Me pasó cada vez que condené los abusos de Marcial Maciel o cuando critiqué el populismo antidemocrático de López Obrador

Elizabeth Gámez
13 agosto 2009

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Hay artículos así. Causan gran reacción en los lectores. Me pasó cada vez que condené los abusos de Marcial Maciel o cuando critiqué el populismo antidemocrático de López Obrador.
La semana pasada, una reflexión sobre un libro de Richard Dawkins, The God Delusion, traducido por la editorial española Espasa-Calpe en 2007 como El espejismo de Dios, generó muchísimas reacciones.
Nada más que, contrariamente a otras ocasiones, en este caso, casi todas fueron solidarias o requiriendo más información.
Muchos y muchas se interesaron en el libro y querían saber si existía traducción al español.
Otros aportaron información adicional, por ejemplo, el sitio www.TED.com donde se puede ver una conferencia de dicho autor, u otro donde se relaciona a Dawkins y sus seguidores con aquellos mensajes en autobuses británicos y españoles en los que se decía: Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de tu vida. Hay quien, como nuestro colega articulista de Milenio, Martín Bonfil Olivera, verdadero experto en la difusión de la ciencia, ha leído y comenta de manera muy positiva otros libros de Dawkins, como "El gen egoísta", "El fenotipo extendido", "El relojero ciego", "El relato del ancestro", o "Destejiendo el arcoiris".
Por cierto, Bonfil sugiere leer tanto al autor citado como a David Dennett, a quien califica "probablemente incluso superior a Dawkins, pues es más profundo y menos impulsivo". A todos gracias y comparto la información.
Debo decir, sin embargo, que hubo también quien, como algún amigo obispo católico, se alarmó y entristeció, no sólo por mi postura personal, la cual evidentemente desconocía, sino por el hecho de que yo la compartiera con mis hijos.
Que alguno de mis amigos líderes religiosos se sorprendiera, ya lo había hasta cierto punto temido y previsto, por su carga de incomprensión, aunque ello refuerza mi argumento de que ser ateo, agnóstico o simplemente no creyente es "mal visto" por muchos, puesto que se considera una especie de anormalidad, producto del pecado más atroz, es decir el de la soberbia, que consiste en pretender prescindir de la presencia de Dios.
La idea que está detrás de una especie de condena velada al agnosticismo es que se supone, erróneamente, que quienes no creen en Dios o en alguna fuerza sobrenatural no tienen "valores", lo que los haría intrínsecamente egoístas y proclives al crimen.
De la misma manera, muchos creen, y no sólo los líderes religiosos, sino también dirigentes políticos, que una sociedad de no creyentes culminaría en la delincuencia sin control, en la inmoralidad absoluta y en el caos social.
Nada más equivocado que esto. De hecho, la evidencia muestra lo contrario. Que una sociedad sea eminentemente religiosa o creyente en Dios no la hace ni más moral ni más civilizada, ni más ética, ni más justa, ni más igualitaria, ni más respetuosa del orden público.
Las sociedades más religiosas, como las africanas, las de Medio Oriente, la de India, las latinoamericanas, no son ni las más cívicas ni las menos violentas. Nuestro País, tan religioso y tan guadalupano, no es la excepción: las cárceles están llenas de criminales, eso sí, muy religiosos y muy creyentes.
Y sus creencias no les han impedido cometer asesinatos, violaciones, robos, secuestros, etcétera.
Por el contrario, si uno examina cuáles son las sociedades con menos creyentes, nos percatamos que algunas de ellas son las más civilizadas y las menos violentas del planeta; aquellas donde el respeto a los demás, la tolerancia, los derechos de todos y todas y las libertades no son producto del temor a Dios, sino de un civismo bien enseñado.
En Europa por ejemplo, donde el promedio de las personas que creen en Dios era hace algunos años de un 70 por ciento, los países que estaban todavía por debajo de dicho porcentaje eran Bélgica, 63 por ciento, Francia, 57 por ciento, Alemania, 63 por ciento, Noruega, 65 por ciento, Dinamarca, 64 por ciento, Países Bajos, 61 por ciento o Suecia, 15 por ciento.
Francamente, si yo tuviera que exiliarme y me dieran a escoger dónde hacerlo, yo preferiría ir a cualquiera de estos países sin Dios, pero muy civilizados y no tan violentos, en lugar de ir a Nigeria, Irán, Arabia Saudita, poco vivibles pero muy religiosos.
Tener una sociedad que cree en Dios o es muy religiosa no es entonces garantía de nada.
Por lo mismo, es un grave error pensar que el ateísmo o el agnosticismo son malos para la convivencia social, por lo que es igualmente equivocado pensar que la religión tendría que tener fueros, o cada vez más espacios en el ámbito público o en los medios de comunicación.
Lo que se requiere es que la gente tenga cada vez más y mejor educación, científica en general y cívica en particular, alejada de cualquier tipo de fundamentalismo.
Los valores que cementan a la sociedad pueden ser religiosos, pero pueden no serlo: la solidaridad, la tolerancia, el respeto a los derechos de los demás, la defensa de la libertad, de la democracia, no requieren la creencia en un Dios. Pero algunos se resisten a creerlo.
Por eso es sintomática la condena de la Conferencia del Episcopado Mexicano respecto a la irrupción de la policía federal en un templo, para capturar a narcotraficantes.
Parecería que se prefiere tener criminales creyentes, a ateos respetuosos de la ley.


*blancart@colmex.mx