Tan solo por el alza del precio de las tortillas, el primer año del Presidente Felipe Calderón no será recordado como el mejor de su sexenio. Para tal pronóstico no hay que ser ningún mago; y están por ver los efectos sociales de tal elevaci

13 enero 2007

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Noroeste / Pedro Guevara

La tortilla, dice la escritora Araceli Bárcenas, es "única, típica, suculenta, calientita, con sal, tostada, en taco, al pastor, en quesadilla, chilaquil, sope, en sopa, a mano, de comal, azul, blanca, amarilla, gorda, delgadita, pequeña, grande, la tortilla mexicana es el símbolo y la tradición más antigua de la cultura culinaria de nuestro país". Sí, tiene razón Araceli, nada más tradicional en la gastronomía mexicana que la tortilla. Es imprescindible, vital y símbolo de lo que somos, si aceptamos que gran parte de lo que somos depende de lo que comemos.
Pues bien, con todo y la importancia de ese manjar, se pierden en la memoria los tiempos en el que su precio se haya ido a los cielos. El salto mortal de ocho pesos a quince en Guerrero, o hasta treinta en Durango, angustia cualquier estómago con salario mínimo. Cosas del libre mercado, dice con envidiable sapiencia el Secretario de Economía, Eduardo Sojo, a pesar de que tres días después el presidente lo haya corregido cuando le ordenó que frenara "cualquier intento de especulación o de utilidad que quiera hacerse a costa del hambre de la gente". Sin embargo, tal especulación no se ha contenido porque tal maniobra es resultado de un cambio internacional en el uso del maíz.
Tan solo por el alza del precio de las tortillas, el primer año del Presidente Felipe Calderón no será recordado como el mejor de su sexenio. Para tal pronóstico no hay que ser ningún mago; y están por ver los efectos sociales de tal elevación.
Si en términos políticos las primeras declaraciones y apariciones de Felipe Calderón han tenido un tono amenazante, disfrazado de legalidad, que roza con el autoritarismo, el cual coronó con la vestimenta militar, en el plano económico, aferrado al dogma de la libertad de mercado, ha permitido el alza de la leche y las tortillas, y antes de tomar posesión, en acuerdo con Vicente Fox, aceptó el alza de los precios del gas y la gasolina.
No son pocos los que sospechan que la ruda escalada del precio de la tortilla es muy ajena a la mano invisible del libre mercado y, en cambio, muy cercana a los apetitos de Don Maseco, el zar de la harina de maíz en el mundo.
Roberto González Barrera, propietario de Gruma, antes Maseca, y accionista de Banorte, posee la empresa que produce, dice su portal en la red cibernética, más del 50 por ciento de la harina de maíz del planeta. Don Roberto tiene nixtamales gigantescos en Estados Unidos, Centroamérica, Venezuela e Inglaterra, además de, obviamente, las que posee en México.
Este monopolio le permite a González Barrera darle al maíz el uso que le rinda más ganancias. De la harina de Gruma nace una amplia variedad de productos alimenticios, pero de su maíz también se está produciendo etanol, energético para la industria automotriz.
De hecho, Gruma se inscribe dentro de un cambio mundial en la producción de bioenergéticos encabezado por Estados Unidos. El Banco Interamericano de Desarrollo, BID, ya había advertido en 2006 de estos cambios y presionaba al gobierno mexicano para que se inscribiera en ellos. México debía establecer sustanciales y permanentes apoyos a la producción de maíz, caña de azúcar y oleaginosas, dice la investigación del BID y de GTZ, un organismo alemán de cooperación técnica, para garantizar el abasto interno e impulsar la utilización de esos cultivos en la producción de gasolina alternativa, suficiente para reducir la dependencia de los hidrocarburos.
En el documento intitulado "Fuentes renovables de energía: una utilización intensiva", los dos organismos alertaron al gobierno de Vicente Fox de que el mercado de maíz en el mercado mundial sería uno de los principales problemas para 2007, debido a que las exportaciones de Estados Unidos, primer productor mundial del grano, iban a descender a menos del 50 por ciento, porque se estaba destinando para producir etanol, lo cual produciría un déficit internacional.
La situación se agravaría para México por ser nuestro país el principal comprador de maíz estadounidense, al importar más de 10 toneladas de maíz cada año. En los últimos seis años, Estados Unidos, dice el informe del BID, que al año genera más de 250 millones de toneladas de maíz, aumentó en 155 por ciento el uso de ese grano para la producción de gasolinas, al pasar de casi 16 millones de toneladas, a 40.65 millones.
En este cambio estructural de la producción y uso del maíz, la economía mexicana ingresa a una situación en extremo complicada y de largo plazo porque, por un lado, Gruma destinará cada vez maíz para producir etanol y, por otro, México, se verá obligado a importar el grano de Estados Unidos y a comprarlo cada año más caro.
Para nuestro país, este escenario es cercano a la tragedia porque el maíz además de ser el alimento básico de la inmensa mayoría de los mexicanos, es ingrediente insustituible de su cultura. Dice Jeffrey M. Pilcher, en ¡Vivan los Tamales!, una obra antropológica magistral: "Los pueblos de Mesoamérica llevaban más de 2000 años comiendo tortillas antes de que Hernán Cortés desembarcara" en sus tierras. La vida de estos pueblos "se centraba en el maíz, que representaba la esencia de su identidad". Pues pareciera que lo que no logró la colonización los neoliberales si lo podrán hacer: tirar las tortillas de la mesa de millones de mexicanos.
Por lo pronto, en una reacción elemental, la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, por unanimidad, exhortó al Presidente Felipe Calderón a impulsar un programa de emergencia que detenga la escalada de precios en productos básicos como la tortilla, leche, pollo, carne de res y cerdo. En el debate previo, la Diputada Claudia Corichi García, del PRD, argumentó que durante el gobierno de Fox el precio del maíz aumentó 11 por ciento, mientras que el de la tortilla se incrementó hasta en 200 por ciento.
Ya hay evidencias de que el alza en el precio de la tortilla tiene un impacto general en la economía, dice una nota del diario La Crónica del jueves pasado. Según un estudio de BBVA Bancomer, durante 2006 el alza en el precio de la tortilla contribuyó con un punto porcentual del incremento del Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC), el indicador que registra el comportamiento de la inflación.
En 2006, continúa diciendo la nota, la inflación fue de 4.05 por ciento; así, el alza en el precio de la tortilla representó 25 por ciento de la inflación en el periodo. La variación de la inflación, dice nota de La Crónica, es una variable fundamental de la economía, pues determina todo tipo de precios, desde las tasas de interés, los ajustes en los contratos de arrendamiento, tarifas de bienes públicos y negociaciones salariales.
Por otro lado, Ignacio Lastra Marín, presidente del sector de alimentos de Canacintra, opinó que de generarse un aumento en los productos agropecuarios se dañaría al resto de los sectores productivos del país debido a que alrededor de la tercera parte de las empresas existentes en México están vinculadas con los alimentos. "Existe el riesgo de que entremos a una escalada de precios, en una inflación difícil de controlar, que aunado a la desacelaración de la economía de Estados Unidos y la caída en el precio del petróleo debe ser analizada y atendida con alternativas inmediatas porque si no la carga impuesta al consumidor pondrá en riesgo el consumo y la cadena productiva y la cadena de valores", declaró Lastra Marín.
A la cadena productiva y la de valores, al presidente del sector de alimentos de la Canacintra, le faltó agregar la cadena social y política. En un país como el nuestro, donde el consumo de la tortilla es diario, es impensable que una familia de bajos ingresos, aun superiores al salario mínimo, pueda pagar 15 pesos diarios por un kilo de este alimento. Destinar 450 pesos al mes en la compra de tortillas es algo que se antoja imposible para una familia con ingresos de dos mil o tres mil pesos mensuales.
La historia mundial está llena de revueltas generadas por la escasez o encarecimiento de los alimentos. La insurgencia de los zapatistas chiapanecos en 1994 está asociada directamente a la conclusión de que el Tratado de Libre Comercio iba a acabar con la producción agrícola de las comunidades indígenas.
Que nadie se sorprenda si se empiezan a ver asaltos a las tortillerías y, en una escala mayor, rebeliones populares en búsqueda de tortillas, un alimento prácticamente sagrado para los mexicanos, sobre todo de aquellos que más dependen de la insustituible y redonda hostia de maíz.