Si hemos entendido lo que dijo Cristo, lo hemos olvidado, como bien lo demuestra Adolfo Castañón. De no ser así, ¿cómo explicar nuestro extraño comportamiento como especie?

Ernesto Gutiérrez
17 abril 2006

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"Un común denominador de la humanidad de nuestro tiempo: de la apología de la tortura como razón de Estado, de la defensa contra el terrorismo a la clonación de seres humanos, al desempleo, la prostitución infantil, la avidez drogadicta, el escapismo electrónico y las diversas formas de autodestrucción de la especie: asoma el terror ante lo propiamente humano, la necesidad de declinar la responsabilidad de la propia plenitud.
"La especie humana se ha visto a los ojos ante el espejo, pero prefiere mirarse el sexo, los dientes, todo menos esos ojos, los tuyos, que sólo aparecen en la ´claridad desierta´ de la lectura o la contemplación". Eso dice Adolfo Castañón en su último libro La belleza es lo esencial (ediciones sin nombre, 2005).
"La belleza salvará al mundo" hace decir Dostoievski a uno de sus héroes, pero no podemos ver esa belleza que estamos opacando cada día. Ayer fue Domingo de Pascua, el domingo de la Resurrección para los cristianos, esas mujeres, esos hombres que se llaman así desde que en Antioquia sus antepasados se nombraron así por su fidelidad a un tal Jesús, dicho el Cristo, el Ungido del Señor.
Ese día es una buena oportunidad para recordar que con la muerte de Dios, anunciada por Nietzsche, ocurre también la muerte del prójimo, surge una especie humana que dice como Caín: "¿A poco soy responsable de mi hermano?", ese hermano que ha matado. Como esos hermanos que están muriendo cada día, asesinados en Darfur (Sudán) y en otras partes, asesinados violentamente o poco a poco, sin el pan de cada día.
Parece que Dios no existe, puesto que, como bien lo dijo Dostoievski, "si Dios no existe, todo está permitido". Y como hoy parece que todo está permitido, eso sería la prueba de la no existencia de Dios.
Que se me permita una gran irreverencia, para tranquilizar a los hermanos musulmanes preocupados por las caricaturas aquéllas; en Internet circula el chiste siguiente: "¿Cuál es el origen de Jesús? Sabemos ahora que era un agente de publicidad gitano judío, de piel negra, de ascendencia italiana, que vivía en California.
"Tres buenas razones para pensar que era negro: a todos les decía "hermano"; le gustaba cantar la gloria de Dios; no tuvo un proceso justo.
"Tres buenas razones para pensar que era judío: heredó el negocio de su padre; se quedó en la casa familiar hasta los 33 años; estaba convencido de que su madre era virgen y su madre estaba convencida de que era Dios.
"¿Italiano? Hablaba con las manos; tomaba vino en cada comida; comida con aceite de olivo. ¿Californiano? Tenía el pelo largo, gustaba de caminar descalzo y lanzó una nueva religión. ¿Gitano? No trabajó después de salir de su casa; no escribió una sola línea; la policía lo arrestó en un parque donde acampaba sin permiso.
"Finalmente son tres las buenas razones para pensar que era agente de publicidad: su libro sigue número uno del hit parade; sus sucesores crearon un paraíso fiscal en Roma; después de 2 mil años de reflexión, nadie puede asegurar que ha entendido lo que dijo".
La fuente de ese chiste es católica y el último punto es muy fuerte: si hemos entendido lo que dijo Cristo, lo hemos olvidado, como bien lo demuestra Adolfo Castañón. De no ser así, ¿cómo explicar nuestro extraño comportamiento como especie?
Nos apropiamos de todo, absolutamente de todo, de toda la Tierra y de lo que podemos alcanzar del cosmos, de todas las formas de vida que no sabemos reconocer como don, que no respetamos, que dejamos de transmitir.
Saqueamos, ensuciamos el nido, incendiamos, consumimos, despreciamos sin dar las gracias, sin pensar en las generaciones futuras, ni en nuestros hijos y nietos. ¿Será lo que Immanuel Kant llamó "el mal radical" y que los teólogos llamaban "pecado original"?
Cristo, el ungido de Dios, se llamaba Yeshu´a, variante de Yeosua (Josué), nombre frecuente en aquel tiempo. La forma completa del nombre Yeoshua significa "YHWH salva", "salvador", "Dios salvador".
Sus compañeros vivieron con él, como con un hombre, un Maestro con el cual uno se sentía maravillosamente a gusto; luego fueron progresivamente invadidos por la impresión, que se transformó en convicción, después del gran choque del Viernes Santo y del Domingo de Resurrección, de que aquel hombre, hombre de verdad, no era sólo un hombre.
¡Qué cosa!, esa humanidad incompatible con la gloria de Dios, por eso los musulmanes consideran que Dios no permitió que Cristo, segundo profeta después de Muhammad, muriera en la cruz, ¡qué cosa, esa cruz insoportable!
Cristo, "sólo verdadero Dios, sólo verdadero hombre", rezan los cristianos en una forma escandalosa que debería escandalizarlos siempre, para que no se eche a perder la sal, la levadura.
"Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste.
Un soplo milenario trae amagos de peste.
Se asesinan los hombres en el extremo este.
¿Ha nacido el apocalíptico Anticristo?
Se han sabido presagios y prodigios se han visto.
Y parece inminente el retorno de Cristo.
La tierra está preñada de dolor tan profundo
que el soñador, imperial meditabundo,
sufre con las angustias del corazón del mundo.
Oh, Señor Jesucristo, ¿por qué tardas, qué esperas
para tender tu mano de luz sobre las fieras
y hacer brillar al sol tus divinas banderas? (Rubén Darío, "Canto de esperanza")
Hay que darle la razón a Carlos Marx cuando constata que no es posible rebasar dialécticamente al cristianismo porque aquél rebasa todo lo que se puede rebasar y se actualiza constantemente, en acuerdo momentáneo en cada cultura, con cada lugar.
La revelación del Dios cristiano es acumulativa; al principio se dio a conocer como Dios de la alianza, de mi tribu, de mi circunstancia. Luego se dio a cada época y se sigue dando a cada cultura, Dios del universo y por eso se entiende el salmista cuando exclama:
"La salvación me viene del Eterno
quien hizo los cielos y la tierra" (121, 1.2)

*Profesor investigador del CIDE
jean.meyer@cide.edu