La propuesta electoral de Vicente Fox y del PAN supo concitar simpatías electorales disímiles, incluyendo las provenientes de sectores identificados con las izquierdas porque éstos últimos y los ciudadanos consideraban que la prioridad históri

25 marzo 2006

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Noroeste / Pedro Guevara

En la corta historia de las campañas electorales realmente competitivas en nuestro país no se había visto tal ferocidad en la lucha por el poder como la que hoy observamos atónitos.
Es cierto que en 1988, tanto Manuel Clouthier como Cuauhtémoc Cárdenas fueron convertidos por la mayoría de los medios de comunicación al servicio del PRI y por el mismo Estado, en los enemigos de la decencia, la democracia, la justicia, la honradez y todo lo que pudiera sonar a enemigos de la patria. Y también es cierto que en 1994 se repitió la historia con los candidatos del PRD y el PAN.
En la campaña del año 2000 hubo algunas circunstancias relevantes que impidieron un escenario idéntico al de las dos lides electorales mencionadas:
La emergencia del IFE como un organismo verdaderamente ciudadano que puso ciertos límites a los excesos del PRI y del Estado en la manipulación de los medios y organizaciones sociales. Un contexto internacional favorable, sobre todo en Estados Unidos, para que Vicente Fox fuera el primer Presidente de la alternancia.
La participación nacional e internacional de observadores electorales. Una mayor independencia de los medios electrónicos y de algunos escritos en su relación con el régimen político vigente. Y, la más importante de todas, entre otras más, el hartazgo de las mayorías ciudadanas frente a un largo dominio político antidemocrático y corrupto.
La propuesta electoral de Vicente Fox y del PAN, alternativa en lo político pero coincidente con la del PRI en el impulso del mismo proyecto económico neoliberal, supo concitar simpatías electorales disímiles, incluyendo las provenientes de sectores identificados con las izquierdas porque éstos últimos, y millones de ciudadanos más, consideraban que la prioridad histórica era sacar al PRI de la Presidencia de la República.
Para debilitar al PRI, los estrategas de Fox atinaron en utilizar la personalidad y la espontaneidad de su candidato para minar el estilo político de los priistas, centrados en el culto solemne a la personalidad pétrea del Presidente de la República y sus candidatos presidenciales.
Ante la figura almidonada y rígida de los líderes priistas Vicente Fox, entre espontánea y conscientemente, echó mano de instrumentos antes no operados en campañas presidenciales y que él mismo había utilizado en corta trayectoria política tanto en la Cámara de Diputados como en la gubernatura de Guanajuato.
En efecto, antes de Vicente Fox nadie había hecho mofa de la figura presidencial en un recinto oficial, como él lo hizo en la Cámara de Diputados en 1989, al fabricarse unas enormes orejas de papel sobre las suyas y simular la apariencia de Carlos Salinas de Gortari.
Ya estaba el antecedente de las interpelaciones de Porfirio Muñoz Ledo durante el primer informe de gobierno que, sin bien desacralizaba la solemnidad broncínea del Presidente, no hacía escarnio de la envestidura presidencial.
Más tarde, durante la campaña presidencial de 2000, Vicente Fox profundizó su estilo de ridiculizar a los contrincantes políticos. Las burlas y agresiones que le endilgó a Francisco Labastida Ochoa no tenían parangón en la historia política mexicana. En repetidas ocasiones lo llamó mariquita, mandilón, chaparro, etc. Pero además de lo anterior, al guanajuantense le celebraban las tepocatas, alimañas y víboras prietas que identificaba con los militantes del PRI.
En el contexto de repudio mayoritario al PRI y de hambre por la alternancia, muy pocos comentaristas llamaron la atención sobre los excesos de Vicente Fox.
Sin duda que, como parte de la transición democrática y la libertad de expresión dentro de ella, se desmoronó la vieja imagen del presidencialismo autoritario y del conjunto del sistema político de partido casi único antes los embates de la sociedad civil y los partidos políticos opositores.
Vicente Fox arribó a la Presidencia en ese nuevo contexto en el que él había contribuido estelarmente a desacralizar y desmontar. Pero en el pecado llevaron la penitencia.
En ese desmontaje del viejo régimen y sus anacrónicos símbolos, prácticamente el conjunto de los actores civiles y políticos se siguió de largo, empalagado con la crítica a las instituciones partidarias y se arribó a la irreverencia total con la que se ha debilitado al Estado y no tan solo al viejo presidencialismo.
Tanto el Presidente Fox como sus críticos han contribuido al debilitamiento de la figura presidencial y la calidad de la política. El Presidente no se dio a respetar y sus opositores entraron en esa peligrosa pendiente.
Es por lo anterior que en la lucha por el relevo sexenal en la Presidencia de la República, los principales actores políticos, y más en particular, los candidatos a sustituirlo se han enfrascado en una guerra sin cuartel para ver quien descalifica y encuentra más defectos en él otro.
Pero más importante aun es que tras los vituperios, descalificaciones y agresiones está la batalla por ver que políticas económicas y sociales se impulsarán en los próximos seis años. Tras los proyectiles que se lanzan están en lo sustancial dos grandes estrategias: la que intenta que continúe el mismo proyecto económico, social y político de los últimos 24 años o se establecen severos reajustes y reorientaciones para intentar un nuevo rumbo de la nación.
A la primera estrategia responden en lo fundamental, ciertamente con diferencias lógicas en el manejo del poder, el PRI y el PAN, y a la segunda estrategia responde centralmente la coalición que encabeza el PRD con Manuel Andrés López Obrador.
En la intensa disputa por el rumbo de la nación que se ha sostenido en los años mencionados, la economía del país ha sufrido grandes quebrantos pero el Estado y el conjunto de la política también.
Ambas restauraciones son inaplazables para consolidar un sistema político democrático y una distribución de la riqueza mucho más justa. Dentro de esta recuperación del Estado, pero ahora democrático, la figura presidencial no puede seguirse deteriorando.
En estas campañas lo más que podemos hacer es reclamar a los contendientes que tomen altura, pero lograr que lo hagan ya no va a poder ser posible porque la dinámica del deterioro está muy avanzada.
Es en extremo fanática la opinión de que el principal responsable de este deterioro es López Obrados. No es ni su iniciador ni el conductor de él. Ese decaimiento ha sido un producto colectivo de largo plazo en el que los titulares del Poder Ejecutivo han sido, con su incumplimiento e irrespeto a sus ofertas de campaña y a los ciudadanos, los principales causantes, si los hay a título individual, del profundo desgaste de las instituciones públicas de la nación.
Es muy desafortunado que en esta contienda electoral como en prácticamente todas las que han sido competitivas, no hayamos aprendido todavía a participar con pasión, si, pero con inteligencia y respeto a las instituciones. Las posiciones son en la mayoría de los casos ciegamente partidarias, sin análisis mínimamente objetivo.
Exaltadas y fanáticas. Incluso en este diario he leído opiniones de una ceguera partidaria tal que no ayudan al fortalecimiento de un régimen democrático maduro.
Urge sensatez, madurez y un espíritu democrático tanto en los principales actores políticos como en sus simpatizantes y en quienes opinamos de los asuntos públicos.
No es el tiempo de las hogueras sino de la consolidación de las instituciones democráticas.