La culpa

Gabriela Soto
18 enero 2013

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Resulta que los chinos no sienten culpa. La culpa es, como la modestia, el amor cortés o la simismidad, un artículo judeocristiano, y se puede perseguir por la Biblia: "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios", "acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de conciencia culposa, y lavados los cuerpos con agua", "porque el que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda".
En contraste, la culpa no es un elemento de la religión china, y está ausente en el Confucianismo, el Taoísmo y el Budismo. De hecho, Confucio cuestionaba el sentido de un castigo a los criminales.
Los chinos, bendecidos con la ignorancia de todos estos prejuicios que nos condenan desde el fruto prohibido, se han librado de la culpa, y lo más parecido que tienen es la vergüenza de haber fallado en su rol social un exquisito elemento para la supervivencia del comunismo, o la culpa en un sentido legal.
La vergüenza y la culpa son distintas en el sentido de que la primera es social y la segunda moral. De hecho, la culpa no tiene nada que ver con los actos, ya que uno puede ser culpable y no sentir culpa, o ser inocente y sentirla. Uno puede sentir culpa hasta de ver que alguien más haga algo. Los actos, en el aspecto de lo moral, siempre son reflexivos: actúan en contra de uno mismo. La vergüenza, en cambio, se cura con el anonimato.
Tal vez eso ayude a ejemplificar por qué los chinos andan por ahí tan libres de pecado. Si la culpa es moral y la moral depende de la autocrítica y de la conciencia del yo, resulta que el concepto del yo chino no está ligado, como en nuestra cultura de ascendencia platónica, con el concepto de individuo. El "ser" chino no está construido con aspectos psicológicos, sino sociales.
La culpa, como embajadora de la moral, nos reprime de actuar de una u otra manera. La culpa, la culpa, la gran culpa nos hace expiar la posibilidad futura de malas decisiones. Pero también nos hace tomar decisiones nocivas: hay matrimonios por culpa, hay trabajos por culpa, o hay quienes siguen en ese trabajo infame por culpa. La moral subconsciente juega un papel importante en nuestra vida, al grado que nos puede imponer lo que hacemos ocho horas al día o la persona con quien vivimos.
Si bien la culpa está basada en el criterio de haber actuado en contra de la ley o de la moral, el núcleo de su mitología está en el Pecado Original. De modo que la culpa puede y ha sido diseñada para ser absoluta e incuestionable. La absolución de nuestros pecados nos permite irnos en paz, pero no libres de culpa. Ésta es el lugar oscuro que hace al código imborrable: no tiene redención.
Los infelices chinos nacen sin ella y mueren sin ella. Como ellos lo ven, su cuerpo es apenas la vasija por donde transitan energías y emociones que pertenecen al exterior. Su verdadero yo es la nada, es la disolución, y todo lo que les ocurre, lo que piensan y sienten es apenas, en ese subconsciente oscuro, el reducto de algo inevitable, incontrolable y ajeno.
Para nosotros, nuestra memoria y nuestras emociones son lo que somos. Por lo tanto, nuestros actos y hasta la ilusión de los actos son los que determinan nuestro paso por la existencia. Para ellos, la existencia es más simple: es algo que comenzó sin pedirlo y se irá sin quererlo. Los actos y sus fantasmas no tienen nadie a quién perseguir.
De modo que la culpa es el pan del domingo. Me queda claro. Pero la duda, ahora, es distinta. ¿Entonces serán chinos estos desgraciados?

jevalades@gmail.com