La desnuda sencillez
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Sugey Estrada/Hugo Gómez
El reposo de estos días es ideal para reflexionar sobre el sentido acelerado y complicado en que transcurre nuestra existencia. La vida es sencilla, pero la tornamos demasiado compleja porque la teñimos con innumerables apegos, deseos, afanes y aspiraciones.
No es malo soñar, planear, prever y anhelar conseguir las metas que perseguimos, lo lamentable estriba en los objetos innecesarios con que queremos llenar el vacío que llevamos dentro del alma.
Para ser felices no necesitamos adquirir interminables y extravagantes cosas, tampoco es necesario correr ni apresurarse excesivamente.
El amor que colma y sacia nuestro ser tiene los pies descalzos y entra sigiloso en nuestra alcoba, no necesita mansiones espectaculares, discursos circenses ni ropajes de seda.
"Me agrada vivir entre cosas sencillas como el tener arroz ordinario para comer, agua para beber, y mi brazo doblado como almohada", señaló Confucio.
Henry David Thoreau, en su obra Walden, describió a un inmigrante irlandés que se complicó al no contentarse con lo sencillo y esencial: "Intenté ayudarle con mi experiencia, yo no tomaba té, ni café, ni mantequilla, ni leche, ni carne fresca, pero como él empezaba con té, café, mantequilla, leche y carne de vaca, tenía que trabajar duro para pagarlo y como había trabajado mucho, tenía que comer mucho para reparar el gasto de energía, de modo que estaba descontento y había malgastado su vida, aunque había creído que salía ganando al venir a América".
Sin embargo, prosiguió, "la única América verdadera es aquel país donde somos libres para seguir un modo de vida que nos capacite para pasarnos sin esas cosas y donde el Estado no intente obligarte a mantener la esclavitud y la guerra y otros gastos superfluos que directa o indirectamente resultan del consumo de todo esto".
¿Soy sencillo o complico mi existencia?
rfonseca@noroeste.com @rodolfodiazf