La involución moral de nuestra especie
""
Éric Vega
Parte de lo que me gusta de las vacaciones es que dispongo de algunos días para ponerme al corriente con lecturas aplazadas. Uno de esos disfrutes fue "El cuerpo expuesto", de Rosa Beltrán. Debo confesar que la estructura con la cual abre el libro hizo que no me enganchara en él de modo inmediato; mi encantamiento vino pasadas las primeras 50 páginas.
En resumen, el libro es la narración de dos historias de vida: la de Charles Darwin, el célebre científico naturalista creador de "El origen de las especies por medio de la selección natural o la preservación de las razas en el esfuerzo por la vida" (El origen de las especies), y la de un biólogo neodarwiniano, que está empeñado en demostrar que la evolución de las especies tiene su ocaso en la "inteligencia adquirida", la cual es el reflejo de la involución. Más allá de lo interesante de la trama, la forma en que Beltrán aborda el término "involución" me pareció muy sugerente, porque desde él podríamos entender parte del quiebre moral que vive la humanidad actual. Me explico.
En "El origen de las especies", Charles Darwin defendió la idea de que éstas provienen de una misma familia que se divide en distintas ramas y evoluciona a través de distintos procesos adaptativos que posibilitan su supervivencia, reproducción, adaptación al medio ambiente y la transmisión de sus rasgos hereditarios a las generaciones futuras. Las fases expuestas cierran con un largo y lento proceso que Darwin denominó "selección natural". Está de más decir el revuelo que en 1859 desató la publicación de su obra, sin embargo, más allá de los prejuicios, el entusiasmo de las voces a favor hicieron que para 1872 "El origen de las especies" fuera editada por sexta ocasión, erigiéndose como una de las principales precursoras de la biología evolutiva y el naturalismo científico, lo que hoy entendemos como las ciencias de la vida.
Por el revuelo que causó, Darwin intuyó que su obra estaba llamada a tener un lugar en el Parnaso de la ciencia, aunque ello nunca la salvó de los señalamientos cáusticos y las interpretaciones inadecuadas. Por sus implicaciones humanas, sé que resulta polémico defender que sólo sobreviven los más aptos, es decir, los poseedores de una mayor capacidad de adaptarse al medio, reproducirse y dejar su herencia en las generaciones futuras. Sobran los ejemplos de quienes han interpretado de modo muy lamentable la tesis darwiniana, sin embargo, quisiera ir más allá de los sitios comunes de la crítica a través de la segunda historia que nos narra Rosa Beltrán, la del biólogo que buscó actualizar la obra de Darwin.
El científico en cuestión tenía un propósito en mente: demostrar cómo la especie de los homínidos, los hombres, nos encontrábamos en una etapa letal de "involución". Nuestra especie dejó atrás la selección natural para adentrarse a otra de "autodestrucción", de ahí que seamos testigos de una etapa de la humanidad que niega la lógica evolucionista. La demostración científica se realiza a través de un laboratorio virtual que va recogiendo las evidencias a través de un programa de radio donde los radioescuchas cuentan sus historias, las cuales se presentan como la prueba irrefutable de que la especie humana atraviesa por una degradación que es el reflejo de su "involución". Los radioescuchas se reconocen e identifican en las miserias relatadas; cada caso abona a la debacle del sentido humano.
Ciertamente desde una mirada filosófica, la formulación de Beltrán no encarna novedad. "Los diálogos" de Platón, "El Cándido" de Voltaire, "La náusea" de Sartre, "La metamorfosis" de Kafka y "El extranjero" de Camus, son claros ejemplos de una preocupación añeja por la pérdida de nuestro sentido humano, pero el biólogo retratado por Rosa Beltrán deja en claro que, a diferencia de otras especies animales, muchos hombres y mujeres están haciendo hasta lo indecible para autodestruirse.
Muchos animales matan, torturan, "despojan e incluso disfrutan haciendo sufrir a su víctima antes de acabar con ella. Basta ver a un gato 'jugando' con un ratoncillo o con un escorpión. En cambio ninguno se causa daño a sí mismo voluntariamente con un objeto punzocortante como es tan usual en chicas de todo el orbe, y en algunos chicos. Ni se hiere o se lastima por el solo gusto de hacer sufrir al otro, principalmente a su progenitor, ni deja de comer si no es por estar enfermo". Debido a que el anonimato de la red ayuda a dejar de lado el pudor, el llamado del científico a que cualquier voluntario subiera su caso al laboratorio virtual, provocó que éste "estallara de especímenes" deseosos de mostrar sus desastrosas vivencias. Cuerpo y alma como miseria expuesta. Este último rasgo, el del exhibicionismo, también nos distingue y separa de muchas especies animales altamente evolucionadas. Por ejemplo, los leones, pavos reales, pulpos y camaleones se pintan o adornan sólo con fines reproductivos o de supervivencia, nunca por el afán de que los demás "admiren" la debilidad, la desgracia o lo torcido de una especie. De este modo el laboratorio virtual del joven biólogo, como en su tiempo fue el de Darwin, destapa la punta del iceberg del opuesto al progreso humano: la involución moral.
Si trasladamos el laboratorio a la realidad mexicana, el bestiario de la involución es muy amplio: apatía hacia la condición y necesidades de los demás, desafección para actuar conforme ordena el marco legal, búsqueda irrefrenable del interés individual, indiferencia ante eventos enfermizamente sádicos, indolencia ante el desempeño de muchos líderes políticos que se perpetúan en el poder, desinterés por participar activamente en la vida pública y un sinfín de manifestaciones que dan cuenta de algunos "retrocesos morales" que los mexicanos hemos venido haciendo en los últimos tiempos.
¿Es posible revertir dicha involución moral? ¿Hay rutas que nos pondrían de nuevo en el camino del progreso moral? Adelanto dos, de entre otras que existen: a) educar en la conciencia y la sensibilidad moral, es decir, en la capacidad para "darnos cuenta" del lugar que ocupamos en el mundo, nuestro entorno, trabajo, familia, etc. y lo que hacemos para convivir armónica y pacíficamente en dichos ámbitos. b) "Cultivar la simpatía", es decir, la capacidad para reconocer la situación que viven las personas que nos rodean, especialmente las más vulnerables, con el fin de mediante nuestra imaginación entrar en su realidad y desde esa posición actuar en consecuencia.
Dos pasos simples y, a la vez complejos, que nos ponen en la senda de la consideración de los demás y contrapesan el desmedido egoísmo que prevalece en la sociedad actual; quizá una de las afecciones más graves que aquejan a nuestra especie animal.
@pabloayalae