Hoy citaré una bella historia de la cual desconozco quién es el autor, pero estoy seguro que es de alguien con una gran sensibilidad hacia las cosas bellas y sencillas.

28 abril 2007

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Héctor Tomás Jiménez

Aprendiendo a vivir los momentos inesperados

Una de las cosas que por lo general los adultos olvidamos, es la de disfrutar algunos bellos momentos que la vida nos ofrece, pues los consideramos como eventos que trastocan nuestra rutina de vida; actitudes que están ligadas a criterios formales, relacionados con cosas como "el que dirán" y por lo mismo, abandonamos la idea de volver a disfrutar los momentos que en nuestra juventud o lejana niñez nos alegraban la vida.
Hoy citaré una bella historia de la cual desconozco quién es el autor, pero estoy seguro que es de alguien con una gran sensibilidad hacia las cosas bellas y sencillas, esas que con frecuencia la gran mayoría de las personas pasamos desapercibidas.
Es una historia que tiene relación la lluvia, ese regalo del cielo que en los meses de verano nos acompaña en nuestra ciudad y que muchas veces la sentimos como que nos trastoca la vida por el caos vial que se genera en la ciudad, la inundación de calles y avenidas, la basura que es arrastrada por las calles o antiguos arroyos, la humedad en nuestras casas entre otras, olvidándonos que el agua es vida y nos ayuda a vivir mejor, y más aún cuando hacen florecer las plantas y mejora nuestra vida. En fin, creo que nos olvidamos que de niños, nos gustaba correr y jugar bajo la lluvia.
La historia dice así: "Ella era una hermosa pelirroja de escasos seis años de edad, de sonrisa amable y una mirada llena de brillo, con la cual parecía adivinar el estado de ánimo de las personas. Era la viva imagen de la inocencia, mas sin embargo en su mirada se le percibía también una clara inteligencia y sensibilidad.
Cierto día que acompañó a su mamá de compras a un centro comercial, empezó a llover, y muchos de los que estábamos en la tienda, nos encontramos frente a la puerta de salida, y no podíamos llegar hasta nuestros vehículos sin mojarnos. Todos esperábamos, algunos con paciencia, y otros irritados porque la naturaleza les estaba estropeando su prisa rutinaria.
A mi en lo personal, siempre me ha gustado mucho la lluvia y normalmente pierdo mi vista frente a las gotas que bajan del cielo, y elevo mi mirada hacia las nubes como tratando de adivinar la cantidad de agua que viaja en formas de diminutas perlas y que caen para lavar la suciedad y el polvo de este mundo.
Al mismo tiempo, evoco los recuerdos de mi infancia, me veo corriendo bajo la lluvia y jugando con las gotas de lluvia entre mis manos, imaginado que son como lágrimas de los ángeles del cielo, o bien corrientes marinas que llevan lejos los barquitos de papel. ¡Estos recuerdos son siempre bienvenidos como una forma de aliviar todas mis preocupaciones!
De pronto, la tenue y dulce voz de esta chiquilla rompió mi trance hipnótico con esta inocente frase: --¡Mamá, corramos a través de la lluvia! --¿Qué?, dijo su mamá. --¡Sí, mamá, corramos a través de la lluvia! --No, mi amor, mejor esperemos que pare de llover, contestó la mamá pacientemente.
La niña esperó otro minuto, y repitió: --¡Ándale mamá, corramos a través de la lluvia! Y la mamá le dijo: --¡Pero si lo hacemos, nos podemos empapar y luego enfermar! --¡No, mamá, no nos mojaremos, acaso no fue eso lo que le dijiste esta mañana a papá! Tal fue la respuesta de la niña, mientras jalaba el brazo de su madre.
--¿Esta mañana? ¿Cuándo dije que podemos correr a través de la lluvia, y no mojarnos? --¿Ya no lo recuerdas? Cuando hablabas con papá acerca de su enfermedad, le dijiste que si Dios nos hace pasar a través de esto, puede hacernos pasar a través de cualquier cosa. ¡...Todos nos quedamos en absoluto silencio!
Juro que no se escuchaba nada más que la lluvia. Todos nos quedamos parados, silenciosamente. Nadie entró ni salió del almacén en los siguientes minutos. La mamá se detuvo a pensar por un momento acerca de lo que debería responder.
Este era un momento crucial en la vida de esta joven criatura, un momento en el que la inocencia y la confianza podían ser motivadas, de manera que algún día florecieran en una inquebrantable fe. --¡Amor, tienes toda la razón, corramos a través de la lluvia! ...Y si Dios permite que nos empapemos, puede ser que Él sepa que necesitamos una lavadita. ¡Y madre e hija salieron corriendo bajo la pertinaz lluvia!
Todos nos quedamos viéndolas, mientras corrían por el estacionamiento, pisando todos los charcos. Por supuesto que se empaparon, pero no fueron las únicas, pues de inmediato muchos las seguimos riendo como niños mientras corríamos a nuestros carros. Sí, es cierto, yo también corrí y también me empapé, pues seguramente Dios pensó que también yo necesitaba una lavadita." (Fin de la historia)
¿Qué nos enseña esta hermosa historia? En primer lugar, que muchas cosas y circunstancias en la vida pueden influir o ser motivo para que en algún momento podamos perder nuestras actitudes frente a la vida, e incluso deteriorar nuestra salud con un resfriado, pero nada ni nadie puede hacer que perdamos nuestras más valiosas posesiones, "nuestros recuerdos de niños."
Así que no olvidemos darnos el tiempo y la oportunidad de llenarnos de recuerdos cada día y de aprender que no siempre debemos estar tensos ante la vida, que de vez en cuando debemos relajarnos y dejar que las cosas se acomoden en su sitio de manera circunstancial, y que una tarde de lluvia intensa, puede ayudarnos a limpiar nuestro cuerpo y sobre todo, recuperar nuestro espíritu de niños, y con ello, recobrar las razones por las cuales vivir de manera plena en este mundo.