¿Qué busca el ser humano?

14 enero 2012

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Héctor Tomás Jiménez

Son muchos los pensadores entre filósofos, psicólogos, antropólogos los que a lo largo de los últimos siglos han procurado desentrañar el misterio de las motivaciones que tiene el ser humano en su vida. Entre todos hay quienes han concluido que lo que el hombre busca es "la felicidad", otros más se han centrado en el concepto del "éxito", otros tan solo en la búsqueda del "amor" y no han faltado quienes concluyan que lo que el hombre busca es "el placer". Como puede verse, todas estas metas tienen en común que hacen referencia a estados de ánimo o sensaciones de como el ser humano se sentiría bien, aduciendo que no le gusta como está y procura un mejor estatus emocional. Sin pretender abonar un concepto más a todo lo antes señalado, por nuestra parte diremos que no solo es importante la meta a lograr, sino la forma como transitamos el camino que nos lleva a dicho objetivo, de ahí que sea tan importante como vivamos el trayecto en nuestra búsqueda, como el objetivo mismo que buscamos.
Respecto a esto, un buen amigo de hace muchos años, Javier Valenzuela Malagón, psicólogo de profesión y psicoterapeuta por convicción, escribió recientemente en su blog, una serie de ideas que a mi juicio no tienen desperdicio por lo que me permito reproducirlas a continuación.
Javier dice: "La vida es una búsqueda. En el camino de ésa búsqueda y en la búsqueda de ése camino los seres nos manifestamos, coincidimos y nos encontramos. Cruzando nuestras presencias, nuestra voz y nuestras miradas, compartimos enseñanzas y aprendizajes que nos permitan seguir adelante sin extraviar el rumbo y continuar laboriosamente cumpliendo nuestro 'hacer' en el mundo. La búsqueda de cada uno es la misma que la de todos. Somos piezas diminutas de un maravilloso e inescrutable rompezabezas, en el que cada uno tiene su lugar y el juego de la vida consiste justamente en encontrarlo. Al encontrarlo, todo cobra sentido y significado; nos volvemos 'uno' con el 'todo'. Arribamos a casa. No obstante, los caminos del mundo tienen muchas veredas y senderos, a veces elevadas cimas y en ocasiones insondables abismos. Nuestro peregrinaje por la vida está sembrado de acechanzas, retos y tropiezos. Desde temprana edad conocimos el dolor de sentirnos extraviados y desposeídos; en nuestros corazones se anidaron incontables heridas y pérdidas; nos sentimos solos y trasplantados en un espacio hostil y ajeno y aprendimos a enmascararnos para protegernos del mundo y de los 'otros'. Cubrimos nuestros corazones con corazas de resentimiento y desconfianza; comenzamos a defendernos, a competir, a forcejear, a pelear. Descubrimos el arte de la insidia y nos hicimos diestros para lastimar, a los nuestros primero y a los demás después. Nos refugiamos en armaduras de hierro, nos aprovisionamos de escudos e instrumentos e inventamos la guerra; con arrogancia ostentamos medallas y trofeos que daban constancia de nuestro poder y nuestra fuerza. Vino la codicia, la voracidad y el saqueo. Nos inventamos sofisticadas filosofías, ciencias y técnicas de alta precisión, edificamos gigantescas ciudades y establecimos complejas formas de educación y de gobierno para administrar nuestros bienes y nuestras vidas y procurar el equilibrio de la seguridad, la supervivencia y la justicia. Y luego estas mismas instituciones se multiplicaron cobrando vida y poder propio, volviéndose contra nosotros y tornándose ajenas a sí mismas, al propósito de servicio para el que fueron creadas. Hemos llegado lejos, surcando las anchas avenidas y carreteras de la prosperidad y el éxito; nos hemos rodeado de extremas comodidades y cuantiosos bienes; desarrollamos grandes conocimientos y habilidades pero extraviamos el camino verdadero, el camino de nuestro corazón. Perdimos el camino de la búsqueda; nos olvidamos de ella y, al así hacerlo, nos olvidamos de nosotros mismos; nos volvimos ajenos y adversarios del mundo. Eternos fugitivos, migrantes y desarraigados de nuestro ser interno. No obstante todo ello, la búsqueda perdura y su llama continúa encendida en el fondo de nuestros corazones, invitándonos a retornar a nuestro origen, ocupar nuestro sitio y reconocer y honrar el de los otros. El de quienes nos trajeron al mundo; el de quienes nos aman y a los que amamos; el de todos los maestros y los guías cuya presencia ha traído luz a nuestras vidas. Honrar el sitio de nuestros semejantes y nuestros diferentes; honrar el lugar de las montañas y los ríos, las selvas y los bosques, los frutos de la tierra y la maravillosa e infinita diversidad de seres que la habitan. La búsqueda nos espera y nos llama a encontrarnos. A compartir el testimonio de nuestro recorrido; los dilemas, los acertijos y las interrogantes que emergen en cada estación y momento de la vida; a poner nuestros ojos al servicio de la mirada de otros, a prestar nuestra voz para que hablen los otros". (Fin de la cita)
Para concluir, solo me resta decir que además de que importa lo que buscamos, pues cada uno nosotros tiene motivaciones muy íntimas y personales, no debemos perder de vista el camino que elegimos para encontrarlo, lo que significa que debemos tener siempre presentes los valores que norman nuestra conducta moral, pues si nos desviamos de estos, aun encontrando lo que buscamos, habremos fracaso en el intento.

JM Desde la Universidad de San Miguel
udesmrector@gmail.com