontables luchas sociales, electorales, legales e intelectuales para que, finalmente, el sistema político priista se viera obligado a "ciudadanizar" el instituto que organizara las elecciones federales.
Fue a partir de la llegada al IFE en 1995 de José Woldenberg, Jacqueline Peschard, Jesús Cantú, Jaime Cárdenas, Juan Molinar Horcasitas, etc., que el instituto electoral empezó a cobrar credibilidad, para pasar su prueba de fuego en los comicios del 2 de julio de 2000.
El IFE presidido por Woldenberg dejó un sólido prestigio que tenía que ser afianzado por la segunda generación. Al ser relevada la primera dirigencia ciudadana del IFE habían pasado tan sólo nueve años, que en la vida una institución son muy pocos.
Es decir, las instituciones para madurar y consolidarse necesitan, dicen los estudiosos del tema, por lo menos 25 años. Es por esto que el grupo presidido por Carlos Ugalde se veía obligado a realizar una tarea eficaz, autónoma a plenitud, nítida e impoluta para afianzar los cimientos del IFE. Pero no lo logró.
El Instituto Federal Electoral es esencialmente obra de las luchas de la sociedad civil mexicana, pero para sortear el primer gran desafío del 2 de julio de 2000 necesitó el respaldo histórico del Presidente de la República, Ernesto Zedillo.
El Presidente en lo fundamental se mantuvo al margen de las campañas electorales por lo que el IFE pudo llegar con credibilidad al día de los comicios, y en la noche del 2 de julio, frustrando una maniobra del PRI que hubiese puesto en peligro los resultados de las elecciones y la estabilidad del país, en su último acto presidencialista, se adelantó a José Woldenberg, disciplinó a su partido y anunció el triunfo de Vicente Fox.
El IFE, en su segunda etapa, de principio partió con una gran mancha: el PRI y el PAN habían excluido a las otras fuerzas partidarias en la decisión de seleccionar a sus nuevos integrantes. Pero al margen de es mácula de origen, en su examen más difícil, ante las elecciones presidenciales de 2006, el IFE fue incapaz de contener la participación de Vicente Fox en apoyo a la campaña del PAN y en el descomunal dispendio del gasto público para favorecer propagandísticamente al candidato de su partido.
Pero si lo anterior fue grave lo fue más aun la lamentable conducción de la jornada electoral a partir del conteo preliminar de votos, el ya famoso PREP. Descubrir si la presidencia del IFE actuó con dolo y manipuló el ingreso de los votos o simplemente instaló un programa fallido que creaba una atmósfera favorable al PAN, a una hora donde todavía se votaba en tres estados del país y le daba un golpe psicológico a los seguidores de AMLO, no es asunto fácil.
Pero cuando también nos enteramos por boca de López Obrador que no se habían tomado en cuenta 2 y medio millones de votos, y al día siguiente, en un tiempo récord se contaron, aun cuando se habían archivado por mostrar "inconsistencias" que sólo los funcionarios centrales del IFE conocieron, entonces empezamos a sospechar que el proceso se estaba manipulando o simplemente concluimos que a la dirección del IFE le quedaba muy grande la realización de una tarea magna.
Las dudas de la limpieza del proceso crecieron cuando vimos que en el PREP Felipe Calderón concluyó con una ventaja de 400 mil votos, con la aparición de las actas "inconsistentes" se redujo a 257 mil y en el recuento de las actas disminuyó a 236 mil.
Es decir, cada vez que hubo una revisión de los resultados, después de que lo exigió la coalición Por el Bien de Todos, bajó la votación a favor del candidato presidencial panista. ¿Por qué en los dos casos el perjudicado fue Andrés Manuel López Obrador?
Como todo hecho social, estas elecciones, permiten diferentes lecturas, fundamentadas o no, bien o mal intencionadas, objetivas o subjetivas, imparciales o parciales, pero lo cierto es que millones de ciudadanos, incluyendo muchos analistas y observadores nacionales e internacionales concluimos en que su manejo sembró muchas dudas y debilitó seriamente la credibilidad de una institución fundamental para la República.
La incipiente transición mexicana a la democracia no puede tolerar que en esta etapa haya dudas, así sea de una parte de nuestra sociedad, de que sus organismo electoral ha actuado imparcialmente. En lugar de que se hubiese afianzado la confianza hacia el IFE se ha debilitado. En lugar de que se haya confirmado su autonomía del gobierno y de toda fuerza política, hace pensar a muchos que la extravió.
La exigencia de que se cuenten nuevamente todos los votos no es nada extravagante, es un mecanismo establecido en otros sistemas electorales. Es cierto que las leyes electorales mexicanas sólo lo establecen en casos muy particulares, pero el artículo 41 de la Constitución Federal señala que debe garantizarse plenamente la certeza y confiabilidad de las elecciones que se celebren en la República.
Este mismo espíritu es el que rige en las leyes electorales de otros países con el objetivo de preservar la naturaleza democrática y, por lo tanto, la gobernabilidad del sistema político.
Una elemental memoria histórica nos debe invita a recordar que nuestro sistema político es incipientemente democrático y que en su corta vida llevamos tan sólo dos elecciones. No podemos, en la segunda de ellas, darle un duro golpe en una construcción que inevitablemente es larga.
No hay democracia, no hay sistema político sano sin confianza y plena credibilidad. El ejercicio más reciente ha sido ensuciado. Por la salud de la República es imperioso que se abran las urnas y se cuenten nuevamente los votos.
Disiparía toda duda, regresaría la confianza en el IFE, en el conjunto del sistema político y, sobre todo, en gran parte de la ciudadanía. Si las fuerzas políticas, sociales y mediáticas, que se han coaligado para oponerse con un argumento legal, que queda demasiado chico para las dimensiones del desafío, finalmente se imponen, no tan sólo le darían un serio golpe a la construcción democrática mexicana sino que profundizarían aun más las profundas y enormes heridas de una nación que sufre de una injusticia bárbara y centenaria.