Hoy la Primera Dama va por la vida de negro, con la máscara puesta y el odio por delante; hoy Marta Sahagún es Lady Vader.
23 mayo 2005
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Gestionan
"Más rápido, más fácil, más seductor" dice Yoda sobre el lado oscuro de la Fuerza. Ese lugar dominado por el enojo y la agresión. Ese sitio seductor por el que camina Marta Sahagún, sable en mano. De la luz de la campaña a las sombras de la Presidencia, de la batalla por lo bueno a la alianza con lo malo. La persona que alguna vez peleó con las fuerzas de la rebelión, ahora parada del lado del Imperio. La mujer que alguna vez fue Jedi ahora los persigue. La transformación ha sido total; la conversión ha sido absoluta. Hoy la Primera Dama va por la vida de negro, con la máscara puesta y el odio por delante. Hoy Marta Sahagún es Lady Vader. Dando órdenes. Lanzando demandas. Planeando agresiones. Orquestando venganzas. Acabando con sus enemigos. Dejándose llevar por la parte sombría del poder y por su temor a perderlo. La clásica historia hollywoodense de una persona que comienza bien y termina mal. La heroína convertida en villana, la idealista transformada en priista, la Marth convertida en Darth. Allí está, al frente de una nave sexenal cuyos días están contados. Allí está, apretando las nucas de quienes no hacen lo que deberían hacer. Susceptible a los halagos, propensa a la petulancia, consumida por el poder que le queda. Dispuesta a todo. Irreconocible. No siempre fue así. Hace apenas 5 años blandía un sable de luz. Hace apenas 5 años sabía cómo y para qué usarlo. Hace menos de un sexenio la fuerza estaba de su lado. Para sacar al PRI de Los Pinos, para acabar con la arbitrariedad, para poner fin a los abusos, para ser diferente. Eso le enseñaron los Obi-Wan Kenobes y los Yodas y todos aquellos que pelearon a su lado a lo largo de la campaña. Y no cabe duda que peleó. Fue el Anakin de Celaya: valiente, arrojada, trabajadora, comprometida, democrática. Fue una de muchos que se unió a una causa necesaria, indispensable, irrenunciable. O parecía serlo. Pero ahora el país sabe que no es así. La mujer sin freno se vuelve instigadora, una y otra vez, del mal que combatió. La República que ayuda a inaugurar traiciona, una y otra vez, sus principios democráticos. El enojo mina, una y otra vez, el ejercicio racional del poder. Una señora agradable y con agallas se convierte en una figura de capa larga y máscara negra, que tortura tarántulas en la oscuridad. Una Jedi simpática y en entrenamiento sucumbe al poder del lado oscuro y se regodea en él. Como diría Yoda de vivir en México: "la persona que soñó, se ha ido ya, consumida por Marth Vader". ¿A quién habrá escuchado? Así como el emperador Palpatine le susurró en el oído a Anakin, alguien le ha susurrado en el oído a Marta Sahagún. Sueños de grandeza, sueños de rutas rápidas, sueños de ascensos ambiciosos. Sueños que encuentran terreno fértil en una mujer impaciente con un cónyuge varado. Sueños que crecen dentro de una persona que dice "yo nunca he pedido nada para mi" pero parece querer todo para ella. Sueños salinistas alimentados en un departamento en Nueva York. La fama, la gloria, el reconocimiento, la longevidad. Sueños que la llevan a hacer un pacto faustiano: perder el alma para quedarse con una porción de poder. Para salvar lo que queda del capital político de una Presidencia que se extingue. Para comprarse un nuevo ajuar. Para seguir saliendo en la televisión. Para pagar el sueldo de su staff. Para demandar a periodistas por las verdades incómodas que publican. Para transformar la rabia desproporcionada en posturas de Estado. Para decir que va caminando mientras le mete el pie a los demás. Porque Anakin, el Jedi fallido, y Marta se parecen. Poseen virtudes similares y vicios compartidos. Combinan las agallas con la agresión, el amor con la ambición, el deseo de hacer con el deseo de romper. Él se irrita con la crítica y ella también. Él rechaza los buenos consejos y ella también. Él necesita vengarse y ella, por lo visto, también. Él se deja seducir por la ruta fácil y ella también. Y por eso él acaba como lo hace y ella se encamina hacia allá. A ese espacio dominado por el dicho de Darth: "Si no estás conmigo eres mi enemigo". Ese espacio de traiciones y mentiras y vendettas, donde se gana a cualquier precio, aunque sea el alma. Ese espacio de destrucción frente al cual Obi-Wan Kenobe murmura "ya no puedo mirar más". Ese es el destino que la Primera Dama elige. Ese destino hambriento, sediento, insatisfecho con lo que tiene y en la búsqueda permanente de más. Ese destino que entrañará, sin que lo sepa siquiera, el descenso gradual a un infierno personal. Un infierno poblado por las contradicciones que la acompañan dondequiera que va. Una mujer que pide privacía pero le muestra el ultrasonido de su nuera a las periodistas de sociales. Que cuestiona el derecho de los demás a "meterse en la intimidad de una familia" cuando ella misma la comparte. Que resiente la intromisión de Olga Wornat pero corteja la intromisión de la revista ¡Hola! Que quiere ser figura pública pero sólo en sus propios términos. Que dice "señores, no hay nada" cuando el Financial Times revela mucho. Que actúa "con las vías legales al alcance de cualquier mexicano" pero obliga al Estado Mayor y a la Secretaría de Hacienda a defender a sus hijos. Esas contradicciones inocultables. Esa parte oscura de la Fuerza co-presidencial. En su libro Caminando, Marta Sahagún dice "tampoco imaginé que sería una mujer sobre la cual se escribirían libros y libelos; obras de teatro y parodias, una mujer a la cual los medios de comunicación le dedicarían comentarios políticos, sociales, de espectáculos y caricaturas de todos colores". Pero ese destino no ha sido accidental; ha sido buscado. Ese perfil no ha sido gratuito; ha sido cultivado. La quemazón que la señora Sahagún padece ahora es producto de su ingreso entusiasta a la cocina nacional. Y en ese lugar, lo privado se vuelve público. Quien se viste con un traje público, pagado por el erario, debe quitarse el vestido privado. Quien participa del presupuesto está sujeto al derecho de la población a saber qué hace con él. Quien permite que su familia obtenga privilegios producto del poder, no puede esgrimir el argumento de la privacidad para protegerla. Quien gasta recursos de la ciudadanía y toma decisiones que la afectan, está sujeto al escrutinio permanente. Parte de esa labor pertenece a los periodistas. Parte de esa labor es la que hace Proceso. Esa rebeldía constante contra el imperio de lo oculto. Esa tarea cotidiana de exponer la brecha entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se promete y lo que se cumple, entre la imagen que intentan proyectar los políticos y quienes son en realidad. Esa tarea que le permite al país confrontar a la clase política consigo misma y con lo que hace. Los abusos grandes y los abusos pequeños, las mentiras escandalosas y las mentiras piadosas, los aviones privados y las bahías compradas, los contratos asignados y los contratos ocultos, las anulaciones matrimoniales y la forma discrecional en que se obtienen, los usos del poder y cómo se malgasta. Esa tarea, a veces excesiva, a veces estridente, a veces peleonera, con la que se construyen espacios de libertad. Espacios de ciudadanía. Espacios arrebatados a las sombras. La defensa de Olga Wornat le tocará a ella misma. Pero la defensa de Proceso es una causa común. Una causa Jedi. De muchos. Porque Proceso tiene una razón de ser que antecede a Marta Sahagún y la sobrevivirá. Cuando la señora Sahagún regrese al rancho algún día, Proceso seguirá allí. Molestando a todos. Incomodando a todos. Confrontando a todos. Tiene un lugar ganado que ningún Presidente le otorgó y que ninguna esposa podrá arrebatarle. La señora Sahagún se equivoca al intentarlo. Porque en las sociedades abiertas, los políticos no demandan a los medios. Saben que es una batalla contraproducente, una batalla fútil, una batalla perdedora. Cuando un imperio contra-ataca, demuestra lo débil que es en realidad. Y aunque Marth Vader gane un pleito legal, habrá perdido una guerra moral. Así como la perdió Darth Vader. En el último episodio de su vida, todo lo que hacía carecía de sentido, de significado, de importancia. Todas sus acciones olían a desesperación. Olían a miedo. Y lo mismo le está ocurriendo a Marta Sahagún. Porque el sexenio se acaba. Porque sus hijos no la redimirán. Porque no queda claro que podrá deslindarse del lado oscuro y arrojar el mal al vacío. Porque la bondad que quizás alguna vez cargó dentro se ha extinguido. Y finalmente porque nada, ni la misma Marth Vader, puede contra el poder de la fuerza. La verdadera. La de quienes, pase lo que pase, seguirán peleando y publicando desde aquí.