Sede vacante

01 marzo 2013

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Arturo Santamaría Gómez.

El repique de las campanas de los templos de todo el mundo fue la sinfonía con que la Iglesia despidió y agradeció a Benedicto XVI sus ocho años de fructífero pontificado.
Ayer se vivió un acontecimiento inusual, pero festivo. Desde hace 600 años nadie era testigo de la renuncia de un Papa. Tal vez asomaron lágrimas en algunos rostros, pero seguramente no fueron de tristeza; también se llora de alegría cuando se siente que los momentos vividos han valido la pena.
La serenidad, madurez y entereza con que Benedicto XVI anunció, preparó y selló su periodo de pontificado, seguramente contribuyeron de manera decisiva para que su salida se vea como un periodo de paz y de gracia.
Su obra y legado están a la vista. Ser el sucesor de Juan Pablo II no era una empresa fácil. Llenar el vacío dejado por aquel Papa abierto, comunicativo y carismático "venido de un país lejano" no era una tarea sencilla.
No obstante, el Cardenal erudito, académico y de avanzada edad supo conjugar también la sencillez y la cercanía, además de encender y reavivar el fervor del rebaño a él confiado.
Cuando fue elegido Pontífice, el 19 de abril de 2005, se pensó que los cardenales habían optado por un Papa de transición, debido a su avanzada edad. Sin embargo, su pontificado no puede ser considerado de paso, porque tuvo la vitalidad de enfrentar los escándalos de pederastia y quebrantos financieros del Vaticano e imponer sanciones, impartió ricas y profundas enseñanzas teológicas y sacudió a todos con el anuncio de su inesperada renuncia a causa de sus menguadas fuerzas.
Algo semejante sucedió en 1958, cuando los cardenales eligieron a Ángelo Giuseppe Roncalli, quien asumió el nombre de Juan XXIII, como sucesor de Pío XII.
Todos consideraban que era un Papa de transición por su avanzada edad. Provenía de un pueblo insignificante y había sido Patriarca de Venecia. Empero, fue el Pontífice que en escasos cinco años de pontificado revolucionó a todos al convocar al Concilio Vaticano II, que abrió a la Iglesia al mundo contemporáneo.
Para Jonás Guerrero Corona, Obispo de la Diócesis de Culiacán, Benedicto XVI fue el Papa de la verdad, de la fe y del no apego al poder.
"Es el Papa de la verdad, el Papa de la fe, porque solamente un hombre de fe renuncia, porque no está adherido al poder, está adherido a Cristo. Yo creo que es un ejemplo el Papa para todos los que están apegados al poder y que lo usan para sus intereses personales, como lo estamos viendo en nuestra Patria", dijo en la homilía de la misa que celebró a mediodía en Catedral.
Guerrero Corona rechazó las opiniones de quienes consideran que el Papa renunció por presiones o que la Iglesia esté en caos, porque son inexactitudes y verdades a medias.
Será la historia, gran maestra de la vida, quien ofrezca a final de cuentas y a su debido tiempo, el juicio más certero de la obra de Benedicto XVI. Esperemos que del Cónclave de Cardenales surja el pastor virtuoso y adecuado para ocupar la sede vacante.