Este 'Árbol de la Vida' tiene sus admiradores entusiastas y sus enemigos radicales

23 septiembre 2011

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BELIZARIO REYES /VERENICE PERAZA

En el Festival de Cine de Toronto pude ver la película mexicana "Los Últimos Cristeros", invitada oficial que va a dar la vuelta al mundo en una serie de festivales y que se inspira fielmente en el libro "Rescoldo", de Antonio Estrada, "una de las cinco mejores novelas de la Revolución Mexicana", según Juan Rulfo. Hablaremos de ella cuando llegue a México. Tuve también la suerte de ver "El Árbol de la Vida", de Terrence Malick, "un regalo para la humanidad", según me dijo el director de "Los Últimos Cristeros", quien piensa que el cine vuelve a empezar con esta obra que ganó la Palma de Oro en Cannes.
Este "Árbol de la Vida" tiene sus admiradores entusiastas y sus enemigos radicales. Un crítico no duda en afirmar que Malick perdió la brújula entre familia y cosmos y deja al espectador entre maravillado y exasperado. Quedé fascinado y ni les hablo de la música, que es otro milagro, tanto la que escogió el director, como la que concibió Alexandre Desplat. "Una película que le hubiera gustado a Hitler", afirma otro crítico, mientras que Roberto Benigni piensa que "ver una película así te cambia, te hace más bello. Es como encontrarse en una sinfonía eterna. Es como si Miguel Ángel hubiese acabado ahora mismo la Capilla Sixtina y nos invitase a verla. Pero recién terminada, ¡todavía fresca!" Me permito añadir que ver una película así, también te hace mejor, y eso que todos necesitamos en la hora presente de México volvernos buenos...
El árbol que da su título a la película se encuentra en el patio de la casa del pueblo de Texas donde creció Jack, el joven Jack que después se transforma en el adulto Sean Penn, en la megalópolis de Houston. "Un alma perdida en el mundo moderno", dice Malick. Hombre de muchos dolores, Jack ha perdido un hermano, extraña el amor por su madre, está siempre en lucha con el miedo que le inspira un padre, Brad Pitt, tan amoroso como severo, hasta la agresividad, con sus hijos. Jack y sus padres le reclaman a Dios la razón de su dolor, de sus dolores. Como Job.
Y Dios responde y nos lleva en un viaje vertiginoso que remonta hasta "En el Principio creó Dios el cielo y la tierra", hasta "Bereshit", en hebreo, la primera palabra del libro del Génesis. Algunos lamentan lo que llaman "la deriva cristiana de Malick". ¡Absurdo! O tendremos que lamentar la deriva no menos cristiana de Dreyer, Hitchcock, Bergman, Bresson y Tarkowski, sin olvidar el vaquero irlandés John Ford, de Miguel Ángel, Mozart y Gaudí. Nacen las galaxias, los dinosaurios, los árboles, la familia O'Brien, nosotros, el sol acaricia la piel de los niños, las hierbas, los árboles en la parte central de la película, dedicada a una historia de infancia.
Un río poderoso de imágenes y sonidos, un poema de luz y cuerpos, un lamento cristiano que empieza con una voz que sopla "hermano, madre". La muerte de un hijo, la tristeza, años después de su hermano Jack, el nacimiento del universo (creo, no estoy seguro, que es el tema de su próxima película)... luego las imágenes de una infancia de tres niños, entre la hermosísima madre y el padre rigorista como los puritanos que fundaron Estados Unidos; el reencuentro improbable que todos anhelamos entre vivos y muertos en la ribera de una playa mística. Es imposible resumir la película, que por sí misma es un universo. Toda la película es algo así como una iglesia invisible, una Capilla Sixtina del Siglo 21.
¿Anticlericales, antirreligiosos, abstenerse? ¡No! por favor. Hay en esta obra una belleza que atrapa corazón y razón, sin discurso ni sermón. Malick se encuentra a mil leguas de cualquier beatería, ideología, clericalismo. Ciertos teólogos lo acusarían de panteísmo por su amor a una naturaleza muy presente, como en todas sus películas anteriores, desde "Malas Tierras" (donde aparece brevemente su profesor y amigo, nuestro gran John Womack, inolvidable autor de un famoso "Zapata") hasta "El Nuevo Mundo". Como en "Los Últimos Cristeros".
Jack, en su dolor, pregunta a Dios: "¿Qué somos para ti?". Luego la pregunta se vuelve petición: "Protégenos, guíanos hasta el final de los tiempos." ¡Ojo!, no dice: "hasta la hora de nuestra muerte". Y me pregunto cómo es que logra Malick el milagro de darnos una película tan grave y tan ligera, tan alegre y tan solemne. No puedo contestar, porque no soy crítico de cine, por lo tanto soy incapaz de hablar de la gran técnica de Malick; debo creer sobre palabra lo que me dice el autor de "Los Últimos Cristeros": ha desarrollado un arte del montaje, de la edición, que es totalmente musical y, por lo mismo, es tan importante la música en "El Árbol de la Vida". ¿Una película? Ciertamente, pero también una sinfonía.
jean.meyer@cide.edu Profesor-investigador de la UNAM