Sólo otra aristocracia

María Julia Hidalgo
21 septiembre 2011

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Se confunden las cosas. Es desafortunado, como cuando hay una exaltada defensa de la democracia creyendo en sólo la celebración de elecciones razonablemente lim­pias. Desafortunado porque defen­der un mecanismo imperfecto es perder el tiempo.
Ese mecanismo podría ser sustituido por otro, mejor, como cuando se cambia una computa­dora. Defender a la democracia, en sí misma, es comprender mal el terreno político. La democracia es importante porque es una manera de defender algo que sí vale la pe­na, la libertad.
La confusión es frecuente. Es la razón por la que muchos de los defensores de la democracia termi­nan proponiendo cosas que hacen perder las libertades. Vea usted a Bolivia para constatar eso, o a Ve­nezuela. Caso extremos, pero rea­les de una democracia exaltada en demasía, como si ella fuese un valor.
La confusión tiene consecuen­cias. Bajo pretextos democráticos se pierden libertades creyendo que ella es el respeto a la voluntad mayoritaria. Pero ya que no existe propiamente una voluntad mayo­ritaria que pueda ser conocida e implantada en todos, la democra­cia da pie a un fenómeno odioso: la creación de una aristocracia gubernamental.
Creo que esto bien vale una se­gunda opinión. Comencemos por el principio. En su sentido tradicio­nal, la aristocracia es un pequeño grupo de personas, una minoría más educada, más rica, más pre­parada, propietaria de tierras y de la que salen los gobernantes. Gobiernan las aristocracias, como decía Tocqueville (1805-1859), con ciertas ideas nobles de dignidad de la grandeza humana.
Desaparecida esa aristocracia, la democracia ha llenado el vacío creado con otra minoría, la de los gobernantes. Me refiero a la clase política como separada del resto de los ciudadanos, personas que han hecho del gobernar una pro­fesión incluso familiar. Difieren notablemente de la aristocracia tradicional anterior. Sigue siendo una minoría, pero no se distinguen por su preparación, ni por sus altos ideales, ni por tener ideas sobre la grandeza humana.
Tampoco son poseedoras de fortunas heredadas de genera­ciones, son más bien ricos nuevos con fortunas variadas recientes de no muy claro origen. Pero siguen siendo una aristocracia en el sen­tido de hacerse cargo de puestos altos de gobierno, de dirigir desde ellos a los ciudadanos. Mantienen la cierta dosis de soberbia que toda aristocracia tiene como sustento y justificación.
Mi punto hasta aquí es claro: si usted piensa que con la demo­cracia nos hemos desecho de los gobiernos aristócratas, mucho me temo que esté equivocado. No es la misma aristocracia de antes, pe­ro es aristocracia al fin y al cabo. Es nueva y si no es propietaria de grandes extensiones de tierra, sí lo es de una gran cantidad de recur­sos que pueden verse en los presu­puestos de gasto público. Una aris­tocracia más rica que la anterior y con mayor poder, porque si la otra aristocracia rentaba sus tierras, ésta renta sus favores y concesio­nes. La otra dominaba tierras, ésta quiere extender su dominio sobre la persona misma.
Si en la anterior aristocracia ha­bía un cierto sentido del deber, de lo glorioso y alto, la nueva aristo­cracia ha perdido eso y en su lugar tiene un sentido del poder, de la fuerza y de la imposición. Dentro de la aristocracia anterior no había igualdad de opiniones ni de creen­cias, tenían conflictos internos.
La nueva aristocracia, la de­mocrática, tiene también sus di­ferencia internas, diferencias por diversos modos de pensar, a lo que se ha añadido un elemento nuevo, la rotación en el poder. La nueva aristocracia tiene su ambición co­locada en el arribo al poder de una de sus facciones. Y eso altera a sus miembros, los que periódicamente se ven obligados a salir a cautivar y seducir al resto.
Porque cada facción de la nueva aristocracia dentro de la democra­cia pelea cada determinado tiempo por mantenerse ante la alternativa de ser desplazada. Todos tienen que salir a persuadir usando los más desesperados trucos para ser los elegidos. Elegidos que son los que la mayoría seleccionó, hacien­do creer a todos que la nueva aris­tocracia es un resultado loable de la democracia. No lo es.
La nueva aristocracia, tan llena de defectos, es el resultado de la confusión de creer en la democra­cia como un valor, cuando es sólo un mecanismo.
eduardo@contrapeso.info