La crisis sinaloense es de largo aliento porque sin duda padecemos un cataclismo identitario. Es por esto que es de suma importancia alentar y promover la búsqueda, rescate y recreación de los mejores ejemplos del trabajo, inteligencia, creativid
22 octubre 2005
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Noroeste / Pedro Guevara
La nación mexicana de 1929 a 2000 fue moldeada en lo fundamental por el barro del régimen posrevolucionario dirigido por el Partido Revolucionario Institucional.Con una educación controlada por el Estado, los medios de comunicación puestos a su servicio, recuérdese a Azcárraga Milmo declarándose "un soldado del PRI"; la vida cultural y social de 110 millones de individuos, si tomamos en cuenta los paisanos que emigraron a Estados Unidos, guiada por los hilos de las instituciones estatales a lo largo de poco más de 70 años, asimiló de una u otra manera la imagen nacional mexicana a través del prisma del sistema priista.
En el transcurrir de siete décadas, la construcción nacional fue forjada en lo esencial mediante la historiografía oficial, ritos, ceremonias y símbolos plasmados desde la niñez en la población del país, cubriendo todos los poros de la piel mexicana. A partir de los 50, nuestra nacionalidad acabó de moldearse con la arcilla de la cultura popular que brotaba de las pantallas cinematográficas y las ondas radiales y televisivas.
El cine de la época de oro, las telenovelas de Televisa, las radionovelas de la XEW y la XEQ, las canciones de José Alfredo Jiménez y la música de mariachi culminaron la obra de un imaginario cultural compartido en un México que resistía los impactos más avasalladores de influencias culturales externas.
Con el inicio de la integración económica de México al mundo, y especialmente a raíz de la firma de acuerdos con el GATT y del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se aceleró el arribo de poderosas influencias internacionales.
En el frente interno, el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994 sacudió el avispero de la identidad nacional, al confrontar ideas muy rígidas sobre las características de nuestra nación.
La obligada respuesta a la crisis política e identitaria fue la de establecer constitucionalmente por primera vez en nuestra historia que la nación mexicana reconocía su carácter pluricultural y multiétnico.
Seis años después, el triunfo del PAN y Vicente Fox se tradujo no tan solo un acontecimiento sino un cambio, en el plano cultural, de enorme trascendencia. Al ceder el tricolor el poder a un grupo con una concepción ideológica más tradicional, el aparato cultural que funcionó durante más de 70 años fue severamente sacudido.
Dice el ensayista cultural Leonardo Peralta: "Ante la pérdida del control en los medios de comunicación, la desintegración de los vínculos que vertebraban el sistema educativo nacional y la fragmentación del poder antes en manos del sistema de gobierno, es que nos hallamos ante una situación poco menos que inédita. Una nación cuya imagen simbólica se encuentra desestructurada y sin referentes claros a la caída del antiguo régimen político".
En este escenario nacional, con los símbolos culturales desestructurados, las identidades regionales, por lo mismo, también están sumidas en esa profunda ruptura sistémica.
La construcción simbólica, por ejemplo, del sinaloense tradicional: voluntarioso, solidario, amistoso, bronco, gustoso de los desafíos y festivo, se ha visto gravemente desestructurada por una imagen de una personalidad violenta, conflictiva, pasmada, inercial y conformista. En verdad, tanto el país como sus regiones, en este caso, la sinaloense, enfrentan crisis identitarias de largo plazo.
Esta crisis no es general ni idéntica en todas las manifestaciones y los corredores sinaloenses, pero sí está muy acentuada en su sistema educativo. La educación pública, una de las esferas que más ha sufrido los embates de las nuevas concepciones del Estado desde la década de los 80, padece un desgaste y descomposición de tales dimensiones que ha incidido de manera directa en la crisis de la identidad regional.
La UAS, por ejemplo, se ha extraviado desde hace tres décadas en un laberinto de absurdos que solamente pueden ser toleradas por una sociedad en estado de acriticismo crónico y pasmo social agravado por largos años de lento crecimiento económico, una violencia inaudita y una crisis identitaria.
En la Casa Rosalina, los actores de menor poder e influencia en su quehacer y destino son los que se dedican a las actividades académicas, culturales y científicas. Es decir, quienes, en cualquier universidad normal del mundo, son sujetos centrales en las definiciones de una institución de educación superior, en la UAS son menospreciados, vilipendiados y marginados por los grupos burocráticos y políticos de la institución.
Tal y como se ha observado en esta semana y a lo largo de varios lustros, un grupo reducido de empleados administrativos y de intendencia puede interrumpir las actividades de la universidad porque en su estrecha visión de las cosas, "sus derechos" están por encima de la educación y la ciencia. Es decir, en la UAS, como en otras instituciones educativas del estado, se ha perdido la noción más elemental de lo que es una universidad y cuál es su papel en la sociedad.
El conflicto, que en otras regiones del país y en otras sociedades es una anomia estructural o una disfuncionalidad sistémica, en la más grande las universidades públicas sinaloenses es la norma (o "es normal", como diría un clásico) e, incluso se ve como una "oportunidad".
Dijo un profesor preparatoriano uaseño en un foro reciente: "no nos debe asustar el conflicto, porque como dijo Kuhn (¡sic¡) es una oportunidad para superar problemas". Este filósofo de la ciencia si escuchara como se dicen sandeces en su nombre se revolvería en su tumba, pero más grave aún, es que los padres de familia, las organizaciones no gubernamentales, los intelectuales, los empresarios, los gobernantes del Estado no exijan de manera enérgica que la Universidad Autónoma de Sinaloa no puede seguir en estado de degradación.
Todas las sociedades experimentan cíclicamente crisis económicas, sociales y políticas, pero cuando padecen crisis de identidad estamos en medio de un escenario histórico mayor porque estamos hablando prácticamente de una crisis civilizatoria.
La crisis sinaloense es de largo aliento porque sin duda padecemos un cataclismo identitario. Es por esto que, quitando las intenciones propagandísticas y los ribetes demagógicos, la campaña emprendida por el Gobierno del Estado y en la que por separado y de manera coincidente ha emprendido el diario Noroeste, es de suma importancia alentar y promover la búsqueda, rescate y recreación de los mejores ejemplos del trabajo, inteligencia, creatividad, valentía y honestidad sinaloenses que haya en cada pueblo y ciudad del país y del mundo.
El encuentro de un nuevo rumbo y de una identidad más satisfactoria para la nueva etapa que enfrenta Sinaloa en la sociedad global, es tarea de muchos y diferentes, pero con una madurez necesaria para conciliar la pluralidad de géneros, opiniones, gustos, preferencias, condiciones sociales e inclinaciones políticas e ideológicas.
Ante esta desafiante tarea, las instituciones de gobierno, los medios de comunicación y las instituciones educativas tienen una responsabilidad a la que no pueden renunciar, pero la obra será menos difícil y tendrá sentido más claro si la débil sociedad civil sinaloense se vigoriza a partir de la crítica y la acción organizativa-constructiva.