Tomado de un meme de autor desconocido, a propósito de los que se rebelan a tomar conciencia de la pandemia: “Tú no necesitas ni toque de queda ni ley seca. Tú, necesitas conciencia, responsabilidad, amor propio, amor por tu familia y tu país”.

    No es noticia que tenga la mente en blanco, pero por ahora, las pocas ideas que a veces me asaltan, se encuentran atoradas ante el alarmante crecimiento de la pandemia, atizado por nuestra propia irresponsabilidad; nuestra negativa conducta que se traduce en contagios de los que nos rodean y que está llevando al colapso a clínicas y hospitales del sistema de salud pública. Para contento de los servicios privados de salud, farmacéuticas y funerarias, los cuales, imponen precios de usura a sus servicios y productos, sin que nadie les marque el alto.

    La verdad es que resulta inexplicable nuestra conducta. Mayoritariamente se hace caso omiso a las recomendaciones preventivas básicas para atenuar las posibilidades de un posible contagio. Llamarle la atención a quien no porta cubreboca cuando se encuentra dentro de un edificio o transporte público, en la mayoría de los casos, es exponerse a meterse en un conflicto.

    De una manera u otra, todos hemos sido afectados por la pandemia. Algunos con la muerte de familiares, otros más, con el fallecimiento de amigos o conocidos, pero, aun así, no entendemos; estamos en estado de franca rebeldía o negación, ante la difícil realidad que transitamos, o de plano, nos mantenemos en una postura arrogante, a pesar de que las circunstancias nos han demostrado, una y otra vez, que somos simples mortales, acorralados ahora por la fuerza transmisora de un microscópico virus que ya suma en su haber millones de vidas en algo así como 18 meses.

    Las posesiones materiales y nuestra creencia de que somos los seres superiores de la creación, nos han conducido a lo que hoy estamos viviendo con la nueva arremetida, como pago de un alto costo por nuestra ridícula insolencia.

    Bien decía Mahatma Gandhi: “Si el dinero y el poder te hacen arrogante, la enfermedad y la muerte te mostrarán que no eres nadie en esta tierra”.

    La cosa no está fácil y no se ve que la pandemia afloje el paso como para darnos esperanzas de que los muchachos, entre ellos, nuestros hijos y nietos, regresen a las aulas el próximo ciclo escolar o que las próximas fiestas decembrinas se den en condiciones más fraternales que el año pasado.

    Y aún más lejos, se vislumbra la posibilidad de regresar a plenitud a nuestra vocación gregaria. Cómo quien dice, la situación está color de hormiga; de la chingada, pues.

    Atinadamente se dice que todos estamos navegando bajo la misma tormenta, pero trepados en diferentes embarcaciones y si hoy me expreso como quejoso por el disparo del coronavirus en nuestro estado, peor, mucho peor la están pasando los paisanos que radican en las comunidades que le han sido arrebatadas al Estado, como es el caso de Aguililla, Michoacán, un pequeño municipio, cuyos habitantes, de manera abierta, se encuentran bajo la gobernanza de fuerzas contrarias a la ley, para las cuales, la política de “abrazos y no balazos” impuesta por el Presidente López Obrador, es como una accidental campanada al aire salida del campanario de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, uno de los atractivos arquitectónicos de la sufrida comunidad michoacana.

    La gente de Aguililla, al igual que la de otras comunidades rurales, que han sido arrebatadas del marco constitucional, no pueden hacer uso pleno de su derecho al libre tránsito y su acceso a los servicios sanitarios preventivos del contagio de la pandemia, lo deciden los señores que los gobiernan y no el Estado Mexicano.

    Abrazos, sí, pero para las víctimas del olvido gubernamental; los desheredados de siempre; los marginados por los neoliberales, y ahora, por los renovadores de la 4T ¡Buenos días!

    De una manera u otra, todos hemos sido afectados por la pandemia. Algunos con la muerte de familiares, otros más, con el fallecimiento de amigos o conocidos, pero, aun así, no entendemos.
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