Mamá Conchita
07 marzo 2015
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Noroeste / Pedro Guevara
Mariana Saínz Santamaría (en nombre de Arturo Santamaría y familia)Hoy despedimos a una gran mujer. Conchis para algunos, Conchita para la mayoría. Pero para los más afortunados, nuestra madre, nuestra abuelita. Voy a hablarte a ti, abuelita, abue, mi agüe. Siento que te hablo y, que con tu postura firme y tu mano en posición de pensar como muchas veces te ponías, alzas tu ceja derecha y me escuchas como tantas veces lo hacías. Aunque debo decir que las más de las veces más bien yo te escuchaba a ti, a eso estabas acostumbrada.
Tú contadora de historias, gran narradora de tu vida y de tus aventuras. ¿Te acuerdas de esas reuniones dominicales donde nos tenías a todos alrededor de esa mesa redonda de madera, mientras nos salpicabas anécdotas llenas de datos y nombres que recordabas al pie de la letra? Y nunca perdiste esa buena memoria, la mejor de todas. Porque hasta en el Maratón le ganabas a la ignorancia. Te teníamos que decir que no dijeras la respuesta porque no habías querido ficha, pero eso sí, bien que estabas atenta y respondías todas las tarjetas que se trataban de historia. ¡Qué gran cultura la tuya! Y qué buenos momentos aquellos donde disfrutábamos hijos, nueras, yernos y nietos tu presencia y tu voz, tu linda vocecita que hoy voy a extrañar.
Creciste en un ambiente donde la mujer era importante, la base de la familia y el ejemplo a seguir para hombres y mujeres. Hija de Maclovita, fuerte y decidida, y de Miguelito, gentil y generoso; hermana de Beta, Guille y Raúl. También de Lucrecita. Te enseñaron a ser una niña de sociedad, donde el recato y el respeto hacia los grandes eran importantes, pero también a que tu voz contara, a guiar. Porque eso fuiste para muchos, una guía. Y eso lo notó Mau.
Ese al que le respondiste que mañana le decías si sí eran novios. ¡Qué suertudo y qué listo mi abuelito! Ah, porque le dijiste que sí. Y vinieron los hijos y con ellos la gran dicha de ser madre. Pero también las aventuras que te hizo pasar Don Mau, ah, qué gordito más pata de perro. Y ahí andabas tú atrás de él, con todo y tus chilpayates, por lo menos los más grandes, primero Arnaldito, luego Mau, Marisol, Laurita y Dianita. Andariego y parrandero era tu viejito, pero eso sí, decidido y aventado, porque ah, jijo, a cuántos no les habrá dado miedo su voz rasposa y fuerte cuando se enojaba. Hablarán los tumbados y lo podrán contar. Porque también su mano fuerte y su puño cerrado sabía levantar cuando de defender a los suyos se trataba. Y así te gustó, aunque apuesto que de novio no imponía tanto, al menos era más flaquito y daba la pinta de ser mansito. Mi madrinita, te llamaba. Mi viejita chula, mi amada viejecita.
Te entregaste por completo a tu familia, aunque no fue fácil, lo sabes. Tuviste que buscar el pan y dar de comer a tus once hijos. Tratar de no ver los ojitos de todos que te veían y no sabían lo que estabas sufriendo, al menos eso pensabas tú. Sin embargo, estoy segura que en el corazón de muchos no había razón de preocupación, tú te harías cargo, ellos lo sabían. Y así fue. Tus manos delatan los kilos y kilos de ropa que lavabas a diario. Ah, porque antes ni qué hablar de las lavadoras, o de los pañales desechables. Mi mamá creía que eras gorda, porque fuiste gorda por quince años, esos en los que tuviste a diez de tus chamacos, porque el pilón llegó después.
Ellos sabrían contar mejor lo que vivieron contigo, desde los malos momentos de angustias, hasta los buenos, aquellos que quedarán en la memoria hasta de los más chicos, porque así se las pasaremos a ellos, tal y como nos las contaste a todos los que quisimos saber de Atlixco, las fiestas que ahí se hacían, de tu educación, pero también de tus antepasados y de las haciendas, bueno, hasta de los mugrosos zapatistas de los que tanto se quejó Maclovita, tu mami. Porque lo supiste hacer bien, viejita, criaste a once, pero florecieron muchísimos más. Para ser exactos... no sé, son un titipuchal, ahí luego hacemos cuentas. Además, viejita chula, seguimos creciendo, porque los bisnietos siguen y siguen y, sólo este año, vienen dos más.
Aquí se quedan en nuestra memoria muchos recuerdos, desde los estuches que nos tejías a todos tus nietos con el nombre de cada uno y nos los dabas en Navidad llenos de dulces, hasta las bufandas y las fundas a las que también les ponías nuestros nombres. Yo, por lo menos, no voy a olvidar tus cuidados y que siempre estuvieras al pendiente de todos, hablando para recordar el 'No circula' a los despistados, hasta para decirle a otros que se taparan porque iba a hacer mucho frío. Recordaré esos días en que desayunando en el restaurante de los búhos, ya pidiendo la cuenta, tú te guardabas las cremitas para después. Ya después, entre bromas y risas, nos divertíamos pasándote hasta las servilletas, tú te morías de vergüenza. ¿Abuelita, quieres una galleta? Ahorita no, mijita, pero me la guardo. Y ahí tenías galletas, panes y dulces guardaditos para cuando se te antojaran. Creo que de ahí sacamos el buen diente dulcero que tenemos muchos de nosotros. Cómo te divertías con las ocurrencias de mi tío Mundo, o con las imitaciones de Laurita y su voz de la Tostada, o viendo bailar a Huguito; pero eso sí, atenta a tus consentidos, que tú decías que no lo eran, pero bueno, no los voy a mencionar, porque ellos saben quiénes son. Te gustaba ver a todos y cada uno de tus hijos, y reflejados en ellos a tus nietos, que aunque Marquito te sacara canas verdes, disfrutabas tenerlo día a día contigo. Pero fuiste feliz con todos, porque hasta los más chicos te sacaban sonrisas y suspiros, qué decir de Emilianito al que gozamos todos al máximo, a quien también recordamos como si estuviera hoy con nosotros.
Gozabas esos días en que te ibas a desayunar con Conchita y juntas se iban al centro a recorrer museos y, claro, a comerse uno que otro bísquet. Estabas al pendiente de Arnaldito, aunque fuera el más grande, pero para ti siempre tu primer bebé. Le hablabas a Mau y te preocupabas si no tenía qué comer, si estaba bien cuidado. Y cómo extrañabas a Diana y a Marisol, que aunque vivían lejos siempre estuvieron presentes con una llamada para ver cómo estaba su mamita. Marco siempre llevándote pancitos y galletitas para acompañar tu café. Y eso sí, Lupita, la doctora, al pendiente siempre de su mamacita, hasta al final, incansable, fiel y leal. Y Jani, '¿Me quieres, mamá?', 'Sí, mijita, mucho'. Todos, cada quién con sus memorias y sus recuerdos, te tendrán en su mente, abuelita. Yo, en particular, te recordaré guapa, con gran porte y personalidad, siempre arregladita, elegante y limpia. Ah, porque tú y mi abuelito, ah, qué presumiditos eran, los dos un par de viejitos siempre bien peinados y arreglados. Hasta me acuerdo que nos decías a nosotros los nietos cómo lavarnos la cabeza, no fuéramos a andar olorosos por ahí y rascándonos las cabezas apestosas.
Y amabas la vida, porque así luchaste, hasta el final, nos consta a los que estuvimos contigo hasta el último aliento. Querías vivir y lo decías y lo demostrabas. Cuando mi abuelito partió, dijiste que tú querías estar aquí con los tuyos y que no te querías ir. No te querías ir, viejita, pero tenías que hacerlo. Nosotros estamos bien, te dijimos, puedes irte, abuelita, mamita chula, descansa ya. Pero no te fuiste, porque te quedaste en la memoria de todos nosotros, incluidos tus sobrinos y tus amigos, aquí estamos todos dándote el último adiós, porque a partir de ahora será un para siempre.
Para firmar estamos todos los tuyos, tu estirpe, tu legado, los que te honraremos en vida, abuelita.
¡Hasta pronto, viejita chula, abuelita hermosa, mamá amada!