Según la tradición conservada en el pueblo de San Miguel Nepantla, en el actual Estado de México
14 enero 2009
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Geovanni Osuna
Según la tradición conservada en el pueblo de San Miguel Nepantla, en el actual Estado de México, un 12 de noviembre nació ahí Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, quien sería conocida como Sor Juana Inés de la Cruz. Si el día se ha conservado, no ha pasado lo mismo con el año, que para algunos es 1648 y para otros 1651.Sor Juana Inés de la Cruz se definió a sí misma como buscadora de la verdad: "aunque sea contra mí, dijo, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad". Esta es una de las claves que explican su vida: una vida entregada al estudio y a la comprensión del enigma de la existencia.
Se inició como autodidacta y siempre lo sería. Hacia 1665 fue admitida en la corte porque la virreina, mujer ilustrada y culta, acogió a la adolescente cuyas poesías ya se leían y cuyos conocimientos eran sorprendentes.
La máxima transgresión de Sor Juana fue su avidez por saber. El mundo del conocimiento era, por entonces, un ámbito reservado a los hombres, vedado a cualquier mujer perteneciente a la sociedad virreinal mexicana del siglo XVII.
Para entrar a ese "mundo prohibido", la pequeña Juana apeló a varios recursos, muchas veces sin éxito: solicitar a la maestra de su hermana que le enseñara a leer sin permiso materno, hojear libros a escondidas en la biblioteca de su abuelo, rogar clases de latín y pedir que la dejaran ir a la universidad vestida de varón.
Pero tuvo que recurrir a su último recurso para ganar su tiempo: se convirtió en monja, pues no deseaba casarse y, siendo de cuna pobre, era ése el único camino que, en la sociedad de su tiempo, no le estaba vedado.
Desde que profesó, en 1669, su vida fue una continua lucha en defensa de sus ansias de conocimiento contra los prejuicios de una época que vedaba el estudio a las mujeres.
En plena madurez literaria, criticó un sermón del padre Vieyra, Jesuita, y lo impugnó sosteniendo lo relativo a los límites entre lo humano y lo divino, entre el amor de Dios y el de los hombres, lo que dio motivo a que el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, le escribiera una larga misiva que firmó como Sor Filotea de la Cruz, en que le pedía que se alejara de las letras profanas y se dedicara por entero a la religión.
Sor Juana se defendió en una larga misiva autobiográfica, en la cual abogó por las derechos culturales de la mujer y afirmó su derecho a criticar y a impugnar el tal sermón.
No obstante, obedeció, y al efecto entregó para su venta los cuatro mil volúmenes de su biblioteca, "quita pesares", como la llamaba, sus útiles científicos y sus instrumentos musicales para dedicar el producto de ellos a fines piadosos.
Y en respuesta, a Sor Filotea de la Cruz, escribió: "Lo que sí es verdad que no negaré, lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad, que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras que, ni ajenas reprensiones, que he tenido muchas, ni propias reflejas, que he hecho no pocas, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí", explicaba .
Sor Juana era inspiradora de inspiradores, así, tal como lo expone Linda Egan, Carlos Fuentes se mira en la poeta como en uno de sus muchos espejos y la manera en el que el escritor intertextualiza a la poeta desde su primer libro, La región más transparente, y a lo largo de su obra, señaladamente en Terra Nostra y Cristóbal Nonato, evidencia las mentes unidas, pese a los años, en una búsqueda común.
Unen a Sor Juana y Fuentes la voluntad de ambos de identificarse con México, por indagar aspectos marginados de la teología judeocristiana, éstos incluyen una entidad andrógina y una María divina y humana; agnósticamente se inclinan a desmaterializar el cuerpo, su percepción dualista trinitaria inyecta a sus mundos con ambivalencias carnavalescas, a un tiempo elitistas y populares.
Escribe: "Detente, sombra de mi bien esquivo,/ imagen del hechizo que más quiero,/ bella ilusión por quien alegre muero,/ dulce ficción por quien penosa vivo./ Si al imán de tus gracias, atractivo,/ sirve mi pecho de obediente acero,/ ¿para qué me enamoras lisonjero/ si has de burlarme luego fugitivo?/ Mas blasonar no puedes, satisfecho,/ de que triunfa de mí tu tiranía:/ que aunque dejas burlado el lazo estrecho/ que tu forma fantástica ceñía,/ poco importa burlar brazos y pecho/ si te labra prisión mi fantasía". Firmaría Sor Juana este soneto como Pedro Salmerón Sanginés.
El lenguaje nunca es inocente; carga con connotaciones derivadas del uso histórico de las palabras, de las posiciones de poder dentro de las sociedades.
Y esta poeta transmite en sus obras la necesidad de legitimar un lugar propio, con voz y voto, con la misma validez que el de cualquier hombre, con acceso a los mismos privilegios que les eran negados.
Sor Juana Inés de la Cruz vive en la historia de la mujer en Latinoamérica, desde los días de la Conquista hasta los albores del siglo XXI, en una historia de sumisión y de liberación. Su palabra inspiradora dio nuevos bríos para que a comienzos del siglo XX se produjeron cambios importantes.
Hermanable sólo a las mejores, claramente tiene hoy en día un sitial como lo posee la chilena Gabriela Mistral o las uruguayas Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini o la argentina Alfonsina Storni, todas renovadoras de lo femenino en una sociedad paternalista.
"Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de los mismo que culpáis", sentenciaba Sor Juana.