Pedro Emilio lleva 10 años desaparecido

Sibely Cañedo
11 diciembre 2018

"Su hermana Carmen mantiene la esperanza de encontrarlo, por lo que pide el apoyo de la ciudadanía"

Trabajador, amiguero, alegre, muy dinámico...

Un muchacho que se quitaba la camisa por un amigo, que te apoyaba al cien si lo necesitas.

Un hombre que adoraba a su esposa y a su hijo de tres años, que le encantaban las tradiciones de Semana Santa y se vestía de judío o pascola allá en el pueblo agrícola de Juan José Ríos, al norte de Sinaloa, donde pasó parte de su infancia.

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Un hombre al que le gustaba ir de cacería, que no tomaba, que trabajaba en la agricultura, que estudiaba el cuarto semestre de Ingeniería Industrial en el Tecnológico de Durango, que buscaba un mejor patrimonio para su familia. Un hombre lleno de vida, lleno de metas y de sueños.

Un hombre que dejó una esposa embarazada y hoy no conoce a su hija de nueve años.

Así es Pedro Emilio visto a través del recuerdo de su hermana Carmen. Ella no ha dejado de sufrir por su ausencia desde hace 10 años, cuando se convirtió en uno de los renglones de esa triste lista de cerca de 3 mil desaparecidos en Sinaloa y más de 37 mil en todo el país.

Hace una década que su familia no sabe dónde está, pero hablan de él en presente. Siempre en presente, porque todavía lo esperan su madre, su padre y hermanos, que tiene repartidos entre Sinaloa y Durango.

Quien más lo recuerda es Carmen. Ahora habla de su hermano menor y lo señala entre los rostros que se han arraigado en el árbol de la esperanza: ese mural-homenaje que llena la pared del pequeño local que hace las veces de oficina y de punto de encuentro de la asociación Una Luz de Esperanza Rastreadoras del Sur de Sinaloa, conformada por hombres y mujeres que buscan sin tregua a sus familiares desaparecidos.

Allí Carmen muestra su foto. “Es el más guapo”, dice mientras sonríe.

Es un joven de 23 años de pelo castaño oscuro, de bigote, ojos grandes y tristones, pero franca sonrisa.

 

Desaparición: un misterio

Pedro Emilio Salazar Valle tenía 23 años recién cumplidos el último día que alguien tuvo comunicación con él. Había llegado a Mazatlán para rentar unas tierras en El Walamo, zona agrícola al sur de la ciudad, donde trabajó en un sembradío de chile jalapeño. Ese 11 de diciembre de 2008 todo estaba dispuesto para levantar buena cosecha. Pero algo torció sus planes.

“Se vinieron a rentar aquí por las tierras más baratas, él tenía la siembra junto con su suegro, ya venía para levantar la cosecha; todo ese día, todo el 11, estuvo organizando todo porque el día 12 iban a hacer el primer corte de chile. Todo el 11 estuvo hasta las tres-cuatro de la tarde ahí en El Walamo”, relata Carmen Rosario.

Uno de los trabajadores le pidió un raite al residencial Los Mangos. Lo llevó en compañía de tres amigos más a bordo de su camioneta. Pero al llegar al hotel donde estaba hospedado, el trabajador le llamó para decir que había olvidado en el vehículo un bulto con ropa que iba a regalar a sus hijos.

Regresó al residencial. Dejó las cosas. Y ya no se supo nada ni de él ni de los tres acompañantes.

El mayor era Héctor Alonso de 27 años. Le seguían Paúl de 26; Pedro Emilio, que dos días antes había cumplido 23, y Aarón que apenas alcanzaba la mayoría de edad. Todos amigos y vecinos de Juan José Ríos, comunidad del municipio de Guasave. Sólo Héctor Alonso era de Los Mochis. Venían a ayudar en la siembra de chile. Eran tiempos en que repuntó la violencia y las extorsiones, pero él no había recibido ninguna amenaza.

Se interpuso la denuncia en la agencia del Ministerio Público de Mazatlán. Pero a una década, sigue siendo un misterio lo que pasó con los cuatro jóvenes.

“Si alguien en ese momento vio algo, sabe algo, algún familiar... Les pido nos lo haga saber por medio de una llamada anónima, yo no busco responsables, yo no busco juzgar a nadie; simple y sencillamente son 10 años de dolor, son 10 años de desesperación, son 10 años de vivir en una angustia de muy difícil de explicar...”

Las llaman Rastreadoras: Son Una Luz de Esperanza

 

El dolor de Carmen se ha visto mitigado por el apoyo de quienes ahora son sus compañeras de lucha.

Supo de las rastreadoras a través de las redes sociales en octubre de 2017. Y no dudó en unirse a ellas. Después de tanto tiempo de buscar y esperar en soledad, se sumó a la agrupación Una Luz de Esperanza y ha participado en dos jornadas de búsqueda en este año: una con resultados negativos y la otra positiva. La primera en febrero y la segunda en el mes de abril.

De esta última, Carmen, quien radica en la ciudad de Durango, espera los resultados de los estudios comparativos de ADN. Hay probabilidad de que los restos encontrados correspondan a los de su querido Pedro Emilio. Pero nada es seguro.

“Antes no había rastreadoras, ni se hacían estudios de genética, pero en el MP he recibido buena atención y me han orientado para realizar la genética de los niños y también en buscar la colaboración de la familia de los otros tres desparecidos”.

Carmen no pierde la fe. Y no escucha las voces negativas: “Dónde lo vas a encontrar”; “ya han pasado diez años, es como buscar una aguja en un pajar...”

Ella tiene la mira bien puesta en encontrarlo, de la mano de sus nuevas hermanas...

SI CUENTA CON ALGUNA INFORMACIÓN DEL PARADERO DE LOS CUATRO JÓVENES, PUEDE COMUNICARSE AL TELÉFONO:

6691 10 15 21

O a través de la página de Facebook: Una Luz de Esperanza Rastreadoras del Sur de Sinaloa

UNA LUZ DE ESPERANZA

La asociación Una Luz de Esperanza es integrada por 84 personas de los municipios de Mazatlán, Elota y Rosario que buscan a sus familiares desaparecidos.

Sus oficinas se ubican en la calle Tráfico número 15, de la colonia Urías de Mazatlán.

Ofrece asesoría legal, apoyo moral y psicológico a las familias de víctimas de desaparición forzada.