Guadalupe Loaeza: Pedro y Klaus Boker
28 abril 2005
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Gestionan
7.15 am. Viernes 15 de abril. Isabel estaba a punto de salir con sus cuatro hijos para llevarlos al colegio. Al dirigirse hacia la reja de su casa en Cerrada Boker número 31, Tlacopac, súbitamente Isabel se topó con un grupo de personas que esperaban del otro lado de la reja. Se acercó a ellos, de pronto un señor quien se presentó como actuario, le dijo: hay una orden de lanzamiento. Por favor abra la puerta, porque de lo contrario, vamos a forzar las cerraduras. Isabel se quedó sin habla, no entendía por qué había una orden para que abandonara su casa de inmediato. Muéstreme por favor algo que me indique que efectivamente tiene usted la orden judicial, dijo con la boca totalmente seca. El actuario, no le mostró nada. Pero no nada más no le presentó ninguna justificación para penetrar en su casa, sino que giró órdenes a los 40 hombres y dos cerrajeros para que abrieran las cerraduras por la fuerza. Ante tal arbitrariedad, Isabel corrió en busca de su marido. Al salir Albert de su casa, lo primero que le llamó la atención fue la multitud que ya se había congregado en la calle. En seguida vio a dos individuos que con la ayuda de dos martillos y cinceles, empezaron a romper las cerraduras. Me parece increíble lo que ustedes están haciendo. Muéstreme por favor una orden judicial de lanzamiento. Están violando la ley... El actuario y sus operarios ni se inmutaron y continuaron con la destrucción de las cerraduras. Al mismo tiempo que Isabel trataba de calmar a sus hijos, Albert intentaba tranquilizar a la multitud. 7.25 am. El actuario, los 40 hombres más los abogados de Pedro y Klaus Boker irrumpieron en la casa de Isabel y de Albert. De la manera más violenta y arbitraria unos entraron a las recámaras de los niños, y otros se dirigieron hacia las demás habitaciones. Sin más, comenzaron a jalar las sábanas de las camas, en las cuales echaban lo que se encontraban en su camino: peluches, libros, juguetes, ropa, zapatos, ganchos, lámparas, útiles escolares. En seguida se dieron a la tarea de vaciar los cajones, los roperos y los armarios. Los niños no lo podían creer. Los dos mayores veían aterrados cómo la sala, el comedor, la biblioteca y la cocina se iban vaciando poco a poco. Todo, todo salía volando por los aires: sartenes, cacerolas, platos, termos, tazas, tenedores, cucharones, etc. etc. Los hermanos menores, con las lágrimas en los ojos, observaban incrédulos cómo todos estos muebles, enseres y bultos de sabanas, cobijas y cortinas, éstas eran arrancadas con todo y los aros, eran llevados y amontonados con otros bultos, en medio de la calle. Isabel y Albert se miraban a los ojos con angustia. No sabían qué hacer ante estas escenas que rebasaban toda realidad. De pronto, los cargadores, decidieron tomarse un descanso. Unos comenzaron a fumar, otros escupían en el piso y los demás bebían las botellas de vino que habían encontrado en la bodega. De repente Isabel se acordó de los pasaportes, de sus documentos personales y de sus joyas, había dejado su anillo de casada en el lavabo. Cuando fue a buscar todo esto, no encontró nada. Todo se lo habían llevado, todo había volado en un dos por tres. 8.15 am. La casa se seguía vaciando, faltaban sin embargo los muebles más pesados. Dos hombres, los más fuertes, comenzaron a bajar el piano. Uno, dos, ocho, 15 hasta llegar al escalón número 32 el cual separa la casa de la calle. Seguramente el par de cargadores ignoraban que ese piano había estado en el mismo lugar a lo largo de 40 años en la casa de quien fuera de los padres de Isabel, los señores Ruth y Helmuth Boker. Así de cargados de recuerdos estaban los otros muebles, éstos también eran aventados a la banqueta: roperos, cuadros, candiles, sofás, sillas, mesas, escritorios, lámparas, tapices, tapetes y cerca de 2,500 tomos de libros que comprendían la biblioteca familiar, acabaron tirados en medio de la banqueta. 9.00 am. Muy cerca de la propiedad familiar de Isabel y Albert, de pronto, Isabel, divisó a lo lejos al vecino Pedro Boker y a su hijo Jan. Los dos se encontraban, escondidos detrás de las bugambilias del jardín. Por increíble que parezca, estaban filmando todo: el saqueo, los niños llorando y los padres angustiadísimos. 9.30 am. Llegan los abogados de Isabel y de Albert. Le piden al actuario que les muestren la orden oficial del lanzamiento. Nosotros ya acabamos. Nuestro trabajo ya terminó aquí, acotó el señor Actuario sin mostrar ningún documento. Pero, esto es un escándalo, exclamaba uno de los abogados. ¿Dónde está la orden? preguntaba casi sin aliento. 9.31 am. No acababa de terminar su frase, cuando llegaron dos policías, que habían sido prevenidos por el actuario, e intentaron llevarse, a las malas, a los abogados. Pero si somos los abogados de la familia No tienen ningún derecho, acotó el más joven. Finalmente los policías los sueltan y se van. 9.35 am: La casa está prácticamente vacía. Ya no queda nada, más que muchos recuerdos. Mientras tanto, María Luisa de diez años, decide despedirse de su piano, tocando, por última vez, en medio de la calle y frente a la gente, una de las estrofas preferidas de su abuela, de Carmen de Bizet. En ese momento, Paulina, la mayor, de 16 años se acuerda de algo muy importante. Corre hacia su casa, se dirige hasta donde esta la chimenea y recupera un cofrecito. Afortunadamente, ése no se lo habían llevado. Eran las cenizas de su abuela Ruth Boker, quien había muerto en esa casa, 90 días antes. Mientras tanto, Victoria de 13 años le suplica a los cargadores: Por favor ya no sigan rompiendo más objetos. Son muy valiosos. ¿Dónde se los van a llevar? Miren, cómo dejaron en el suelo todos los cachitos de las vajillas Uno de los señores se conmueve de la súplica de la niña y le sonrríe, sin embargo sigue trabajando y sacando más y más bultos hechos con las sábanas. 10.00 am: La casa está totalmente vacía. Isabel, Albert y sus cuatro hijos, están en medio de la banqueta, no saben qué hacer, ni a dónde ir. Algunos vecinos les ofrecen algo que tomar Pero dicen que no con la cabeza. Están demasiado aturdidos y tristes como para tener sed. ¿Cómo se dio esta arbitrariedad tan violenta? ¿Quién la había ordenado? ¿Cuáles habían sido los motivos? ¿Acaso se debía a un problema de dinero? O, ¿qué otro motivo pudo haber existido para violentar de esa manera a la familia de Isabel y de Albert? La explicación es muy sencilla. Todo se debe a un problema de herencia de la familia Boker, dueña de la primera y famosísima ferretería que se encuentra en Isabel La Católica y 16 de Septiembre. En septiembre del 2003, Isabel, nieta de Francisco Boker, abrió la sucesión de los bienes del abuelo, la cual no había sido distribuida entre los herederos. Esto molestó profundamente a Pedro y a Klaus, quienes durante décadas nunca han tenido que rendir cuentas a nadie. De allí que el total de la herencia todavía queda por repartir, es decir el edificio Casa Boker, el predio de Tlacopac, 6 mil metros cuadrados, participación en compañías nacionales e internacionales, etc. etc. Pedro y Klaus Boker se niegan a entregar a los herederos la parte que les corresponde del testamento. Isabel y Albert nos dicen que ahora se encuentran en manos del prestigiado civilista Jaime Guerra, responsable de darle solución a la sucesión de la herencia. Por último, nos preguntamos, ¿dónde habrá quedado el piano de María Luisa? Por lo que se refiere a los restos de Ruth Boker, sabemos que estos sí están a salvo en una urna que Paulina guarda con cariño entre sus objetos personales. Por lo pronto, Isabel, Albert y sus cuatro hijos intentan adaptarse a su nueva vida. Gracias a unos amigos muy generosos pudieron mudarse a un departamento en Polanco. A partir de ese día, Isabel tiene una pesadilla recurrente; sueña que sus primos la sacan a patadas de su nuevo hogar...