La palabra Sinaloa, en mala hora va adquiriendo el peor significado y lo más grave, es base reguladora del comportamiento de los otros hacia nosotros

17 octubre 2009

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Pablo Castillo/Noroeste Mazatlán

Hace más o menos 60 años, en el centro del País, cuando alguien escuchaba la palabra Sinaloa, pensaba en Eustaquio Buelna, Genaro Estrada, Pedro Infante y la agricultura.
Veinte años después, además de aquellos personajes los no sinaloenses identificaban a otros con el Estado, como José C. Valadez, Raúl Cervantes Ahumada, José Luis Ceceña Gámez, Alejandro Avilés, Lola Beltrán, José Ángel Espinoza, Luis Pérez Meza y las mujeres de concurso.
Eran los Heraldos de Sinaloa. Pero de 20 años a la fecha, la palabra Sinaloa proyecta otra imagen en el ámbito nacional e internacional.
Pasamos de un modelo de Sinaloa proyectado objetivamente por aquellos personajes, al actual deformado sensorialmente ubicado en la primera capa de la conciencia colectiva que desafortunadamente se reproduce, se representa y se proyecta como juicio valorativo o de comportamiento de todos los sinaloenses.
La palabra Sinaloa, en mala hora va adquiriendo el peor significado y lo más grave, es base reguladora del comportamiento de los otros hacia nosotros.
Esta actual imagen distorsionada no es reflejo de las propiedades, los atributos y las funciones que el grueso de sinaloenses realizamos y tenemos.
No es producto de la gran actividad, de los aportes de Sinaloa con su entorno, con el país y con otros ciudadanos. Mucho menos resultado de nuestra cultura, ideología, valores y preferencias.
En pocas palabras, la concepción común a partir de la cual los públicos nos juzgan, no representa nuestra identidad.
Debemos aceptar que hemos fallado, al menos en los últimos 25 años, en los esfuerzos de comunicación gubernamental, institucional y de otro tipo relacionado con lo sinaloense.
En un periodo corto de tiempo, ante el desarrollo e influencia de los mass media y las comunicaciones, experimentamos un cambio de imagen y una crisis de identidad.
La iglesia, el gobierno, la educación y la familia fueron omisos al fenómeno de manipulación, distorsión o destrucción de nuestra antigua imagen en el ámbito nacional. No consideramos a la imagen como delator del cambio socio-cultural. Ahora sabemos que refleja aquellas corrientes en el espíritu de la sociedad, aquellas tendencias culturales que auguran su bien o su mal.
Tenemos que desarmar esta imagen, de-construirla, conceptual y valorativamente. Identificarla en su componente físico: en como se concreta y manifiesta en la realidad que perciben los no sinaloenses.
En el vestido, la arquitectura, el transporte, el lenguaje, etcétera. Tiene que ver con la estética. ¿Hay una narcocultura sinaloense?.
Luego hacer un esfuerzo conceptual para descifrar lo que transmite la imagen actual y lo que se quiere transmitir, ya sea de lo tangible y lo intangible de Sinaloa. Después articular lo físico con lo conceptual para revalorar nuestra imagen.
Es un trabajo titánico este de lograr cambiar la fiabilidad hacia nosotros. Para que se nos vuelva a asociar con valores positivos.
Para que la imagen actual, perfectamente definida, no se convierta en invariante cultural cotidiana.
Para que el público al pensar en la palabra Sinaloa relacione positivamente cosas y hechos diferentes a los conocidos, que articule otros conceptos e ideas y se nos juzgue de otra manera.
Hay que buscar imágenes institucionales que articulen personas, estructuras, relaciones y funciones. ¿Cuál es la imagen ideal de Sinaloa?.
El Colegio de Sinaloa reeditará el libro de Rolando Arjona Amábilis sobre el escudo de Sinaloa.
En él se da cuenta del primer esfuerzo para crear una imagen institucional de lo sinaloense.
Antes existía uno que representaba lo mismo una cerveza, que a unos cigarros. El libro del maestro explica las motivaciones, los argumentos, el proceso de consultas, teóricas e históricas, la técnica de la heráldica y la simbología seleccionada en la elaboración del escudo.
Al leerlo se comprende mejor el significado del escudo sinaloense. Esta imagen, símbolo, icono, escudo y sello sintetiza una historia de Sinaloa.
Consideremos que hace más de 50 años que se diseñó y, el Congreso del Estado el 29 de noviembre de 1958, lo convirtió en el sello oficial e institucional.
Se me ocurre una producción multimedia interactiva para difundir este escudo. Luego un uso extensivo de este blasón en todos los documentos oficiales del Estado, al lado de los sellos que tienen las instituciones que lo componen. Pensar también en una bandera y/o estandarte; acompañar algunas marcas de los productos sinaloenses.
Es el símbolo de identidad de mayor aceptación y permanencia. Otros, como la tambora, el mapa del estado, el tomate, han sido modas que la sociedad ha desechado al poco tiempo. Recordemos que la identidad no es solo el logotipo. Todo comunica.
El libro sobre el escudo de Sinaloa nos recuerda que se debe a la heráldica las primeras prácticas y reglas de la diplomacia.
Aquel hombre que acompañaba a un caballero y cargaba su escudo adquirió relevancia porque portaba los distintivos del señor a quien representaba.
El rol del escudero se tornó diplomático, se especializó en la función de reconocer las armas de los nobles, su autenticidad, resolviendo los conflictos de sus usos. Con inmunidad diplomática se desplazaba libremente para cumplir su misión, incluso en países enemigos.
Era el encargado de llevar mensajes de paz, de advertencia, de propuesta de acuerdos, tratados y la declaración de guerra.
Representaba su papel en torno del honor: vigilar blasones, los linajes, las ceremonias, los juegos y atestiguar actos de valor.
La importancia de aquellos heraldos sinaloenses es ahora cristalina, eran las figuras donde los extraños posaban la imagen de Sinaloa.
Representaban los valores y el honor. Portaban la voz mensajera de todos nosotros.

*Miembro fundador de El Colegio de Sinaloa