Jean Meyer: ¿Recordar o no recordar?
20 septiembre 2004
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Gestionan
La memoria es, como la lengua, la mejor y la peor de las cosas. Sin memoria uno no puede caminar, con demasiada memoria tampoco puede caminar. Hemos olvidado, nosotros los occidentales que en este año de gracia de 2004, los cristianos ortodoxos celebran con perseverante amargura, dolor y rencor los 950 años del gran cisma que separó hasta hoy el Occidente católico romano y el Oriente ortodoxo; celebran también y de la misma manera los 800 años de la toma de Constantinopla por los cruzados latinos, nuestros antepasados católicos. ¿Por qué me atrevo a apostar que el Papa Juan Pablo II y el patriarca ortodoxo moscovita Alexei (Alejo) tendrán que llegar primero al cielo para el abrazo que no se darán nunca ni en San Pedro de Roma ni en San Basilio de Moscú? Precisamente porque hace 800 años, en abril de 1204 para ser más exacto, los cruzados latinos, descarrilados por la gran potencia de la época, Venecia, en lugar de pelear contra el turco para liberar el Santo Sepulcro de Jerusalén, fueron a destruir el imperio romano de Oriente y tomar su capital Constantinopla. Mil 204, mucho más que 1054, es la verdadera fecha del gran cisma, anterior y sí posiblemente más doloroso que el de la Reforma protestante, el cisma entre los cristianos occidentales y orientales. Fue necesario esperar hasta 2001 para que un Papa, Juan Pablo II, pidiera perdón en Atenas a las iglesias ortodoxas por las ocasiones pasadas y presentes en las que los hijos de la Iglesia católica han pecado por acción y por omisión con sus hermanos y hermanas ortodoxas. Hasta arrancó el aplauso de los que veían en él casi el Anticristo, cuando mencionó algunos recuerdos especialmente dolorosos y algunos acontecimientos del lejano pasado (que) han dejado heridas profundas en la mente y el corazón de personas de hoy. Me refiero al desastroso saqueo de la ciudad imperial de Constantinopla y el hecho de que fueran cristianos latinos llena a los católicos de una gran consternación. No dudo que este hecho le duele en el alma al Papa; dudo mucho que sientan lo mismo los católicos y los protestantes por la sencilla razón de que ni se acuerdan de Constantinopla. En su tiempo, en 1204, el Papa Inocente III se había indignado contra los cruzados; al ver cómo Venecia desviaba sus energías guerreras contra otros cristianos, el Pontífice había prohibido todo ataque contra Constantinopla. De nada sirvió y la palabra cruzada disimuló mal el crudo hecho de los intereses comerciales de Venecia y de los apetitos de muchos cruzados. Un poco como en el caso de la cruzada de Bush contra Bagdad. Cuando el Papa se enteró de la desobediencia de los cruzados, de la matanza de unos 2 mil civiles después de la batalla, del saqueo de la ciudad más rica del mundo (los cruzados después de pagar su deuda a Venecia se repartieron 400 mil marcos de plata, o sea siete veces los ingresos anuales del reino de Inglaterra), del saqueo y de la profanación de las iglesias, no le quedó más que sus ojos para llorar. Lo que harían siglos después los primeros protestantes, ciertos revolucionarios franceses, mexicanos, bolcheviques, españoles, lo hicieron esos cristianos católicos, apostólicos y romanos. En la catedral Santa Sofía, se sirvieron de los íconos como mesas para tragar y emborracharse, sentaron una prostituta sobre el trono del patriarca, la cual bailó y cantó para ridiculizar la hermosa liturgia oriental. Como si fuera poco, violaron las tumbas de los emperadores bizantinos en el templo de Los Apóstoles. Con razón se arraigó un profundo sentimiento de odio y desconfianza contra todo lo que venía del Occidente llamado latino; con razón en 1453, en vísperas de la caída de Constantinopla, tanto la nobleza como el pueblo bizantino pudieron exclamar: ¡Mejor el turbante turco que la tiara pontificia!. Las iglesias ortodoxas que cayeron por siglos bajo el dominio del imperio otomano, se consideraron como abandonadas y traicionadas por los cristianos occidentales; las iglesias ortodoxas eslavas, empezando por la mayor de todas, la rusa del patriarcado de Moscú, han compartido ese sentimiento hasta la fecha. Hoy en día los elementos conservadores que forman la mayoría cultivan esa infeliz memoria histórica para impedir todo acercamiento con Roma, algo que consideran como una apostasía. Eso pesa tanto, si no es que más, que las diferencias litúrgicas y teológicas, más incluso que el problema muy serio de la relación entre el Papa y las otras iglesias cristianas (la doctrina tradicional romana, intocable hasta Juan Pablo II, es que el Papa de Roma es la cabeza de la Iglesia universal, mientras que los ortodoxos, si bien pueden concederle una primacía honorífica, consideran que la relación entre las iglesias es de autonomía e igualdad, con la autoridad superior del Concilio Universal). Bien se lo dijo al Papa el primado griego Cristodulos: El pueblo griego y ortodoxo sufrió mucho por culpa de Occidente y subsisten heridas muy profundas, en especial en recuerdo de los acontecimientos de la cuarta cruzada (1204). Por eso el Papa contestó: Pienso al saqueo dramático de la gran ciudad de Constantinopla que era desde tanto tiempo el baluarte de la cristiandad en Oriente. Que unos cristianos latinos se hayan volteado contra sus hermanos en la fe, llena los católicos de un profundo pesar. ¿Cómo no ver aquí el mysterium iniquitatis, el misterio de iniquidad obrando en la historia del hombre? El juicio es de Dios solo, por eso confiamos el pesado fardo del pasado a su misericordia infinita (4 de mayo, 2001). Esas últimas frases son de una candente actualidad, mundial y nuestra. jean.meyer@cide.edu