Los peligros que México enfrenta son reales y tangibles, inminentes y muy ajenos a las preocupaciones e incluso a la suerte político electoral de los irresponsables detentadores actuales del poder y de sus retadores
01 abril 2005
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Gestionan
El destino de la República no se juega por el desafuero de López Obrador. La suerte del país, su infortunio o prosperidad no está en función del desenlace de este incidente político. Las cuestiones fundamentales de las que depende el futuro de México, los fenómenos que inciden sobre la calidad de la vida de los mexicanos, sobre la integridad y la sustentabilidad de esta nación no habrían de cambiar de curso sólo porque el Jefe de Gobierno del Distrito Federal sea o no candidato a la Presidencia y gane o no las elecciones. La Nación mexicana como la conocemos o la imaginamos si está en grave riesgo, no por lo que les ocurra a López Obrador, a Fox, al PRD, al PRI o al PAN. Los peligros que México enfrenta son reales y tangibles, inminentes y muy ajenos a las preocupaciones e incluso a la suerte político electoral de los irresponsables detentadores actuales del poder y de sus retadores. Haya o no desafuero, pise o no López Obrador la cárcel, se mude o no a Los Pinos, el 30 por ciento del territorio nacional seguirá, como lo apuntó esta semana la ONU en proceso de desertificación, la juventud mexicana continuará emigrando desesperadamente a los Estados Unidos, el Estado mexicano continuará de rodillas frente a Estados Unidos, la educación seguirá postrada en la bancarrota, el crimen organizado seguirá adueñándose de los cuerpos policíacos, la injusticia, el abuso del poder, la impunidad y la tortura, como también lo apuntó la ONU, el abandono de la niñez, la violencia contra las mujeres, la destrucción de la cultura y tantas otras lacras seguirán siendo norma y no excepción. Cualquiera de quienes por las buenas, las malas o las peores aspiran al poder en 2006, se encontrará, al obtenerlo, con un sistema político que ya no funciona, con una Presidencia obsoleta e inútil. En vez de pelear a destiempo y desesperadamente por ella, lo que los políticos hoy encaramados debieron hacer o siquiera intentar, es la reforma estructural del Estado, indispensable para la reconstrucción política del país y para recobrar la eficacia de las instituciones. En el desafuero se juega el destino personal de algunos políticos, sus ansias de poder y sus ambiciones, no el destino del país. Éste es, a menos que algo trascendental hagamos para modificarlo, un triste, desalentador y en el mejor de los casos, un destino mediocre para México. La preocupación de los políticos, y la atención obsesiva de los medios de comunicación por el desafuero, nos muestra el abismo que existe entre la realidad nacional y el debate político. El tema del desafuero es la medida monumental de la desatención a los verdaderos retos nacionales y el abandono doloso y suicida de las reformas en las que los políticos debieron concentrarse, después de que en la elección del año 2000 la ciudadanía mexicana quiso dejar atrás, el autoritarismo, la corrupción, la demagogia, la impunidad, la simulación y la mentira. El debate sobre el desafuero está plagado de engaños, falsedades y verdades a medias. Resulta por tanto aleccionador que mujeres perspicaces como Mayte Noriega, Guadalupe Loaeza o Marcela Gómez Salce empleen, para referirse a los argumentos de uno y otro campo, términos como los desaforados u hombres a punto de un ataque de histeria. En efecto, hay una histeria de dimensiones machistas, una actitud desaforada que pone de manifiesto el alcance de la degradación política que vivimos. Es por principio de cuentas una exageración histérica creer que si a López Obrador se le desafora y no se le permite registrarse como candidato a la presidencia, el país se precipitaría en una lucha social violenta e incontrolable. López Obrador y el PRD mismo no querrán que sus intereses y sus posiciones de poder se pongan en riesgo por un llamado insensato a la radicalización y a la confrontación social. El PRD ha dejado ya de ser la vanguardia de la lucha social, su proyecto es difuso y pragmático; es un partido electorero que lo que busca a toda costa son posiciones. Es cierto, López Obrador unifica a su partido, más no por ser portador de un verdadero proyecto, el que enarbola es vago y ambivalente. Tampoco la ciudadanía habrá de sublevarse sólo porque López Obrador sea desaforado. No es para tanto. Habrá quienes vociferen pero pensar que el desafuero será la chispa que incendiara la pradera, es no conocer la realidad social del país. Abundan las razones reales y tangibles por las que millones de Mexicanos podrían salir a las calles a manifestarse violentamente y no lo han hecho. Hay no sólo un miedo a la violencia sino por desgracia también una inocultable resignación, cansancio y apatía entre los más pobres y desvalidos. El verdadero riesgo es que esta degradación política que vivimos conduzca a México a una mayor descomposición, que se acentúen las manifestaciones de violencia criminal, de impunidad, de luchas fraccionarias y de regionalismos y localismos caóticos y desarticuladores. En todo caso y sin menospreciar los méritos políticos de López Obrador, creer que su candidatura a la Presidencia es la alternativa que los mexicanos pobres estaban esperando para salir de la marginación, es sencillamente un espejismo. Ni López obrador es el monstruo populista que llevará el país al caos económico como algunos lo califican, ni es el salvador de la Patria, el Mesías prometido, como otros lo describen. El debate sobre el desafuero es tan desproporcionado que algunos comparan a López Obrador con Fidel Castro o Chávez y otros con Hidalgo, Juárez o aún más grotesco, con Nelson Mandela, quien no simplemente pisó la cárcel del Apartheid en Sudáfrica, sino que permaneció en ella 24 largos años, la mayor parte, incomunicado en una mazmorra pestilente y húmeda. ¿Es eso lo que le espera a López Obrador?. Resulta igualmente fuera de proporción hablar de un golpe de Estado y presentarlo como la víctima inocente de una descomunal injusticia, de una violación criminal de sus derechos humanos y políticos. En el listado de infamias y de injusticias que a diario se les ocurren a infinidad de mexicanos el caso de López Obrador esta francamente al final de la cola. Es tan histérico e insensato decir que lo que está en juego es todo un proyecto de nación y todo un liderazgo alternativo, como afirmar que lo que está en entredicho es la justicia, el estado de derecho, la vigencia del orden jurídico, la idea misma del cumplimiento cabal de la Ley. Sea o no desaforado López Obrador, la Ley no rige la vida pública, ni la conducta de los políticos mexicanos. En México la injusticia campea en todo el país y sus principales víctimas, son anónimas, carecen de voz y visibilidad; el caso por el que se quiere desaforar a López Obrador no es ni en un sentido ni en otro, un caso dramático, ni ejemplar. La corrupción no ha sido ni remotamente erradicada por el Gobierno de Fox, sus intentos por combatirla son miserables; bajo su mando la procuración de justicia es errática, caprichosa y obedece más a los intereses políticos de las autoridades que a la Ley, hasta el nuevo presidente del PAN lo sabe y lo dice. Es una desvergüenza de Fox, de sus funcionarios, de panistas y priistas decir que López Obrador no acató una orden judicial y que por ello debe ser desaforado. Eso es quizá lo que ocurrió, pero esa no es ni remotamente la razón de este escándalo. El Gobierno de Fox no sólo ha actuado en este asunto con absoluta torpeza, sino que ha hecho de la mentira infraganti la norma de su actuación. Anticipo que no habrá desafuero, también por razones estrictamente políticas, y que López Obrador será el candidato del PRD a la Presidencia con todas las ventajas que la torpeza e insensatez de Fox y sus asesores le han dado. Anticipo que en caso de no ocurrir esto, no habrá por ello más violencia, ni más inconformidad de la que ya existe. Anticipo en fin, que de no haber pronto un cambio político real, una pronta renovación de la clase política, una lucha cierta y a fondo contra la corrupción y la impunidad, una transformación del régimen de partidos, una reforma del Estado, la desintegración física, económica y social de la Nación, México, continuará.