Sergio Aguayo Quezada: Lectura navideña: Pepe y Luzma
24 diciembre 2004
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Dr. Jorge Alfredo Aviña Águila
Hay muchas formas de celebrar la navidad. Es una temporada propicia para contar la historia de un matrimonio que, inspirándose en el amor por los desamparados predicado por el Jesús del "Sermón de la Montaña", fundaron el movimiento de derechos humanos que ha transformado a México. El país tiene una deuda con José Álvarez Icaza y Luz María Longoria (Pepe y Luzma). En sus 57 años de matrimonio han procreado 14 hijos y creado un organismo civil, el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), que ha jugado un papel importante, aunque poco conocido, en la convulsa historia de la segunda parte del Siglo 20. Antes de su fundación en 1964 hubo otros organismos civiles que hablaron de los derechos humanos, pero Cencos merece ser denominado como el fundador de esta corriente por la longevidad de su compromiso con las víctimas y porque los métodos que fueron ensayando se convirtieron, con el tiempo, en el modelo seguido por centenares de organismos. Cuando Pepe y Luzma se unieron al Movimiento Familiar Cristiano, del cual fueron primeros presidentes, pocos imaginaban los rumbos que tomarían sus vidas. De familias acomodadas, tenían educación, buenas relaciones y disfrutaban de la confianza de la conservadora jerarquía católica. De hecho, fundaron Cencos para que fuera vocero del Episcopado Mexicano. El vuelco que tomó la existencia de esta pareja emana de su fidelidad al Jesús del "Sermón de la Montaña" que puso como prioridad a los pobres, a "los que tienen hambre y sed de justicia" y a los perseguidos. Y quien opta por defender a las víctimas debe estar dispuesto a enfrentarse a los poderosos, y asumir las consecuencias que ello conlleva. Los métodos empleados por los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría para aplastar las movilizaciones estudiantiles de 1968 y 1971 sacaron a la luz la fibra que tenían los diferentes actores. Pepe y Luzma resolvieron defender a los perseguidos cuando la jerarquía católica decidió, en palabras del especialista Roberto Blancarte, ser una "simple espectadora". Por los acontecimientos de 1968 Cencos dejó de representar al Episcopado porque, en palabras de Pepe, "llegamos a la conclusión de que mejor cada quien seguía su camino... no era posible que una persona que quería que la Iglesia estuviera comprometida con las causas populares, fuera vocero de unos obispos que no se querían comprometer". Desde la independencia Pepe, Luzma y Cencos establecieron las pautas que luego adoptaría el movimiento de derechos humanos. Rechazaron la opción armada pero protegieron los derechos de quienes tomaron ese camino. Lo hicieron por creer que todo ser humano, por el simple hecho de nacer, tiene derecho a ser tratado con dignidad, independientemente de lo que digan las leyes o lo que dictaminen los jueces que justificaron la represión. Cuando la mayoría guardó silencio, Cencos documentó y difundió la magnitud de las violaciones cometidas por el Gobierno mexicano. Se financiaron con una herencia que incluía la casona de Medellín 33 donde todavía atienden al público, de un tesoro que encontraron cuando iba a vencer una hipoteca y de una red de donantes nacionales e internacionales. Cuando México estaba encerrado en sí mismo, Pepe y Luzma se abrieron al mundo e internacionalizaron la lucha anticipándose, de esa manera, a sus tiempos. Cencos publicó y distribuyó la revista mensual América Latina: Derechos Humanos, en donde se denunciaban las violaciones a los derechos humanos en México y el continente. Eso la convirtió en un referente obligado para los escasos organismos internacionales que en aquella época se interesaban por la tragedia que asolaba al país. En los años setenta la izquierda se debatía entre la opción pacífica y armada que terminaría resolviéndose a favor de los métodos no violentos que, a la larga, sacaría de Los Pinos al viejo régimen. Esto me lleva a comentar, aunque sea con brevedad, la relatividad del protagonismo en la historia. José Álvarez Icaza empezó a ser vigilado por la Dirección Federal de Seguridad desde junio de 1961 cuando era dirigente del Movimiento Familiar Cristiano. Si uno compara lo que decían de él y de los guerrilleros llama la atención lo mecánico y rutinario de los informes sobre Pepe. Ninguna mención especial, ningún indicio de que sus declaraciones, publicaciones o acciones fueran consideradas peligrosas por la policía política. Les inquietaba bien poco la defensa de los derechos humanos. Los partidos de izquierda y la guerrilla tampoco concedían protagonismo a los organismos civiles que aceptaban con humildad el papel de retaguardia del cambio social cuya única tarea era acompañar y restañar las heridas de quienes encabezaban la lucha por el cambio. Ni el gobierno ni sus enemigos anticiparon que, con los años, los métodos pacíficos terminarían por imponerse y que el movimiento de los derechos humanos provocaría una revolución cultural que, entre otras consecuencias, haría ilegítimo el uso de la fuerza. En la medida en la que la sociedad se liberó del miedo que inspiraba la violencia oficial, creció su disposición a defender los derechos lo que daría sustento a la transformación que vivimos. En estos tiempos de enorme descrédito de quienes actúan en la vida pública, Pepe y Luzma son ejemplo de que se puede incursionar activamente en la política pública sin perder la credibilidad. La clave está en la congruencia entre discurso y práctica. Pepe fue colaborador cercano de Heberto Castillo y ha ocupado cargos de dirección en el Partido Mexicano de los Trabajadores y el Partido de la Revolución Democrática que, con éste y otros personajes, demuestra que cuenta con una reserva ética que, para desgracia suya y de la izquierda, sistemáticamente ignora. Pepe y Luzma hicieron aportaciones en otros terrenos. En una época caracterizada por el machismo practicaron la equidad de género porque es ampliamente aceptado que, sin la presencia de Luzma, Pepe difícilmente hubiera logrado la trascendencia que se le reconoce en ciertos círculos. También demostraron que es posible lograr un equilibrio entre la vida pública y la privada y son una prueba viva de la vigencia del amor cristiano caracterizado por que se entrega sin esperar recibir nada a cambio. Con la mesura y humildad que han mostrado toda su vida confirmaron su lealtad al mensaje de Jesús que, en la Montaña, nos dijo que las "obras de misericordia [deben hacerse] en secreto". La humildad es una virtud cristiana, pero es de elemental educación reconocer a quienes han vivido inspirándose en principios pese a las amenazas, hostigamientos y ostracismos. Con la perspectiva del último medio siglo, su existencia ha sido un éxito rotundo. Desde Cencos, Pepe y Luzma dibujaron los planos estructurales de un movimiento de derechos humanos que, pese a los altibajos y al lastre que ahora le imponen los simuladores, han sido y son una parte viva de nuestra historia. Hay muchos otros que, como ellos, iluminan una vida pública teñida del gris de la mediocridad y la corrupción. Bosquejar esta historia de amor conyugal y cristiano es una buena forma de celebrar otro aniversario del nacimiento de un niño que, años después, pronunciaría el sermón que todavía ahora sirve de sustento a una moralidad civilizatoria. Porque tenemos vidas públicas que celebrar, ¡Feliz Navidad! Nota. Para elaborar esta columna me resultó de extraordinaria utilidad la tesis de doctorado de Raquel Pastor Escobar, José Álvarez Icaza y la puesta en práctica del Concilio Vaticano II en el laicado mexicano, UNAM, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 2004. Comentarios: Fax 56 83 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx