1985, parteaguas de la crisis

LETRAS DE MAQUÍO

Siempre he sostenido que la crisis que padecemos en México no es tanto económica como política y moral.

Hago la anterior aseveración porque estoy convencido de que cuando hay buenos políticos que entienden su función como sinónimo de servicio y que comprenden su obligación de proporcionar la paz para que todos los sectores se desarrollen armónicamente, de inmediato surge la confianza y nos ponemos a trabajar todos.

El problema fundamental de México es la falta de democracia que da cabida a las autoridades “chicharroneras” que se equivocan y siguen mandando.

En cualquier país, cuando un grupo político en el poder comete errores, ni siquiera de la magnitud de las del sexenio pasado, inmediatamente las minorías se convierten en mayorías y desplazan a los encumbrados exigiendo que nuevas fórmulas e ideas se pongan en práctica.

Lo anterior es lo que ha venido sucediendo y 1985, con la elección de diputados, será la clave para arrojar tanto zángano y vividor fuera de las cámaras legislativas y poner gente nueva que propicie un cambio moralizador haciendo surgir nuevas esperanzas en México.

Avalando este pequeño análisis están las palabras pronunciadas recientemente por el prestigiado intelectual Octavio Paz, quien al recibir el Premio de la Paz que entregan los libreros en la Feria de Frankfurt, Alemania, se pronunció por la democratización de las naciones latinoamericanas.

Por otro lado, quiero citar a Enrique Krauze en su artículo “Por una democracia sin adjetivos”, publicado en la revista Vuelta, de noviembre del año pasado: “El país abriga un agravio insatisfecho.

Su origen es la irresponsabilidad con que el gobierno ha dispuesto de la enorme riqueza que pasó por sus manos entre 1977 y 1982. Sabe fue una oportunidad de desarrollo, rara y quizá irrepetible (...)”.

Terminó el mismo intelectual afirmando: “No podemos olvidar que la ausencia de democracia fue una de las causas del desastre económico”.

No hay mejor ni más probada receta para repetirlo que resignarnos al status quo, concentrar el poder y no propiciar mecanismos de vigilancia y autocorrección.

Hasta aquí Enrique Krauze.

Ahora permítaseme citar la autorizada voz de don Antonio Ortiz Mena:

Si México hubiera continuado la trayectoria que llevaba hasta 1970 y aparece el petróleo, como sucedió, México sería una nación desarrollada [...]

Vino un cambio radical. Ya no se siguió con los lineamientos de la Revolución, que eran avances con consolidación cuando era correcto o modificación cuando estaba mal.

En cuanto al manejo del País, a partir de 1970 se traicionaron los principios de la Revolución Mexicana. Ahora es imperativo regresar a sus orígenes.

¿Y cuáles son sus orígenes, pregunto yo?

Citaré al iniciador de la Revolución, don Francisco I. Madero, en su libro La sucesión presidencial, que en la conclusión, inciso seis, afirma:

6. Todo hace creer que si las cosas siguen en tal estado el general Díaz, ya sea por convicción o por condescender con sus amigos, nombrará como sucesor el que mejor pueda seguir su misma política, con lo que quedará establecido de un modo definitivo el régimen de poder absoluto.

En los incisos ocho y nueve, añade el mártir de la Revolución:

8. El único medio de evitar que la República vaya a ese abismo, es hacer un esfuerzo entre todos los buenos mexicanos para organizarnos en partidos políticos, a fin de que la voluntad nacional esté debidamente representada y pueda hacerse respetar en la próxima y contienda electoral.

9. El que mejor interpreta las tendencias actuales de la nación es el partido antirreeleccionista con sus principios fundamentales:

Libertad de sufragio. No reelección.

Termina Madero sus conclusiones en los puntos número 12 y 13, y afirma:

12. En caso de que el general Díaz se obstinara en no hacer ninguna transacción con la voluntad nacional, sería preciso resolverse a luchar abiertamente en contra de las candidaturas oficiales.

13. Esta lucha despertará al pueblo y sus esfuerzos asegurarán en el futuro no lejano, la reivindicación de sus derechos.

Hasta aquí don Francisco I. Madero, y yo agrego que todos sabemos lo que pasó. “Ojalá” que nuestros políticos encumbrados no cometan el mismo error de don Porfirio.

Miércoles 31 de octubre, 1984.

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