'No tengo enemigos', escribía hace un año Liu Xiaobo, hombre de letras chino, ahora premio Nobel de la Paz
27 diciembre 2010
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BELIZARIO REYES /VERENICE PERAZA
"No tengo enemigos", escribía hace un año Liu Xiaobo, hombre de letras chino, ahora premio Nobel de la Paz. Al día siguiente, el 25 de diciembre, el tribunal lo condenó a 11 años de cárcel, al estimar que sus escritos incitan a la subversión. Pero, ¿quién es Liu Xiaobo?Doctor en literatura por la Universidad Normal de Beijing en 1988, enseña las letras de su país durante un año en los Estados Unidos; regresa a China para participar en el movimiento estudiantil de mayo de 1989, cuyo epicentro es la famosa plaza Tiananmen, antes de que corra la sangre. En el trágico 4 de junio intenta una mediación entre el Ejército y los estudiantes, que logra salvar muchas vidas. Eso le vale 18 meses de cárcel por "propaganda subversiva e incitación a actividades contrarrevolucionarias" y, desde luego, a la salida de prisión no puede ocupar su cátedra de profesor universitario. Como no se resigna a callarse y no puede expresarse en su país, publica en diarios y revistas de Hong Kong y del mundo: el resultado no se hace esperar y pasa tres duros años en un campo de "reeducación por el trabajo".
En la Navidad (cristiana) de hace un año, a sus 50 años, Liu Xiaobo se encontró una vez más frente a un tribunal que lo acusaba, de nuevo, de ser un "enemigo" del Estado y del pueblo chino. El día anterior había redactado una larga declaración que su mujer dio a conocer y que fue publicada el 27 de enero de 2010 sobre Courrierinternational.com. Denunciado y condenado como "el enemigo", afirma que no tiene enemigos.
"Quiero decir a este régimen que me ha privado de mi libertad que me mantengo fiel a mi credo, expresado hace 20 años, cuando mi huelga de hambre del 2 de junio del 89: no tengo enemigos, no siento odio. Los policías que me vigilaron, arrestaron, interrogaron, los procuradores que me inculparon, los jueces que me condenaron no son mis enemigos. No acepto ni vigilancia, ni arresto, ni inculpación, ni condena, pero respeto la profesión y la persona de todos aquellos funcionarios, incluso los magistrados de la acusación.
"Es que el odio puede corromper la sabiduría y el discernimiento; la ideología del enemigo puede envenenar la mentalidad de un pueblo, exaltar animosidades sin misericordia, destruir toda tolerancia y razón en una sociedad, cerrar el paso de una nación hacia la libertad y la democracia. Por eso, deseo ver más allá de mi suerte personal, para preocuparme del desarrollo del país y de la evolución de nuestra sociedad, oponiendo a la hostilidad del poder una gran benevolencia, para disolver el odio en el amor".
¡Disolver el odio en el amor! Luego dice que el cambio para bien en China empezó con el abandono de "la primacía de la lucha de clases" de la era Mao. Todos los progresos se deben al debilitamiento progresivo de la noción de enemigo. "Hasta en el campo político, el régimen manifestó, con todo y la lentitud de los progresos, una tolerancia creciente frente a la diversidad de la sociedad, atenuó las persecuciones contra las voces divergentes y templó su calificación de los acontecimientos del 89: dejó de hablar de 'rebelión' para hablar de 'tormenta política'".
Este hombre extraordinario, antes de concluir su texto con una declaración de amor a su esposa, afirma su optimismo: "Saqué de mis experiencias personales la convicción que los progresos políticos en China no van a parar () puesto que ninguna fuerza es capaz de poner fin a la aspiración humana a la libertad. China llegará a tener un Estado de derecho que ponga los derechos del hombre en primer plano () Quisiera ser el último nombre en la larga lista de las víctimas encarceladas por sus escritos y que nadie vuelva a ser condenado por sus opiniones y palabras". Por desgracia, se equivocaba respecto al último punto. Concluye: "Incluso si me condenan (cuando soy inocente) por haber honrado la libertad de expresión mencionada en la constitución y haber asumido hasta el final mis responsabilidades sociales de ciudadano chino, no me quejo. ¡Gracias a todos!".
¡Gracias, Liu Xiaobo! Me atrevo a desearle una feliz Navidad, porque esa noche de santa paz no pertenece a los cristianos en forma de propiedad privada. Y el admirable Liu Xiaobo me evoca La Misa sobre el mundo de Teilhard de Chardin, arqueólogo y sacerdote jesuita, quien la redactó en China, después de verse imposibilitado de celebrar la misa en pleno desierto de Ordos, durante una expedición científica.
"Me elevaré, Señor, por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo real, y te ofreceré, yo que soy tu sacerdote, sobre el altar de la tierra entera, el trabajo y la pena del mundo".
¡Feliz Navidad a todas y todos!
jean.meyer@cide.edu
Profesor investigador del CIDE