Para adquirir y modelar la madurez emocional son muchos los factores que influyen, como la carga genética, pero sobre todo el medio circundante y la voluntad para decidir el camino a seguir.

04 febrero 2006

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Héctor Tomás Jiménez

La juventud y la madurez emocional.

La juventud es una de esas etapas de la vida de los seres humanos, donde se empiezan a perfilar los cambios más trascendentes de la vida, cambios que de alguna manera le sirven al hombre para definir su personalidad creativa y su férreo carácter, y por que no decirlo, la templanza espiritual que le permitirá sortear los más agudos problemas de la vida adulta, aunque también, por exclusión, una personalidad pusilánime, un carácter débil y una templanza marchita. ¿Y que hace la diferencia?
Son en realidad muchos los factores que influyen en el individuo y que lo hacen decidir uno u otro camino de la vida, quizá uno de ellos sea la carga genética heredada, sin embargo, en lo particular pienso que ésta no es de alguna manera un fatal destino, sino sólo un ingrediente que el hombre mismo puede asumirla si le es favorable a su desarrollo trascendente, o desecharlo si ello lo conduciría a una vida llena de desorden moral y espiritual.
Lo que si creo que es influencia que ayuda a modelar el carácter y a templar el espíritu, es el medio ambiente que le rodea, y este incluso, será elegible dependiendo de la voluntad, ese elemento derivado del libre albedrío que nos lleva por caminos insospechados de la vida, algunas veces para el bien, y otras tantas para el mal, ya que de acuerdo a su definición más aceptada en la vida cristiana, la voluntad: "... es la capacidad de los seres humanos que nos mueve a hacer cosas de manera intencionada, por encima de las dificultades, los contratiempos y el estado de ánimo."
Sin embargo, la voluntad no lo es todo, es necesaria también una buena dosis de madurez emocional, pues el buen camino se asumirá de una o de otra manera, dependiendo de la carga emocional que cada individuo tenga.
Adquirir madurez emocional, es uno de las más difíciles tareas del ser humano. Por regla general, la madurez emocional es un proceso en el cual, uno se va internando poco a poco, pues la madurez en este sentido, llega a través de la experiencia, razón por la cual, difícilmente es adquirida por medio de un aprendizaje programado.
Sin embargo, para adquirirla, se requieren al menos tres ingredientes, mismos que la persona debe aportar de manera consciente, y estos son: 1. Una buena comunicación con los demás, 2. Mucha firmeza en las decisiones y, sobre todo, 3. Conocer y practicar el respeto en todas sus dimensiones. Estos ingredientes deben de iniciar o fluir en el hogar, de lo contrario, la madurez emocional tarda en llegar.
Lo anterior, era el tema de comentario que no hace mucho tiempo tuve con un padre de familia, quién a su vez, me comentaba que le sorprende mucho la forma como celebran nuestros jóvenes la llegada de sus dieciocho años, edad que en nuestra sociedad es considerada como la "edad legal", pues es a partir de ella en la que inician sus derechos y obligaciones cívicas.
Este padre de familia, con mucha preocupación reflejada en su rostro, me decía que es muy lamentable ver cómo los jóvenes a esta edad, se emborrachan, se desvelan, asisten a grandes fiestas en los antros, frecuentan lugares del todo impropios y se manifiestan ante la sociedad, rompiendo toda clase de reglas y normas de convivencia.
Estuve de acuerdo en lo anterior, pues nuestros jóvenes son en la actualidad, presa fácil de quienes administran los antros de moda, pues diariamente los bombardean con publicidad atractiva, indicando "barra libre", "no cover", "damas gratis", "hora feliz" entre otros atractivos que motivan la obligada asistencia.
Nuestros jóvenes olvidan que tener 18 años es una edad muy preciada, y que para disfrutarla en plenitud, deben, sin abandonar sus afanes lúdicos propios de la edad, de cultivarse y dedicarse al estudio de cosas trascendentes, a la observación del orden universal, a ponderar y practicar los valores de la familia y a crecer emocionalmente sin menoscabo de su propia naturaleza, y con ello, poco a poco, ir construyendo su propio futuro de vida trascendente.
Una vieja costumbre de las tribus aborígenes de América, no dice que cuando un joven llegaba a la mayoría de edad, se le sometía a una gran cantidad de pruebas mediante las cuales debe de comprobar si es realmente maduro, adulto, y capaz de formar una vida responsable al lado de su propia familia.
Una de las pruebas consistía en construir una lancha o piragua con sus propias manos, navegar mar adentro solo, enfrentarse a las adversidades del clima y del mar, buscar en una lejana isla una flor exótica y traerla en prenda a la mujer con la cual busca casarse. Dicen las tradiciones que esta es una prueba que les ayudaba a templar el carácter y en consecuencia, a crecer emocionalmente. JM Desde la Universidad de San Miguel.

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