Pude ser yo

13 marzo 2010

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Profesor Arturo Cundapí Ramos

En este mundo de pecado lleno, lo malo no es pecar, sino ser cachado en el pecado. Mientras la tranza se mantenga a nivel de sospecha, o en el juego de la especulación, el pecador puede seguir en olor de santidad, al menos entre azul y buenas noches, pero cuando se es balconeado tan escandalosamente como les pasó a los protagonistas del acuerdo subrepticio entre el PAN y el PRI, con testimonio de la Secretaría de Gobernación, no queda más remedio que asimilar el sofocante calor de los reflectores sobre la pinochesca nariz.
Así lo han venido haciendo en estos días la lideresa priista Beatriz Paredes y el todavía dirigente nacional del PAN, César Nava, aunque éste último es el más raspado, pues días antes había rechazado rotundamente la existencia del acuerdo de marras, cuya celebración no sólo fue un hecho, sino que es reconocida por tirios y troyanos, a partir del Secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont.
En este caso no se puede hablar de delito porque no está tipificada como tal la realización de transacciones secretas entre grupos políticos, así sean censurables, criticables y hasta vergonzantes. Por tanto, no queda más remedio que usar el verbo pecar en todas sus pecaminosas declinaciones que únicamente pueden ser juzgadas y penalizadas por la Iglesia, condición muy a propósito con la identificación de César Nava.
No es tampoco un caso inédito, pues basta con remitirse a las elecciones de 1988; aquellas de la famosa caída del sistema, para encontrar el antecedente más destacado, cuando se registró aquella concertacesión PRIPAN que marcó la historia de la política en México, esto con el fin de adjudicar a Carlos Salinas de Gortari un triunfo que reclamaba Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
Se dice que en Sinaloa, en 1990, mediante concertacesión, se sacrificó en Mazatlán a Humberto Rice, que habría ganado la elección de Presidente Municipal por el PAN, a cambio de no permitir que en Culiacán, la capital del estado, asumiera la Alcaldía otro panista, Rafael Morgan Ríos
Como éstos, sería prolijo enumerar todos los casos en los que se percibe la mediación de una concertación secreta, pero la diferencia entre todos esos tatoles y el que ahora ocupa el podio del sensacionalismo es que éste más reciente afloró a la luz pública en forma descarnada, con todas las agravantes no punibles de la maquinación y el maquiavelismo. . Cambiando de ámbito, permítaseme recurrir al indeseable uso de la primera persona para referirme al belicismo citadino que priva en Culiacán, por cuyas calles tengo alrededor de dos años de haber dejado de conducir automóvil por propia renunciación a una práctica que me causaba cada vez mayor grado de ese estado de ánimo que llaman estrés, y que a mi edad era cada vez menos tolerable.
Es innegable que con el paso de los años los reflejos son menos precisos y oportunos, por lo cual consideré riesgoso situarme contra mi voluntad en medio de un embotellamiento vehicular, con toda la desesperación e impotencia, mente y mentadas que eso implica. Además, antes se procuraba evadir las horas pico y los sectores problema, lo cual ya dejó de ser un recurso de relativa tranquilidad, pues ahora todo el día es hora pico y no hay sector aborrecido para los congestionamientos viales.
En otro aspecto, el uso del automóvil no me reportaba comodidad ni ventaja, pues llegaba tarde a los encuentros laborales o sociales, después de estacionar el vehículo a más de tres calles de distancia y con los nervios castigados por la inmersión en uno de tantos embotellamientos.
Con todos estos puntos de observación, aún había ocasiones en que me reprochaba el estar exagerando con una decisión que alguna vez estuve tentado a considerar como retrógrada.
Jamás volveré a flaquear así después del todavía reciente asesinato de un automovilista que a causa de una infortunada circunstancia, un accidente vial sin mayores consecuencias, fue víctima de la criminal intolerancia de quien se cobró los daños materiales con la vida de su ofensor a quien victimó a balazos en el mismo lugar del alcance.
Letal reflejo de mimetismo de la prepotencia que es parte de la nefasta parafernalia del narcotráfico en una ciudad donde lo mismo se sacrifica a una joven voluntaria de la Cruz Roja, que a un automovilista que pudo ser usted, o que pude ser yo.