Quijano el bueno; Kijano el disoluto
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Lupishen Tirado
Raymundo Ernst lo llamó "El Estratega del Entusiasmo". Víctor Antonio Corrales lo calificó como "El sabor de los aromas". Yo lo llamaría "El disoluto del color". Porque tratar de interpretar o describir la obra pictórica de Carlos Maciel Sánchez -Kijano, el artista del pincel-, es como meterse en los arcabucos que tanto llamaron la atención de Andrés Pérez de Rivas, más si ésta se plasma en un libro espléndido como el que le dedicó la Universidad Autónoma de Sinaloa este año, en homenaje a su despedida, porque se nos va, sin que nadie le diga que se quede.
Ahí están 358 páginas, en tamaño 26 por 30 centímetros, impresas a todo color, donde se muestran 288 pinturas de catálogo, preescritas con una presentación del todavía Rector de la UAS y una introducción de Raymundo Ernst, además de traducidas al inglés y al ruso.
Son del Rector estos párrafos
"La pintura destaca por su permanencia. Está y no necesita ser ejecutada ni descrita. Exponerla es diseñar la entrada a un recinto donde nuestra propia atención encuentra un ancla.
"Observar un cuadro, sin embargo, no es una experiencia estática: la percepción y el sentimiento que se genera ante la imagen, involucra nuestra historia personal; los tonos y contornos simbolizan el pasado; asocia a las figuras con sensaciones personales -en ocasiones efímeras- como el sabor, los aromas o los recuerdos".
Asomarse, así, entre sabores y aromas, como lo señala don Víctor Antonio, en la obra pictórica de Kijano, al menos para el que esto escribe, es como ir buscando antecedentes o influencias que diseñaron un modo de expresar la realidad o la imaginación cual Carlos la registró en su descomposición de la luz.
Porque descomposición de la luz es si miramos a través de un caleidoscopio, donde las franjas del arco iris se atropellan para decirle al observador: ¡ve, la fragmentación de los colores que en su afán de mostrarse pareciera competir con la multiplicación de los panes y peces!, según nos relata el Evangelio.
Para escoger: color
o imagen con sabor
En ese caleidoscopio de Kijano, ahí están los matices y los sueños, de pintores como Picasso, Dalí, Kahlo, que en sus tremendismos nos hicieron olvidar a los tenues innovadores como Monet, Van Gogh y Gauguin. Curiosamente, en nuestro modo de apreciar esta obra, parécenos que imperó más el bagaje idealista de un comunismo socialismo ya en sus nuevos tiempos, ya que sus primeras enseñanzas pictóricas fueron en las proximidades del Moscú libre de Stalin.
Para Raymundo Ernst, filófosofo, historiador, retórico, investigador de las artes, chileno de origen, "aquí no se trata de justificar lo que no se hizo sin por el contrario, viene a ser el modo más honesto de consignar lo alcanzado".
Nos dice Ernst:
"La obra de Kijano, tan plena de color, vivaz en su concepción, siempre alegre y que rezuma sensualidad lo es, según nuestro entender, sólo en apariencias. Su sentido más íntimo está en la tragedia, tal y como se le puede entender en su consideración como arte y en el de la vida misma".
Y hablando del autor, el mismo Ernst añade
"Gusta de las tunas, el chorizo, el pato y la langosta. Es la manifestación preclara de lo apolíneo y lo dionisíaco como estructura dual y complementaria. Su obra tan musical en cuanto organización, es el fiel reflejo de la contracara nietzcheana que eleva la tragedia a una forma artística conspicua y declaración de una insondable verdad metafísica".
(Cuando Ernst se refiere a Friedich Wilhhelm Nietzche, lo asocia a ese afán artístico de asimilar la tragedia con la música, particularmente por uno de sus primeros libros que tituló El Nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música 1871-1872. El sentido de este libro fue darle sentido a la tragedia griega, en especial a los coreutas que respaldaban o amenizaba los diálogos teatrales).
En el caso de Kijano, Ernst va más allá al ponderar la pintura, más bien el manejo del color, como si se tratara de un musical wagneriano, donde lo trágico alterna con el amor, y el color se proyecta según la imaginación del espectador.
Asidero para
el psicoanalista
Cierto es que al hojear las páginas del libro y atrapar las imágenes, nada de lo que se observe está integrado a lo real; porque cuando se vea, son fragmentos que en cascada como van impactando al espectador con sus propias vivencias, dado que cuando ahí se ventila son manifestaciones de la conducta humana: en lo físico, lo incorporal, lo pensante, el sentimiento, las pasiones, la naturaleza, el silencio, la abstracción, el mito y la tentación.
Es un asidero donde el psicoanalista podrá dar respuesta a todas las pasiones humanas, o lo que la creación divina hecha hombre puede navegar en medio de una tormenta de luces y colores.
Por ahí aparecen mujeres sin rostro, desnudos sin sexo, la guerra según Goya, el fuego sin cenizas, una especie de retórica del color. Para empezar, en el forro del libro La América en tiempo firme o la fábula de la mujer que lo tenía todo, quizás las buscadas amazonas sin flecha y con sus senos plenos; luego El Jinete de la Divina Providencia, que no lo creó Gilberto Owen, pero sí Quijano en un flotar que llena toda la esfera celeste. Y para finalizar El elogio de la lectura, dedicada a Julieta sin Romeo, pero siempre lamentando su trágico amor.
Mexicano-ruso,
la contradicción
Kijano nació en la Ciudad de México, estudió primero en los Talleres de Artesanía del IMSS en el Distrito Federal; y luego adquirió la experiencia profesional en el Taller Nacional de Artes Gráficas Nivinski en Moscú, donde aprendió grabado y litografía. Y allá, a partir de Moscú, inició su serie de exposiciones individuales y colectivas hasta cubrir una gran gama internacional de distinta índole en ciudades europeas e hispanoamericanas. En el País México, están en su lista el Distrito Federal, Cuernavaca, Acapulco, Colima, Zacatecas, Nuevo Laredo y, por supuesto, Mazatlán y Culiacán.
Cuando en el principio de este Tropos lo hemos llamado disoluto, nos asiste el recuerdo de García Lorca al decir "verde que te quiero verde" no sólo por el surrealismo que ello entraña, sino porque en Kijano, entre sus malabares picto-retóricos, el color se afirma casi alucinante, ya que el azul es, porque tiene que ser azul; el verde plasma cuanto de verde haya a su alrededor; y el rojo fuego, es fuego que no se agota, así sea en la tragedia o en los techos y paredes de las criptas del amor.
¡Así sea, pues!