La dictadura priista
09 mayo 2009
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César Peña Sánchez/ APRO
La historia es la memoria de la humanidad y aunque grupos interesados se ocupan de borrarla, algo queda, e incluso se puede armar nuevamente y por si esto fuera poco, hay hechos que se repiten; mas el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra, así el pueblo de México no solamente ha sufrido las felonías del PRI sino que no se ha podido deshacer de falsas creencias de sus mitos y parece que pone oídos sordos a las verdades tangibles que llegan a su conocimiento. La siguiente es una de ellas.En 1949, durante el sexenio del Presidente Miguel Alemán, el corrupto alcalde de San Pedro de los Saguaros es linchado y decapitado por los indígenas que habitan el lugar.
Corren tiempos electorales y el Gobernador no está dispuesto a ver peligrar su posición por un escándalo político, por lo que ordena a su Secretario de Gobierno, el Licenciado López que nombre un nuevo alcalde para San Pedro.
López decide que el más indicado es Juan Vargas, un inofensivo y fiel miembro del PRI que seguramente no será un corrupto como su antecesor.
Es así como se va tejiendo la historia que lleva a la pantalla Luis Estrada, que a la vez es su productor, con un elenco de actores bastante numeroso: Damián Alcázar, como Juan Vargas; Pedro Armendáriz, Jr. Como Licenciado López; Dalia Casanova, como Rosa, esposa del Dr. Morales; Juan Carlos Colombo como Licenciado Ramírez, Alex Cox como el gringo, Miguel Ángel Fuentes, como Pancho. La lista de personajes es larga.
El escándalo suscitado por la Ley de Herodes representa un eslabón más, ojala que el último, en la lamentable cadena de censuras por motivos políticos que ha agobiado al cine de nuestro país. Y es un escarnio más como lo fueron "La Sombra del Caudillo", 1960, o Rojo Amanecer, 1989.
La Ley de Herodes fue primero aprobada como proyecto fílmico, para luego ser objeto de un burdo intento de veto que terminó provocando la renuncia de Eduardo Amerena, director del Instituto Mexicano de Cinematografía, IMCINE, y el consiguiente desprestigio de las autoridades cinematográficas mexicanas.
La ola desatada por el escándalo generó una gran publicidad gratuita a la cinta, la cual se convirtió en una de las más taquilleras de principios del año dos mil. Sin embargo, la polémica terminó por desviar la atención del público hacia aspectos de índole extra-cinematográficos, dejando a un lado algo muy importante: Que la Ley de Herodes es una excelente película.
La impecable factura técnica de Luis Estrada, evidente en Bandidos, 1990, y en la esplendorosa y poco difundida Ámbar, 1994, se manifiesta en la Ley de Herodes tanto en su cuidada escenografía como en el meticuloso trabajo fotográfico de Norman Christianson, que remeda hasta en las "nubes perfectas" al estilo de don Gabriel Figueroa.
La Ley de Herodes es una película mexicana del dos mil, dirigida por Luis Estrada. Se trata de una comedia satírica sobre la corrupción política en México durante el largo mandato del Partido Revolucionario Institucional.
El argumento señala inicialmente que los habitantes de la localidad mexicana de San Pedro de los Saguaros decapitan de un machetazo a su alcalde cuando trataba de huir del pueblo con el dinero de las arcas municipales.
El Gobernador López, decide nombrar a Juan Vargas, encargado de un basurero y antiguo militante del PRI, como nuevo alcalde hasta las próximas elecciones.
Vargas afronta su misión con las mejores intenciones hasta que poco a poco, va descubriendo los beneficios del poder y la corrupción; se transforma así en un tirano capaz de todo, incluso de recurrir al crimen para perpetuarse en el puesto.
Una de las partes más controvertidas de las película es la charla durante la cena con las personas más importante de San Pedro de los Saguaros, donde se comenta brevemente sobre temas políticos que en México fueron muy delicados hace tiempo: La política de expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas, el unipartidismo mexicano y los resultados de la Revolución Mexicana.
La Ley de Herodes es una comedia negra en la que se denuncia el funcionamiento del sistema político mexicano.
La trama ocurre durante el sexenio del presidente Miguel Alemán, a mediados del Siglo 20, pero con claras referencias a momentos posteriores.
En ella se cargan las tintas contra el PRI, partido del Gobierno, pero más allá de la realidad local mexicana, la película adquiere un tono universal en la crítica del burocratismo, la corrupción y el funcionamiento de las instituciones del Estado al servicio de unos pocos privilegiados.
De igual modo se podría haber ambientado en muchos otros municipios de la América Latina actual, por ejemplo.
Se trata, en definitiva, de una efectiva sátira corrosiva a una cultura política que concibe "El Estado como botín", que entiende el acceso a la administración del Estado como una oportunidad para robar y hacerse rico y no como un servicio publico a la ciudadanía.
Sin duda uno de los problemas más graves para el desarrollo y la reducción de la pobreza que enfrentan los países del sur tienen que ver con este tipo de cultura y prácticas políticas.
La película cuenta la historia de un político, Juan Vargas, nombrado presidente municipal interino de San Pedro de los Saguaros, en México, un pueblito de mala muerte de unos 100 habitantes de mayoría indígena.
Juan Vargas, es un pobre diablo al que sus superiores le dan el puesto porque nadie está interesado en ocupar tan peligroso lugar, pues el anterior presidente municipal fue linchado por la población.
Cuando toma posesión del cargo Vargas realmente cree que su función es traer la modernidad y la justicia social al pueblo. Y quiere trabajar realmente por ello.
Pero al ver que es abandonado a su suerte, sin presupuesto ni condiciones para llevarlo a cabo, sólo le entregan una pistola y la Constitución, acabara aceptando, y beneficiándose, de las reglas del juego institucional, convirtiéndose en un funcionario corrupto más que trata de sacar el mayor beneficio posible de la situación. Es interesante resaltar el simbolismo de las dos cosas que le entregan para llevar a cabo su trabajo: la pistola y la Constitución, o sea, la capacidad de ejercer violencia y la de administrar la Ley.
El Estado es así reducido a una herramienta de coacción al servicio de unos pocos frente a la gran mayoría. La pistola posibilita a Vargas intimidar a la población.
La Constitución, así como sus reinterpretaciones y particulares añadidos, le permite imponer multas, crear nuevos impuestos y obtener recursos de la gente.
La misma Constitución es utilizada en la película para guardar el dinero recaudado, símbolo del uso corrupto que se hace de ella.
Otro de los temas que Luis Estrada denuncia es la impunidad en la que vive la clase política.
El político corrupto, lejos de ser castigado, es protegido y tapado, garantizándose entre unos y otros la permanencia en el poder de esta clase política.
En un momento de la película se afirma: "El reto para nuestro partido, por el bien del país, es estar en el poder por siempre y para siempre".
A pesar de las diferencias de partido, la película sostiene que unos y otros son los mismos, distintas caras de una misma casta. Y en este ácido retrato, el poder eclesial también esta implicado, negociando y sacando beneficio del mismo modelo de corrupción.
Pero la película también permite observar la otra cara del sistema de corrupción generalizado, la cara de los pobres sobre los que se sustenta todo este modelo.
En el caso particular del pueblo de San Pedro de los Saguaros nos encontramos que la mayoría de la población, de origen indígena, no habla español porque no hay escuelas y viven en una situación de extrema exclusión social.