Jorge Héctor Velasco García, en 'El canto de la tribu', un ensayo sobre la música popular alternativa en México, da un pormenor de lo que aquí se ha cantado...
09 enero 2005
""
Noroeste / Juvenci Villanueva
Jorge Héctor Velasco García, en "El canto de la tribu", un ensayo sobre la música popular alternativa en México, da un pormenor de lo que aquí se ha cantado... en huelgas, marchas, movimientos políticos, movimientos sociales, huelgas de hambre, mítines en el zócalo, mítines en quioscos de pueblos, fábricas, fiestas, reuniones en las que los infiltrados por la policía son los cantantes más entusiastas... Es el ámbito (melódico, letrístico) de la resistencia a la injusticia, la explotación, la deshumanización capitalista, es el ofrecimiento de mínimos respiraderos como la libertad a raudales. Con la precisión y las vaguedades de la memoria, recuerdo en 1954 a Concha Michel, la amiga de Diego Rivera, en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes, rodeada de gente afligida que le pide Sol redondo y colorado (su canción) y Por un amor, la ranchera, tanto del gusto de Frida Kahlo. Cerca del féretro, Concha Michel canta y se hace un silencio punteado de gritos de admiración a la difunta. Es ese momento, uno de los más encarnizados de la guerra fría en México, las canciones revolucionarias, para decirlo suavemente, no están de moda... Ahora le doy entrada en mis recuerdos a la estación de Buenavista, colmada de trabajadores y de militantes de izquierda. Es 1958, y el Sindicato de Ferrocarrileros dirigido por Demetrio Vallejo ha ganado la huelga, y el mariachi toca La rielera, y el júbilo le impone a la letra una connotación extraña: "Traigo mi par de pistolas con su cacha de marfil, para agarrarme a balazos con los del Ferrocarril". Evoco los velorios de camaradas de la época heroica del Partido Comunista Mexicano, cuando los militantes (ellos y ellas) entraban a la cárcel 3 días o una semana, y salían a hacer exactamente lo mismo, imperturbables. En el filo de la medianoche, alguien repartía hojitas con la letra de La Internacional, siempre distinta excepto en las líneas finales: "Que se alcen los pueblos con valor, con La Internacional". Perdón, sí existían las variantes: "Que sea la raza humana soviet internacional". Dos escritores, José Revueltas y Juan de la Cabada; el escenario: la Escuela de Artes Plásticas en la Academia de San Carlos; el año: 1961; la ocasión: la huelga de hambre de intelectuales y artistas, en apoyo a la sostenida por presos políticos ferrocarrileros en el penal de Lecumberri. Juan y Pepe cantan: "Señores, a orgullo tengo de ser antiimperialista y militar en las filas del Partido Comunista y militar en las filas del Partido Comunista" (con música de El corrido de Cananea). Luego, Juan trae a la memoria sus andanzas carcelarias, algunas de sus múltiples estancias relámpago en las comisarías de la Ciudad de México. En una huelga de hambre en la Escuela de Artes Plásticas (en la calle Academia), Juan la emprende con una canción presidiaria que pronto se populariza entre la izquierda universitaria: "Me fueron a vender un santo sin marco, sin cristal y sin vidriera. Me fueron a vender un santo sin marco, sin cristal y sin vidriera. La gente preguntaba qué santo era, y era el santo más chingón de la galera. Era de nogal, era de nogal, era de nogal el santo. Hijo de un cabrón, hijo de un cabrón, por eso pesaba tanto". 2 Es 1968, llega a mi casa una amiga a la que conocí años antes por su compañero, un ex líder del sindicato minero de Chihuahua, Adán Nieto, que fue preso político, y luego hasta su muerte, defensor de militantes en la cárcel. Judeth viene contentísima, le fascinan las marchas, y los mítines y las brigadas callejeras, y extrae su guitarra y, para entrar en calor, entona una de sus primeras composiciones, que le grabó Jorge Negrete: "¡Ay, que viva la parranda, larga, larga, larga, pero que borracho estoy!", y me vuelve a señalar su cambio de ruta y su radicalización ("Le debo mucho a Adán"), y lo que les compone a los muchachos. Canta y la potencia de su voz y su entusiasmo me conmueven, inevitablemente. Nunca dejará de hacerlo, hostigada y perseguida por la policía, en mítines improvisados, en mercados, en auditorios de la UNAM y del IPN. Y lo hará en las semanas siguientes al 2 de octubre de 1968, cuando el miedo es la consigna corporal a vencer, cuando casi nadie se atreve a la denuncia. ¡Qué extraordinaria Judith Reyes! 3 En su ensayo, ganador merecido del premio Lia Kostakovsky, Jorge Velasco examina el proceso de la música comercial que termina o no siendo música popular (este proceso ya ha concluido. La industria produce ahora música de la obsolescencia fatal). Hay obras maestras, y cantantes y compositores de primer orden, entre ellos Lucha Reyes, Manuel Esperón, José Alfredo Jiménez, Tomás Méndez. Son reconocidos y de acuerdo con quienes los escuchen o los canten, en qué situación anímica o económica se hallen, y en qué momento, resultan ser marginales e incluso a ratos poderosamente subversivos, porque esas canciones son el mayor estímulo en la desposesión anímica. Contribuyen al rito de pasaje del campo a la ciudad, de la familia tribal a la familia nuclear, de la vecindad a la unidad multifamiliar, de la parranda larga al encierro de buró. El templo mítico de estas instituciones del resentimiento generoso es el bar Tenampa en la Plaza Garibaldi; el conjunto ideal para la fiesta que exige el tributo de la pérdida de los sentidos es el mariachi; el signo de su arraigo en el pueblo es la memorización a la hora buena. Velasco, con razón, le adjudica una gran importancia al corrido, el cantar de gesta o, ahora, en la etapa de los narcocorridos, el anticantar de gesta. Los corridos son literatura popular, chismes convertidos en tragedias, episodios de la vida rural vueltos instituciones singulares de la remembranza. Gracias al corrido, los personajes y las batallas de la Revolución Mexicana se vuelven hechos hogareños, y las veladas campiranas adquieren su perfil narrativo: "Qué se creían esos americanos que combatir era un baile de carquís, con la cara cubierta de vergüenza se regresaron corriendo a su país". (De En esto México, febrero 23). "Me agarraron los cherifes al estilo americano como era hombre de delito, todos con pistola en mano". (De El corrido de Cananea).