La crítica política es un oficio con sinsabores.
01 marzo 2005
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Gestionan
La crítica política es un oficio con sinsabores. Quizá el más amargo sea aquel que se produce cuando los amigos se convierten en actores de la política. Cuando el crítico habla de lo público los amigos dejan de serlo. Ahí son un actor político más. Esa metamorfosis de amigo a sujeto de estudio, es difícil de comprender. ¿Por qué me critica fulano, si es mi amigo? Pero los críticos somos seres humanos y como tales tratamos de conservar nuestras amistades. Las querencias van haciendo su trabajo, mellando la cabeza frente al corazón. Quizá por eso cuando los amigos se meten en política lo más fácil para el crítico es guardar silencio. Pero ese acto, dejar pasar, es en el fondo una falta por omisión. Quien acude a ese refugio, al silencio, va dejando que los sentimientos gobiernen. Allí están los dilemas. La semana pasada, un grupo de muy distinguidos escritores, historiadores, artistas plásticos, académicos y en general mexicanos muy respetables, entre los cuales están varios amigos, publicaron un desplegado cuyo contenido es, desde mi perspectiva, muy debatible. Entiendo que en ocho párrafos es muy difícil introducir matices. Entiendo que todo pronunciamiento de ese tipo es producto de coincidencias muy generales trabajosas de lograr. Pero aún así uno está obligado a no apoyar pronunciamientos colectivos que pudieran contradecir convicciones personales. El escrito, hasta dónde estoy enterado, fue promovido por personas muy cercanas a López Obrador. La consigna era clara: oponerse al posible desafuero. Hasta allí todo va bien. El desafuero es una acción discutible y hay argumentos válidos para oponerse. Esos argumentos no están allí. Sí en cambio otros muy riesgosos. En los tres primeros párrafos el escrito exhorta a valorar el difícil avance democrático del país, a subsumir los intereses individuales y partidarios a los intereses superiores y "como prioridad fortalecer las instituciones en vez de socavarlas". En el cuarto comienzan los problemas. Un "auténtico Estado de Derecho supone que la ley se aplique de manera estricta, sistemática y universal". Nada que discutir. Pero "existe la percepción fundada en numerosos ejemplos concretos, de que en los últimos años se ha hecho una aplicación selectiva y arbitraria de los criterios de legalidad o ilegalidad al aplicarlos, según la conveniencia a diversas situaciones". Así se justifica que el desafuero "suscite suspicacias en amplios sectores, que advierten el propósito interesado de suprimir a un adversario político". Se trata de una argumentación débil y un poco mañosa. En la última década México ha experimentado un notable avance en el equilibrio de poderes. La pluralidad política ha sido una vertiente de ese fortalecimiento. Otra vertiente prometedora ha sido una creciente presencia del Poder Judicial en particular de la Suprema Corte de Justicia. Con todos sus bemoles, en los "últimos años" hemos visto al propio titular del Ejecutivo (Zedillo y Fox) tener que retractarse o corregir posturas en varias ocasiones ante pronunciamientos judiciales. Empresarios, políticos, militares, familiares de hombres del poder, han sido tocados por acciones de la justicia mexicana. El adiós a las excepciones, incluidos los aspirantes a la Presidencia, es un gran avance. Argumentar la discrecionalidad histórica como justificación de suspicacias presentes, propicia un círculo vicioso: como la justicia fue imperfecta mejor que no se aplique. Si queremos que se acabe la discrecionalidad lo peor que podemos hacer es invocarla para avalar nuevas excepciones. De allí el texto regresa, en el sexto párrafo, a la defensa de la "institución electoral". Se vincula así al desafuero como una acción que erosiona al IFE, lo cual es incorrecto. Lo que le conviene al proceso electoral de 2006 es que ningún aspirante, incluido AMLO, tenga problemas con el Judicial. Eso marca la ley. De allí el desplegado brinca súbitamente a la versión catastrofista: "Una atmósfera de desconfianza y escepticismo conduciría previsiblemente, a abstenciones masivas o, en el peor de los casos, a turbulencias imprevisibles". ¿De qué estamos hablando? El desafuero, que muy probablemente no se dé por otros motivos, es apenas el primer paso que podría conducir a un proceso en el que AMLO podría vencer. Amenazar con "turbulencias" políticas por una posible investigación judicial no fortalece a la democracia, la hiere. Sólo falta que a priori ciertas personas no puedan ser investigadas. ¡De qué se trata! En el séptimo párrafo el desplegado resbala sin salvación posible. Todo el proceso de democratización de México está en peligro "mientras no se renuncie a la práctica incivil de exterminar al contrario" ¿De verdad estamos ciertos de enfrentar un acto de "exterminio"? Al escalar así el lenguaje, al sacarlo de proporciones, se cae en el fantástico uso político que del caso se ha hecho. Se cae en el juego de AMLO. López Obrador tuvo varias oportunidades de defenderse jurídicamente. Personal de la PGR se reunió con colaboradores suyos para ver las salidas. Nada se operó. Hoy, convertido en víctima, situación ideal de su precampaña, transforma su caso en una falsa disyuntiva: democracia, ¡No al desafuero!, o autoritarismo. Quien ha escalado el problema es él. Lo hizo al desatender sistemáticamente las salidas que se le plantearon. Lo hace hoy dividiendo al país en ese falso dilema. Estar en contra del desafuero, supone apoyarlo a él como emblema en contra de la "arbitrariedad". AMLO puede todavía resolver sus problemas con el Judicial, en los tribunales, y ser candidato. Lo que no se entiende es que no quiera resolverlos y pretenda, con amenazas, como lo hizo en Tabasco y con el asunto de su residencia para ser candidato al GDF, convertirse de nuevo en una excepción. Eso no es democrático. La supuesta intención de "exterminio" de las "fuerzas oscuras" involucra al Presidente Fox, electo legítimamente, al Legislativo, producto también de las elecciones y al Judicial, al que se descalifica aludiendo a un pasado indefinido, es decir involucra a toda la República. ¿Será? "Al pueblo hay que respetarle, inclusive, su derecho a equivocarse" es una expresión final muy mañosa del desplegado que esconde otra premisa errónea. ¿Y si el pueblo apoya la ilegalidad como forma de hacer política, qué es lo democrático? El pueblo de México, sea eso lo que sea, tiene el derecho de votar por quien quiera. Pero ese quien quiera tiene primero que someterse a un marco legal que a todos nos obliga y somete. Ni siquiera "el pueblo" y sus líderes tienen derecho a pisotear las normas. Así surgió el fascismo o ¿ya se nos olvidó? Ir al desafuero puede ser una imprudencia en tanto que hay debilidades jurídicas en la ruta (no hay pena sin delito sería sólo una). Pero lo que también resulta una imprudencia es exonerar a un aspirante de una investigación como resultado de una amenaza explícita de inestabilidad. Bajo amenaza no hay diálogo o negociación. Eso se llama extorsión y AMLO la está ejerciendo.