Una vez cruzado el río

05 septiembre 2013

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SEGURIDAD

Cuando una joven reconoce el amor a través de Chopin, en la cinta L'amant (El amante), el tiempo se detiene.
En el instante en que la música habla y el corazón responde, no existe el principio ni el final, todo converge en un punto donde la vida cobra sentido.
Marguerite Duras escribe una de las escenas perdurables de la literatura contemporánea: "Años después de las guerras, de los hijos, de los divorcios, de los libros, llegó a París. Él le llamó. Soy yo. Ella le reconoció por la voz. Él dijo: sólo quería oír tu voz. Su voz de repente, temblaba. Y con el temblor, ella reconoció el acento de China. Y después, ya no supo qué decirle. Y después se lo dijo. Le dijo que era como antes, que todavía la amaba, que nunca podría dejar de amarla, que la amaría hasta la muerte".
No es nada que no haya leído antes. Me refiero al amor que ni la edad, la distancia o los prejuicios pueden derribar.
El amante, tan sólo por un momento, llega como una bocanada de viento del este, como si el viento fuera testigo de un tórrido romance en las calles de Saigón, alrededor del olor a cacahuate tostado, jazmín y tierra mojada, en la lejanía de las montañas de Siam y en las orillas del Mekong.
Marguerite Duras es la bella niña francesa cargada de erotismo que viajaba en un transbordador por el río Mekong con un sombrero de hombre, zapatos dorados de bailarina, labios pintados de rojo oscuro y, justo en el otro extremo, el joven chino burgués a quién entrega su inocencia con aparente frialdad, sin percatarse que dentro de ella se había colado, a través de sus resquicios, un afecto desconocido que la acompañaría hasta la vejez.
Ahora Marguerite yace en el cementerio de Montparnasse, en una tumba adornada por una planta, y a lo largo de la piedra gris, dos letras grabadas: M.D. No será la primera ni la última mujer que haya vivido un intenso amor, pero será de los pocos amores narrados con extraordinaria maestría.
En su novela, Marguerite se remonta a su infancia y adolescencia, en el comienzo de todo. A sus primeros 15 años de vida que transcurren cerca de Saigón, Vietnam, junto a su madre y sus hermanos de origen francés, en un hogar resquebrajado por falta de amor materno, y la presencia de un hermano brutal y enajenado por el indiscriminado uso del opio.
En este entorno, la joven despierta con intensa curiosidad a un insospechado campo de delicias en los confines de su ser, con un hombre prohibido en todos los sentidos.
Éste será el inicio de una aventura fugaz en un contexto entre guerras, en Indochina a finales de los años 20, a una edad en la cual confirma su vocación como escritora y donde descubre las variaciones de la vida en un instante.
Después de muchos años, la imagen de la atractiva joven con sombrero y zapatillas doradas dista de la mujer con el rostro arrugado, deteriorada por el consumo excesivo de alcohol, vestida con falda recta y chaleco sobre un jersey de cuello alto.
Marguerite Duras, durante una entrevista en el programa de televisión francés "Apostrophes" en 1984, describe su travesía por los libros y sobre todo, El amante, el cual tituló al comienzo "La fotografía absoluta".
Marguerite recuerda: "Y esa fotografía absoluta no existía. Era esa. Ese instante de la barcaza. Sólo un hombre, un coche negro, una chica y autobuses de nativos. Ahí empezó todo, una vez cruzado el río".
Mientras en la versión fílmica la joven se percata del amor al momento de escuchar una pieza de Chopin en el barco rumbo a Francia, Marguerite narra esta experiencia a través del cuerpo sin vida de un joven que se arroja al mar.
Es la separación del cuerpo lo que le recuerda su relación con el joven chino y, en ese instante, el amor se revela.
Y si bien este pasaje de su vida le permite apreciar la fotografía absoluta, yo atesoro la versión de Chopin, pues más allá de la separación del cuerpo, es el desprendimiento del alma lo que me parece sublime al amar.