Si yo fuera un matemático
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SEGURIDAD
Aún recuerdo vívidamente mi primera clase de matemáticas en el kínder.
Esa mañana la maestra nos hizo repetir por enésima vez cuánto era 2x1, y como la mayoría de mis compañeritos, yo también respondí: "2".
Sin embargo estaba desconcertada, me preguntaba ¿por qué esa respuesta? ¿Y por qué repetirlo una y otra vez?
Me dije con total ingenuidad que muy probablemente esta sería la última vez que se presentaría en mi vida, no contando que los números me perseguirían por siempre.
Una vez que el pizarrón se tapizaba de ecuaciones, aquellos se tornaban grises ante mi vista, como si una espesa neblina se apropiara de ellos.
En cambio, las clases de español, historia y geografía eran mis horas felices, muy al contrario de las matemáticas -donde se requería absoluta concentración- en estas materias podía imaginar y al mismo tiempo comprender lo que me enseñaban.
En geografía viajaba en el presente, en historia al pasado y en español empezaba a plasmar estos sueños.
En casa, mi madre no permitía el ocio y por ello ocupaba mis tardes del ballet a la gimnasia, o a cualquier otra actividad que me mantuviera con los pies en la tierra.
No obstante, encontraba la manera de soñar despierta.
Muy seguido me recostaba sobre el césped para observar por horas el cielo y fantasear con otros universos, sin percatarme que la ciencia me acercaba directamente a ellos.
Nunca reprobé matemáticas, pero Dios sabe el esfuerzo que significó para mí su alfabeto.
Cuando llegaba la hora de exámenes, el silencio que reinaba en el salón me arrullaba.
Mis párpados se tornaban pesados, hasta cerrar mis ojos. Imaginaba que al abrirlos, la hoja en blanco estaría brillantemente contestada, pero los números seguían ahí, aguardando a que yo los utilizara cuanto antes porque el tiempo llegaba a su fin.
Más tarde, en la universidad, en un programa de liderazgo en arte, conocí a un joven de la carrera de matemáticas.
No tenía ni la más mínima apariencia de artista pero estaba aprendiendo a tocar el piano y la guitarra por primera vez, en un ensamble musical.
Llevaba poco tiempo practicando y su avance era notable.
Le pregunté cuál era su secreto; él me respondió: "es como otra materia de mi carrera, la música es fácil cuando entiendes matemáticas".
En una ocasión viajé a Guadalajara -invitada por una editorial- para atender un stand de libros en la Feria Internacional del Libro.
Mi sorpresa fue que los ejemplares no eran de ciencia ficción -como yo deseaba- sino de ciencias exactas.
Mientras otros stands acaparaban una numerosa clientela, el nuestro era una isla desierta, y los pocos náufragos que arribaron eran un tanto excéntricos y poco atractivos.
A veces me pregunto cómo sería mi vida si las matemáticas se me hubieran facilitado desde el comienzo, o si hubiera empleado toda mi concentración en ellas, tal vez mis ideas serían más claras y prácticas.
Ahora comprendo que no puedo dejar la ciencia en el olvido porque es útil en cualquier escenario.
Los números ya no representan el rostro del terror, pero sí los considero un reto, y si bien no son mi fortaleza, sé que no es tarde para practicar o para soñar que regreso al pasado tras los pasos de Pitágoras, Newton o Leonhard Euler.