Miedo a la libertad

09 mayo 2008

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Salvador García Soto/UNIV

El miedo es connatural al hombre. Desde pequeño, el ser humano es educado en el miedo hacia ciertas cosas o conceptos. Por ejemplo, se le enseña al niño que no debe acercar su mano al fuego, o que no debe jugar con ciertos objetos que pueden resultar letales o peligrosos.
Es claro que esta prevención desempeña un papel de fundamental importancia en la vida de cada uno de nosotros, porque nos enseña cómo debemos comportarnos para conservar nuestra salud y lograr la sobrevivencia.
De igual manera, existen ciertos preceptos, normas o mandamientos que conllevan sus respectivas sanciones si no se cumple con ellos. Estos castigos son medicinales porque le permiten al ser humano vivir y convivir de manera pacífica, ya que existe cierta dosis de temor de transgredir las leyes para no hacerse acreedor a la sanción correspondiente, lo que posibilita que se camine sin desvíos y por la senda recta.
Sin embargo, a medida que uno va creciendo se va dando cuenta de que hay miedos enfermizos con los que hay que romper, miedos irracionales a los que hay que doblegar porque no permiten alcanzar una vida plena y con dignidad.
Hay miedos que incuban fantasmas y alucinaciones; miedos de fracasar y de no alcanzar el éxito; miedos de ser foco de las críticas, rumores o murmuraciones de la sociedad; miedos a la libertad, aunque parezca paradójico, como decía Erich Fromm, y hasta el miedo más natural e instintivo de perder la vida.
A estos últimos miedos son a los que queremos referirnos. Hoy, en Sinaloa, y para ser más precisos, en Culiacán, se vive con miedo y zozobra. La mayor parte de la población vive una sicosis de pánico cotidiano.
Se escuchan balaceras, se propalan innumerables rumores, se colocan mantas que hablan de supuestos enfrentamientos de cárteles. Se tiene temor de salir a la calle, de asomar la cara más allá de los muros que brindan cobijo y protección.
Esa es la realidad, aunque las autoridades no quieran reconocerlo y prefieran vivir acorraladas en la simulación y en la mentira, sin comprender que sólo con la verdad se alcanza la libertad.
No obstante, en esta misma ciudad hay quienes creen que todavía es posible vivir en paz y armonía. Unos niños fijaron un cartón en la esquina de Obregón y Buelna en el que dibujaron a un niño y una niña que tienen sus manos unidas y exclaman: "queremos jugar sin miedo. Paz y amor".
Los niños nos siguen enseñando que no debemos cambiar el mandamiento de "amaos los unos a los otros", por aquel de "mataos los unos a os otros".
Los niños nos siguen enseñando que aún hay esperanza, pero que es necesario romper con el miedo a la libertad, como titubearon los israelitas que habían salido de Egipto con Moisés, pero preferían volver a la esclavitud a batallar en el desierto.
No hay peor esclavitud, como dijo Esteban Boetie en el Siglo 16, que la servidumbre voluntaria.
La libertad tiene su costo y, hasta el momento, no se han percibido en Culiacán gentes o agrupaciones que estén dispuestas a asumir este riesgo.